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Mi proceso: así escribo los tebeos

A lo largo de todos estos años de Escribiendo Cómics he ido hablando de diferentes aspectos relacionados de una forma u otra con esta vaina tan maravillosa de hacer tebeos desde el punto de vista de alguien que solo los escribe, sin embargo nunca he hecho algo que siempre hago el primer día de clase: contar mi proceso de principio a fin.

Espera, espera, ¿qué es eso de que das clase? Pues sí, querida amiga, es más que probable que hayas llegado a este post de maneras muy diferentes y ni siquiera te hayas planteado quién está detrás. O puede que seas una fiel lectora, pero tampoco lo hayas tenido demasiado en cuenta…

En realidad da igual, hagámoslo sencillo: sí, soy profe. Y lo soy de forma vocacional porque me apasiona dar clase.

Es más, hay algo que muy poca gente sabe: yo ya daba clase mucho antes de hacerlo sobre guion de cómic en O Garaxe Hermético.

Estudié un ciclo, concretamente el ciclo superior de imagen. Cuando terminé me metí en una escuela de cine a hacer una diplomatura de esas que tenían un convenio de chichinabo con una universidad privada y, al acabar, me ofrecieron dar clase en la misma escuela en la que me acababa de graduar. Tenía 22 años.

Di clase de manejo de cámara, di alguna clase de fotografía y hasta llegué a dar un par de sesiones de historia del videoclip… En esa escuela pasaron… bueno… pasaron cosas que solo te contaré en persona y estuve allí durante tres cursos entre 2004 y 2007. Hace veinte años.

El caso es que durante esas dos décadas he estado impartiendo clase de un modo u otro. He montado cursos en asociaciones de vecinos, en centros sociales okupados y sin okupar, en radios libres, en ateneos, en coworkings, en centros sociocomunitarios, en teatros y en un cineclub. ¿Por qué? Pues porque me gusta. La sensación de enseñar algo, lo que sea, un concepto teórico o una habilidad técnica o cualquier otra cosa y ver cómo alguien lo recoge, lo asimila, lo aplica, se lo lleva a su terreno y lo mejora, en fin… no sé, tiraré de tópico y diré que no encuentro palabras para describirlo.

¿Y por qué te acabo de meter toda esta turra infinita? Pues la verdad es que no lo tengo del todo claro, imagino que necesitaba dar cierto contexto porque se vienen unas cuantas miles de palabras y creo que es importante explicar que me apasionan ciertas cosas antes de soltar tremendo tochaco.

Así que nada, vuelvo al principio: mi proceso.

Primera parada: la premisa

Para saber de forma detallada qué es una premisa (a la que también le puedes llamar logline si quieres) puedes leerte este tremendo y maravilloso artículo donde te lo explico.

Ahora bien, lo que no pone en ese texto es que yo casi nunca escribo una premisa.

¿Sabes eso de que los guionistas siempre deben llevar encima una libretita en la que ir anotando las historias que se les ocurren? Lo he intentado, juro por Alan Moore que he comprado cientos de cuadernos de bolsillo con la intención de coger esa costumbre y jamás lo he conseguido.

Ah, bueno, lo anotas en el móvil, ¿verdad?¿Verdad?

No.

Ni en el móvil, ni en fichas, ni en libretas, ni en una tablet, ni me mando audios, y los dos grupos de whatsapp que tengo conmigo mismo tienen cientos de usos y ninguno de ellos es ese.

Pero entonces, ¿dónde anotas las premisas, dónde las escribes?

No las escribo. Así como suena.

La premisa, entendida como esa semilla que contiene en unas pocas líneas la info referida a personaje, pregunta dramática y contexto, no es algo con lo que yo trabaje sobre el papel, lo trabajo única y exclusivamente a nivel mental.

Es más, cuando alguna vez he querido bajar al papel una premisa y me he forzado a ponerla en una libreta, siempre se ha debilitado y ha acabado desechada. Sé que puede sonar poético (o incluso excéntrico) pero sacar esa idea de su hábitat me impide desarrollarla en condiciones, para mí el papel empieza a ser trabajo, si es trabajo ya no es juego, si no es juego no es divertido y si no es divertido sale mal.

