Saltar al contenido

El real decreto que no debe salir

Desde hace unos días se puede consultar en la web del Ministerio de Cultura el «proyecto de Real Decreto por el que se regula la concesión de licencias colectivas ampliadas para la explotación masiva de obras y prestaciones protegidas por derechos de propiedad intelectual para el desarrollo de modelos de inteligencia artificial de uso general».

Resumir qué significa esto de forma sencilla es bastante complicado, pero venga vamos a intentarlo:

  1. El Ministerio dice que urge que España sea competitiva en la utilización y crecimiento de las IAS generativas y, para eso, es importante que se las pueda alimentar con grandes cantidades de material aunque esté protegido por derechos de autoría.
  2. Para solventar ese «pequeño problema» se legislará para permitir que las sociedades de gestión de derechos (CEDRO, VEGAP, SGAE y otras) puedan ceder grandes lotes a las empresas de las IAG a fin de alimentarlas.
  3. A las autoras, a cambio de esa cesión de toda nuestra obra, se nos podría remunerar (no se explica en ninguna parte cómo, cuándo ni en qué cantidad).
  4. También existirá la posibilidad de que cualquier autora decida que sus obras no sean utilizadas para alimentar la IAG

Hasta ahí todo más o menos claro, pero empecemos a hacernos preguntas.

¿Por qué el Ministerio de Cultura argumenta que existe tanta urgencia por mantenernos en la vanguardia en cuanto a las inteligencias artificiales generativas se refiere?

¿Cuál es exactamente el beneficio que sacamos los españoles de que Chat GPT o Midjourney mejoren gracias a las obras de los autores nacionales cedidas en tropel?

Mira que doy vueltas y… ni idea… la verdad es que no entiendo en absoluto cuál es la urgencia.

Hace ya mucho tiempo que se lleva diciendo de forma muy activa que la cuestión de las IAG debe pasar por una regulación y este remiendo intenta asemejarse a una.

Sin embargo lo hace de la peor de las maneras posibles, haciéndolo por lotes masivos argumentando que resulta muy «oneroso» ir preguntando a cada autora una a una y que eso sería inviable y poco práctico.

¿Inviable? ¿Poco práctico? ¿Acaso es Open AI una empresa de pocos medios económicos? ¿O será más bien que se les quiere facilitar la compra?

En fin, a ver si somos capaces de recordar un pequeño detalle: las autoras solo tenemos una cosa que nos pertenece en toda la cadena del libro.

Por lo general no acumulamos riqueza, más bien al revés, acumulamos pobreza, no tenemos librerías, ni almacenes, ni oficinas, ni camiones… Tenemos solo una cosa: los derechos de nuestras obras.

Y, aunque siempre se nos olvide, se supone que somos soberanas sobre ellos. Nosotras decidimos a quién los cedemos, durante cuanto tiempo y en qué forma han de ser explotados.

Podemos negociar con unos y con otros buscando la mejor oferta y, si no nos gusta, podemos decir «adiós muy buenas».

Así que, la primera en la frente, con este sistema yo no podré (quiera o no) negociar el precio de mis obras una a una por separado. El que se supone el primer derecho que me garantiza la ley de propiedad intelectual salta por los aires porque el Ministerio dice que sería muy «oneroso» para las empresas tener que negociar uno a uno y que mejor que lo haga CEDRO en negociaciones por lotes.

Sí, mucho mejor…

Pero sigamos. Imaginemos que un día nos llega a todas un correo de CEDRO (que llegará) diciendo que se ha cerrado un grandísimo acuerdo con Open AI y otro con Google y otro con Elon Musk. Cada autora va a recibir 10000 euros por la cesión de sus obras si tiene más de cinco, 20000 si tiene más de diez y 30000 de veinte en adelante.

Los aplausos suenan hasta en Júpiter. ¿30000 pavos por todo lo que he escrito hasta ahora? Menuda maravilla loca.

Esto es una exageración, claro, no serán 30000, me imagino que será algo del tipo 100 euros al año o similar.

Pero venga, vamos a soñar que es gratis: 30k de los gordos. Difícil resistirse, claro, porque no lo olvidemos, las autoras somos pobres, pobres como ratas.

Pero claro, ¿a cambio de qué son esos euros? Pues a cambio de alimentar de tal forma a las IAG que en seis meses nadie necesitará un Fernando Llor para escribir nada. Y ahora tampoco es que me necesiten, pero a partir de ahí pues bastará con un par de prompts un poco apañaos y listo.

Es decir, treinta mil pavos a cambio de que una máquina aprenda todo lo que hago, lo analice, lo comprenda y lo mejore.

Por supuesto, yo podré negarme y me negaré, pero ¿cuánta gente aceptará? ¿Cuánta gente acostumbrada a los precios tan bajos de nuestra industria tendrá la tentación de aceptar la pasta porque simplemente la necesita?

Y, claro, toda esa gente que sí aceptará lo hará a través de un intermediario: una asociación de gestión de derechos.

Eh… a ver… ¿nadie recuerda los escándalos (en plural) que ha habido en España siempre con la sociedades de gestión de derechos?

¿Cómo se va a gestionar esto? ¿Me pagan a mí lo mismo por cada una de mis obras que, no sé… a Arturo Pérez-Reverte? Porque entiendo que a Chat GPT le importa poco si una obra vende más o vende menos y, de lo mío pues imagino que aprender, lo que se dice aprender, aprenderá igual.

Eso quiere decir que, una vez más, alguien tendrá que establecer baremos, tablas, tarifas… ¿Y quién las hace? Pues ni idea. Yo no.

Y así volvemos al punto de inicio: alguien que no soy yo tasará lo único que tengo, mi obra. No podré negociar, se alimentará con ella a un bicho que ya genera sopotocientos millones, y se le dará el material que necesita para que no me necesite ni a mí ni a todos mis compañeros.

Este proyecto de decreto ley es una locura y tiene difícil solución mientras el Ministerio siga argumentando que le urge alimentar a las IAG porque hay que mantenerse a la vanguardia de no sé muy bien qué.

Está en juego nuestro patrimonio cultural. Pero no el de ahora mismo, el de dentro de dos o tres años. La velocidad a la que aprende Chat GPT (y los de su competencia) es alucinante y su siguiente fase (que está al caer) ya podrá razonar y supondrá una locura con respecto a lo