Insisto, seguro que para cualquier otra persona todo esto pueda sonar un tanto marciano, pero yo entiendo la escritura como un juego (en muchísimas de sus acepciones diferentes) y una de las normas (que no la he puesto yo y sin embargo se me aplica siempre) es que si tengo una idea debo darle vueltas en la cabeza durante unos días (mezclando procesos conscientes e inconscientes) para bajarla al papel ya en forma de pitch.

Próxima estación: pitch

Si le llamo sinopsis al pitch habrá quien se confunda y a veces son sinónimos y a veces no. En España tenemos constantes problemas de traducción en todo lo tocante a la teoría del escribir, ya sea para el cine, para el cómic o para la literatura. Pero no vamos a entrar en eso.

Al igual que con la premisa, detallo más concretamente qué es un pitch en este otro texto.

Pero si no quieres moverte mucho te diré de forma resumida que un pitch son tres o cuatro párrafos que desarrollan una premisa, la hacen crecer y cumple dos funciones principales: una narrativa y otra comercial.

La primera de esas funciones es tener más datos sobre el personaje principal, ampliar el concepto de la cuestión dramática y mejorar la ambientación.

La segunda es servir de artefacto comercial, es decir, ser tan atractivo como para generar reclamo. Que quien lo escuche quiera saber más.

Los pitches sí que los bajo al papel, ya sea en libreta (muy pocas veces) o en un folio digital.

Este es un ejemplo de pitch de «Brain Rot». El resto de partes del proceso también serán de esa obra.

De vez en cuando siembro. Abro un documento al que pongo un título genérico del palo de «ideas» y lo relleno con los últimos pitches que fueron aflorando después de trabajar mentalmente las premisas.

¿Se podría decir entonces que este es mi verdadero primer paso porque es el que genera en primera instancia algo «tangible»? Pues… sí, claro, podríamos decirlo, pero seríamos tontísimos diciéndolo.

Cualquiera que piense que el juego mental no es parte de la ecuación es mejor que nunca se acerque demasiado a querer escribir y mucho menos si lo que quiere es escribir dentro de un arte que es pura imagen. Desdeñar la elaboración de premisas aunque solo sea un proceso mental sería absurdo, así que ese sigue siendo el primer paso.

Me gustaría decir que todo proceso creativo incluye dos compañeras de viaje, pero pecaría de pretencioso, así que diré que en el mío ocurre así y esas compis son la euforia y la autocrítica. Ya en el proceso mental de búsqueda de premisas se activan ambas a modo de filtro y solo se convertirán en palabras visibles aquellas que consigan cierto equilibrio entre una y otra.

En el pitch, esos dos filtros que oscilan entre «esto es una maravilla» y «esto es una puta mierda» empiezan una ronda de cuestionamientos que deben llegar (a veces por caminos muy diferentes) a una frase del tipo: escribir esta historia merece la pena por XXXXXXX.

Y aquí voy a hacer otro pequeño inciso: desde que empecé a escribir ha habido varias ocasiones en que esa fila de equis representaba motivos equivocados. Eso no lo sabía en su momento, claro, si lo hubiese sabido no lo habría hecho.

¿Pero cuáles eran esos motivos equivocados? Pues… eso da para uno o dos textos enteros más que puede que algún día escriba, pero por resumir diré que siempre han tenido puesto el foco elementos externos a la escritura en sí misma. Cosas que tienen que ver con el hecho de publicar a toda costa, la búsqueda del «éxito», el trabajar con Fulano o Mengano, conseguir meterme en mercados foráneos, etcétera.

A la escritura debemos tratarla con respeto. Toda nuestra realidad se configura con palabras, somos lo que creemos que somos y nada más que eso, y para llegar a comprender un solo ápice de lo que eso significa necesitamos el descubrimiento más importante que jamás haya hecho la especie humana: la expresión escrita, la palabra.

De ahí que los motivos para escribir siempre serán mucho mejores cuando tengan que ver con el adentro y con la propia historia en sí misma, con la necesidad de hablar sobre algo, de probar algo, de jugar de un modo concreto con las palabras, de buscar una respuesta o de plantear una pregunta interesante. En mi caso, cuando no ha sido así, el resultado han sido obras que se pueden sentir mucho más vacías. Y tengo claro cuales son, pero eso es algo que solo te contaré en persona y, en este caso, solo si me caes lo suficientemente bien (y recuerda que soy gallego, guionista y de barrio, ganarse mi confianza es un proceso lento).

Retomo, tras conseguir que el pitch funcione en mi cabeza y sobre el papel, empiezan las curvas de verdad.

Tercer piso: sacar las cartas

Si has leído Escribiendo Cómics durante el último año es posible que te hayas cruzado con mi baraja de recursos narrativos, un mazo de doscientas cartas que utilizo para construir personajes y para plantear las diferentes tramas que habrá dentro de un tebeo.

Este paso está a medio camino entre el pitch y la escaleta y lo incorporé hace unos años para volver una vez más al mismo concepto de siempre: el juego.

Con la ayuda de las cartas voy manejando elementos arquetípicos para conformar un esqueleto en el que voy maridando elementos propios de la historia en cuestión con diferentes estructuras (clásica en tres actos, viaje del héroe, funciones de Propp), algunos de los tropos que más me gustan y cuestiones relativas al tono y al ritmo.

Esto lo hago sobre un tapete y, en un primer momento, no me valgo de ningún tipo de escritura, voy bajando cartas y, gracias al orden visual que voy generando, la melodía empieza a sonar.

Sobre ese mismo tapete voy moviendo las cartas, modificando, añadiendo, quitando, analizando, todo con la intención de encontrar un ritmo que sea apropiado a cada trama concreta.

Y hablo de ritmo refiriéndome a la cantidad de impulsos narrativos que voy a necesitar en cada momento. Habrá tramas que tengan diez o doce beats a lo largo de toda la historia, habrá otras que tengan solo dos o tres.

Pero ¿cómo lo elijo? ¿En qué me baso para escoger de forma concreta cómo será el mapa de la historia antes de la historia? Pues es una mezcla entre intuición, conocimiento y experiencia. Me encantaría decir que en ese equilibrio manda el conocimiento y que «sé que va a funcionar», pero mentiría muchísimo. Manda la intuición por encima de las otras dos y con varios cuerpos de ventaja.

Ojo, que son necesarias las tres, o más bien, yo necesito sentir que las tres forman parte de la fórmula, pero las cosas suceden como suceden y no como yo quiero que sucedan.

No olvidemos que estamos en fase de puro juego y a medio camino entre dos momentos en los que sí que habrá mucho papel y, por tanto, estudio y análisis. Aquí sin embargo el mood es otro. A mí me gusta pensar en este momento como en una forma de entrar en flujo que me recuerda a cuando practicas un deporte de forma más o menos seria.

Me recuerda a eso porque yo jugué al baloncesto (a pesar de ser rídiculamente pequeño) y hay un momento, que no sucede siempre (aunque imagino que en los profesionales es mucho más frecuente), en el que entras en un estado en el que no piensas en lo que haces, lo haces. Entras de tal modo en sintonía con lo que estás haciendo que te olvidas de todo, tienes el foco puesto de tal forma que procesas la información de una manera diferente y el instinto toma el mando.

Eso es lo que busco en esta fase utilizando las cartas. Muevo conceptos teóricos encima de un tapete, les pego un meneo y lo que hago con las manos no tiene un eco inmediato en lo que ocurre en mi cabeza porque en mi mente empiezan a cobrar vida elementos narrativos. En ese baile hay varias veces en los que cierro los ojos tratando de visualizar lo que se va formando.

Y quizás todo esto te esté sonando rarísimo, puede que lo sea, pero en ese vaivén de cartas, imágenes y conceptos aprendidos en el leer (y sobre todo en el escribir) es donde toma forma el embrión del esqueleto. Y ese embrión, ahora sí, lo anoto a modo de líneas muy cortas en un cuaderno. Esa será la base para la escaleta.

Doy mucha importancia a esta fase del proyecto y por eso me construí mi propia baraja. Utilizaba algunas que tenía por casa y mezclaba unas con otras, sin embargo siempre me faltaba algún concepto. Ahora tengo bastantes más y, a la vez, tengo el problema de que ya tengo pensada una ampliación para la baraja de al menos otras setenta cartas… Qué le voy a hacer, imagino que hay que quererme así…

Cuarto andén: la escaleta

Al igual que con la premisa y con el pitch, si quieres leer algo más detallado sobre la manera que yo tengo de construir escaletas puedes pasarte por este artículo regado con la iluminación de los dioses en el que te lo explico estupendamente.

Debo reconocer algo: antes adoraba hacer escaletas, pero cada vez me cuesta más. No sé si es una cuestión de la edad, del entusiasmo que se tiene cuando se empieza y que el mundo te va limando o tiene algo más que ver con que es para mí la parte más fría de todas en la escritura.

En otro artículo (y perdón por tanta autoreferencia) explicaba la diferencia que encuentro entre las fases frías y calientes de la escritura y cómo se suele disfrutar más de unas que de otras. La escaleta es puro mapa, pura planificación de la obra de principio a fin.

Es, por tanto, un lugar donde no hay mucho hueco para la emoción o para la interpretación. Si hacemos una analogía con la música, en la escaleta escribimos una partitura y en el guion la interpretamos.

¿Puede haber pasión en el pentagrama entre corcheas, silencios y compases? Puede, claro, pero la función no es emocionar por sí misma, es construir la promesa de una melodía, un ritmo, un tono, una intensidad, un brillo…

El guion, como su nombre indica es una guía. La escaleta es la guía de la guía. Y alguien podría pensar ¿para qué hacer las dos cosas? ¿por qué no saltarse un paso e ir directamente a lo que es más importante? Pues… eso me gustaría a mí saber…

¿Se puede tocar sin partitura? Se puede. ¿Se puede dibujar sin boceto? Se puede. ¿Se puede interpretar sin texto? Se puede.

¿Puedo hacerlo yo? Pues no, amiga mía, no puedo. ¿Existe algún tipo de explicación razonada y extensa para hablar de esa incapacidad? Pues no lo tengo claro, pero hay algo que sí que sé: soy de naturaleza curiosa desde que me conozco, he probado y experimentado cosas en muchos ámbitos diferentes por el puro placer de probar.

He probado a escribir sin escaleta. Lo he hecho con cómics y también con relatos y otros proyectos literarios. En el cómic solo me salió medio bien una vez y en lo demás… siempre que he intentado escribir una novela sin escaleta ha quedado sepultada bajo las losas del olvido y el abandono.

Así que, recuperando un tema anterior, diré que si en la fase previa a esta tiraba de intuición, conocimiento y experiencia, en la escaleta construyo conocimiento tirando de experiencia y sazono con intuición.

Me explico, para mí lo fundamental en la escaleta es saber, conocer, tener claro. Necesito construir ese conocimiento. Pero ¿qué es exactamente lo que tengo que saber? Todo. Tengo que saber quién es quién, por qué hacen lo que hacen, qué quieren conseguir, a qué problemas se pueden enfrentar, cómo se llevan unos con otros, cómo son los diferentes lugares, si existe o no existe algún elemento mágico/místico/religioso/loquesea en mi mundo.

Así luce una de mis escaletas

Necesito conocer lo externo y lo interno, lo que voy a destacar y lo que voy a callar. Pero además de lo dramático (o lo dramatúrgico si se prefiere), necesito conocer todo aquello que tiene que ver con el primer esbozo de la forma en cuanto a tono y ritmo (habrá mucho más de esto en la fase de guion técnico).

Mis escaletas, a pesar de que intento escribir solo aquello que considero relevante, son densas, pueden llegar a ocupar catorce o quince folios y alguna ha llegado a tener hasta ochenta puntos.

Por suerte, en los últimos tiempos he aprendido a condensarlas un poco más, pero siguen teniendo cierto espesor y es por eso que cada vez se me hacen más cuesta arriba. En los más de 25 trabajos que tengo publicados siempre he trabajado con escaletas bastante largas con dos excepciones muy marcadas: una en la que trabajé sin escaleta (tampoco tenía argumento ni nada similar a modo de sustitución, fui al guion directo desde el pitch), y otra en la que a medio camino tiré a la basura la escaleta y me dejé llevar.

A esto hay que sumar que durante años cualquier proyecto que montaba, fuese publicado o no, estaba acompañado de su escaleta correspondiente. Además, en las diferentes propuestas que he ido montando para el audiovisual también había, tarde o temprano, una escaleta.

Así que no me atrevo a dar una cifra exacta, pero habré escrito en los últimos diez años, unas 50 o 55 escaletas, con sus revisiones, segundas y terceras versiones y todo lo demás… Me siento agotadísimo solo de pensarlo.

Si cuento todo esto no es para colocarme ninguna medalla, es solo para comentar que toda esa experiencia me ha llevado a conocerme. Eso me ha permitido rebajar mucho la cantidad de texto que meto en esta fase y sé qué cosas voy a transmitir en este momento y cuáles son propias del guion o incluso de la página o la viñeta.

No sé si Aristóteles dijo esto en la «Poética» o no, pero a juntar letras se aprende juntando letras. Y, cuidao, que ese «aprender» no lo digo desde la perspectiva de «lo bien que se me da», sino de que conozco bien cómo lo hago, lo que me sirve y lo que no, intuyo alguna de mis virtudes y también alguno de mis defectos, pero tampoco me esfuerzo en demasía por ocultarlos porque, insisto, aquí hemos venido a jugar. No es divertido si parte del tiempo lo empleo en flagelarme.

Conecto otra vez: aunque no quiera que sea así o aunque me repita una y otra vez que no necesito que sean tan densas, las escaletas siguen siendo mi muro de carga, mis cimientos y mis tablas de la ley. Quizá algún día lo cambie, de momento ese día no ha llegado.

Quinta columna: el primer tipo de guion

Sí, también hay un artículo previo en el que hablo de cómo se escribe un guion de cómic, pero ¿sabes qué? No existe un único método, es más, lo más fascinante de todo esto es que cada guionista puede hacer algo radicalmente diferente a la guionista de al lado.

Y puede que alguien te diga que aunque el aspecto sea diferente, al final la base es la misma y… puede que tenga cierta razón, hay un trasfondo similar en cuanto a que el objetivo que se busca serán páginas de tebeo, generalmente con viñetas, con bocadillos para los textos y una serie de convenciones en torno a eso a lo que llamamos «lenguaje de cómic» o «narrativa».

Sin embargo, lo realmente apasionante, es que aunque haya una meta parecida, el camino no tenga nada que ver. Existen guiones a los que se les puede colocar la muleta de «literarios» heredada de la escritura cinematográfica e incluso dentro de ellos veremos infinidad de diferencias de una persona a otra.

Habrá quien se quede más en un tratamiento secuenciado para finalmente dialogar sobre la página, habrá quien recurra a una prosa más cercana a la literatura olvidando (al menos en esta fase) la importancia del «aquí y ahora» en una narración secuencial clásica.

Incluso habrá quien prescinda de esta parte del proceso como tal y la sustituya por un elemento gráfico como un storyboard o similar.

En mi caso particular yo puedo escribir solo un guion o escribir dos y será cada una de las dibujantes con las que trabajo quien tendrá que decidir si prefiere trabajar con uno de los guiones o con los dos.

Mi primer tipo de guion lo escribo exactamente igual que un guion cinematográfico. Es más, soy bastante escrupuloso con el formato, utilizo un programa profesional y trato de cuidar bastante la escritura en el sentido de que soy estricto en la forma.

¿Por qué? Porque aprendí que cuidando la forma todo se vuelve mucho más efectivo y resulta mucho más sencillo transmitir las imágenes concretas que quiero transmitir.

Cumplo varias de las normas clásicas referidas a los usos de las mayúsculas, interlineados y demás, pero sobre todo, cumplo a rajatabla con la máxima de no incluir anotaciones técnicas (eso a lo que el gran William Goldman llamaba «cámaramierda»).

Un poquito de guion

¿Por qué lo hago si a fin de cuentas podría facilitar el proceso y, bueno, no estoy haciendo una película? Porque si tengo que esforzarme por buscar la manera de transmitir que lo que quiero es un plano contrapicado en vista subjetiva sin poner que es un plano contrapicado en vista subjetiva, me estoy obligando a pensar y, si me obligo a pensar, todo saldrá mejor o, al menos, estará más pensado, tendrá motivos, tendrá un porqué y tendrá intención.

¿Podría utilizar un formato de guion más simple o que no procediese directamente de la escritura cinematográfica? Podría, sí, pero no quiero. Teniendo en cuenta solo la obra publicada he escrito un total de 1680 páginas de guion, si sumo lo que no salió es posible que me acerque a las 2500 y todavía no me he cansado de este formato ni tampoco he encontrado una alternativa que me funcione mejor. Y sí, he probado, ya comenté antes que soy de curiosear y de probar.

Pero no lo hago solo por costumbre o porque es la base de mi formación (que también), lo hago porque es el canal que mejor me ayuda a transmitir el mensaje de la mejor manera posible, es decir, como fundamento básico de comunicación. Porque no lo olvidemos, los guiones no están escritos para ser leídos, están escritos para ser dibujados y, por tanto, son un vehículo transmisor, una fórmula, una receta, el libro de hechizos, pero no el hechizo mismo.

Ese es el motivo principal: un guion de este tipo me permite ser infinitamente más detallado, en las descripciones, en las acciones y en los diálogos y en lo que para mí es la gasolina real de la ficción: las reacciones.

Algún día (o puede que no), escribiré algo explicando por qué creo que debemos detenernos mucho más a escribir las reacciones concretas de nuestros personajes porque es ahí donde suelen suceder los cambios de polaridad en las escenas, donde más afloran las emociones en escena (y por tanto también en las lectoras) y donde más se pueden marcar los diferentes pasos en un arco de transformación, pero eso, algún día.

Además de todo lo comentado, hay algo sobre lo que regresar: si la escaleta es escritura fría, el guion es puro calor, calentura absoluta y contagio emocional. No se trata solo de tocar la partitura siendo correcto y milimétrico, al contrario, es momento de interpretar, de hacer que brille la composición aportando un punto de ingenio (solo cuando lo tengo) e intentando calibrar las emociones (siempre me paso de frenada porque soy melodramático. Gallego, bajito, guionista, de barrio y melodrámatico. (Pero te quiero, así que haz el favor de quererme)).

Ahora sí que sí: el guion es puro juego. Es la ruleta, es el blackjack, es una partida de Kingdom Hearts 2 en Bastión Dorado en el momento en que tienes que matar un millar de Sincorazón, es una partida de palas en la playa con los pies metidos en el agua, es una sesión de Hombre Lobo de nueve horas, es una pachanga en un campo de hierba o un veintiuno en esa canasta en la que sabes que te entra todo. Es divertimento en esencia. Y no tiene nada que ver con si lo que escribes pertenece a un género o a otro, sino con ese entrar en flujo que comentaba antes.

Cuando eso ocurre en esta fase me pasan cosas maravillosas. Puedo perder la noción del tiempo y eso para mí, que siempre ando pendiente del reloj, es una auténtica bendición. Puedo meterme tanto en la historia que lo que escribo me deja afectado varios días o me hace reírme a carcajadas o me amarra con un nudo en el estómago que no me suelta o me hace tragar saliva o me hace morderme el labio o me pone blandito…

Esos momentos. Esos instantes de deleite absoluto en los que gracias a las palabras que escribo sobre un papel soy capaz de experimentar una emoción como si aquello que le pasa a mis personajes me pasase a mí, esos momentos… eso es por lo que yo escribo.

También hay una esperanza de que otros puedan llegar a eso mismo, eso resulta evidente, pero aunque nadie jamás leyese ni una sola palabra de lo que yo cuento, aunque toda mi obra fuese borrada y eliminada, yo seguiría escribiendo solo por eso, porque la escritura me permite sentir, emocionarme y experimentar y, por tanto, me enseña y me transforma. Pocas cosas conozco yo con ese inmenso poder.

Todo eso solo aflora cuando escribo un guion literario (o un cuento, una novela, un relato, una pieza teatral…) porque solo en esa fase soy capaz de trasladarme a la piel de cada uno de los personajes para hacerlos hablar, para que actúen, para que reaccionen y para que experimenten aquello que yo necesito que experimenten.

Además, un guion de este tipo me permite controlar elementos básicos referidos al ritmo y el tono, pero sobre todo me obliga a pensar en imágenes.

Hay veces en las que mi proceso acaba aquí porque la dibujante con la que voy a trabajar no quiere que me encargue de la puesta en página viñeta a viñeta porque prefiere hacerlo ella. En ese momento paso a un plano diferente, el de recibir storys o layouts e ir comentando.

Pero hay otras veces (bastante a menudo) en las que mi proceso no está terminado, toca seguir.

Hangar número 6: la libretita de los layouts

Puede que el dibujante me diga que prefiere que me encargue yo de hacer la puesta en página por muchos motivos diferentes que, en realidad, no vienen al caso.

Quiero dejar bien claro que tanto si trabajo con guion técnico como si no, el guion literario (el paso anterior) lo voy a realizar siempre. Ya he dicho que la mayor satisfacción que me proporciona la escritura es poder experimentar diferentes emociones a través de lo que escribo y eso solo lo consigo escribiendo de una manera determinada. Sería idiota si me robase eso.

¿Podría escribir directamente un guion técnico? Sí, claro, y más después de acumular cierta experiencia, pero desperdiciaría lo mejor que me da la profesión ¿a cambio de qué, de tiempo?

Tiempo no tenemos, así que por mucho que lo gane, acabaría por no tenerlo igual.

Hace un par de años leí en el maravilloso «No seas tú mismo» de Eudald Espluga que la tendencia de cualquier proyecto siempre es la de ocupar todo el tiempo disponible independientemente de cómo te organices. Si ganase tiempo por hacer solo guiones técnicos, acabaría llenándolo haciendo layouts más detallados o escaletas aún más densas o biblias de mundo o cualquier otra cosa con tal de dedicar las mismas horas que le dedicaría con mi proceso habitual.

Aclarado esto, entre el guion literario y el guion técnico hay una fase intermedia: los layouts en las libretitas.

Si no tienes claro qué es un layout se podría definir más o menos como la disposición que tendrán las viñetas dentro de cada página. Es un croquis montado por páginas en el que podemos ver cómo se dividirá la información.

Si yo supiese dibujar utilizaría esta fase a modo de storyboard y, aún sin saber, es lo que hago pero con moñecajos y anotaciones que solo entiendo yo.

En esta fase vuelvo a salir del mundo digital y me voy al puro analógico para ir dibujando con un lápiz viñeta a viñeta el aspecto que tendrá cada página. Utilizo siempre una libreta pequeña en tamaño A6 porque es lo suficientemente grande para controlar el espacio que tengo y lo suficientemente pequeña como para que no me resulte engorroso trabajar con ella.

Además, el hecho de que sea una libreta me va perfecto para controlar el sentido de lectura, trabajar la narrativa, controlar los pasos de página, preparar juegos de espejos y todo lo que me apetezca probar y experimentar en cada momento.

Utilizo un lápiz para dibujar los layouts porque me permite borrar con facilidad. Y borro mucho, muchísimo, porque algo muy importante en esta fase es que toca pensar y pensar implica equivocarse, encontrar soluciones mejores e ir hacia delante y hacia atrás muchas veces hasta que queda más o menos bien.

En este momento vuelve a haber diversión, mucha, pero es un tipo de divertimento muy diferente. Se trata de encajar las piezas, de armar un puzzle cogiendo un texto que sugiere gran cantidad de cosas y bajarlas al papel escogiendo la mejor manera de plasmarlas.

No es dibujar, claro, pero es lo más cerca de ello a lo que yo llego. Escojo valor de plano, angulación, composición, qué hay en primer término y en segundo, dónde van los bocadillos, cómo transito de viñeta a viñeta y de página a página, si hay o no hay onomatopeya, imagino en mi cabeza el resultado final y lo anticipo a base de circulajos y códigos que solo tienen sentido si estás en mi cabeza.

Mientras escribo este texto estoy inmerso en la escritura del guion técnico más largo que haya escrito nunca, el de «Brain Rot» que rondará las 240 páginas y toda esta parte de los layouts la estoy disfrutando muchísimo porque además ya he trabajado con Carles Dalmau y con Eiden Marsal antes y eso hace que les conozca bien y sé dónde puedo apretar o cómo tengo que escribir cada cosa.

Inciso (otra vez, ya avisé de que iba a ser un texto intensito): trabajar varias veces con el mismo equipo, ya sea con un solo dibujante o con dibujante y colorista es una auténtica bendición para un guionista o al menos para mí siempre lo ha sido porque ese conocimiento mutuo genera sinergias que casi siempre se convierten en trabajos mejores.

Último destino: el guion técnico

El layout en las libretitas y el guion técnico no son la misma cosa aunque puedan ser parecidas. Si el layout lo hago a mano, es un poco guarro y un tanto caótico para cualquiera que no sea yo (o para mí si lo veo dos semanas después de haberlo hecho), el guion técnico trato de que sea lo más pulcro, concreto y detallado posible sin ser excesivamente pesado o cargante.

Volviendo a algo que ya comento un par de párrafos más arriba: existe gran diferencia entre si hago un guion técnico para alguien con quien ya he trabajado anteriormente que si lo hago para alguien con quien trabajo por primera vez por una cuestión obvia: nos conocemos.

Y hablo de conocimiento a nivel artístico y estético y también a otros muchos niveles. Entre tú yo, ahora que no nos leen más que las seis o siete personas que hayan llegado hasta aquí: son los dibujantes, por lo general, seres inseguros. ¿Lo son todas? Pues no. ¿Muchas? Muchísimas. ¿Por qué? Por cientos de motivos diferentes. Intenta ganarte la vida en una profesión como hacer tebeos y en un mundo dominado por un bombardeo de imágenes incesante en el que se juzga cada una de esas imágenes en fracciones de segundo de formas absurdamente crueles. ¿Eso no te generaría inseguridad?

El caso es que si existe conversación, entendimiento, buena onda y demás, también existe un saber que me ayuda a encontrar el mayor lucimiento de quien dibuja. Porque no nos equivoquemos, cuanto más se luzca quien dibuje, mejor para todas. Y cuidao, que ese «lucirse» significa tantas cosas diferentes que es mejor que no entre en ello o no acabaré nunca.

Por eso me gusta que la información esté lo más clara posible en el técnico, porque tras ella subyace la intención concreta de cada página o incluso de cada viñeta.

Pero a veces, cuando ya hay confianza total y ciega, la intención no solo subyace, es que la pongo directamente en el papel porque estoy convencido de que es lo mejor.

El guion técnico, además me va a servir como una última reescritura.

Reescribir es algo tan natural en cada parte del proceso que no le doy un apartado en este post porque asumo que todo el mundo comprende que cada una de las fases tiene un primer estado de borrador y después varias versiones hasta que tienen luz verde.

Pero ¿esa luz verde quién la da? Pues… en lo referente a los cómics lo más habitual es que se la dé yo o en contadísimas excepciones una editora.

Ahora bien, la versión casi final de todo el texto se formará sobre guion técnico porque ya en los layouts en la libretita he ido corrigiendo cosas del literario y cuando los paso a limpio todavía reviso alguna cosa más.

Si todo ha ido bien, aquí termina el proceso en solitario y después ya solo quedará la puesta en común y el baile con el dibujante. Recordemos una vez más: el guion, aunque sea técnico y haya acumulado muchas fases diferentes, sigue siendo guía, partitura, después llega otra persona e interpreta.

Y ahí ocurre algo que tiene mucho que ver con la alquimia o con la magia, las palabras se transforman y todo ese proceso que empezó solo en mi cabeza adquiere esencia y se convierte en algo que es, que tiene un soporte real.

Bola extra: la creación de personajes

Sé que en todas estas fases no he reservado ningún apartado para la creación de personajes. Ha sido una decisión consciente con la intención de hacer un texto entero dedicado a cómo los creo, los métodos que más me gustan y cómo su forma final se va generando entre fases y no tanto en un único punto concreto en el que poder decir «venga, esto ya está». Así que, nada, prometo escribirlo en algún momento de un futuro no demasiado lejano.

Oye, si has llegado hasta aquí que sepas que te quiero, que te admiro y que prometo abrazarte como cuando era pequeño y mi madre me decía que abrazase a los eucaliptos porque así respiraría mejor. Puede sonar a chiste, pero siempre he sido de respirar regulinchi, así que yo me abrazaba a esos árboles como si fuese la misión más importante de mi vida.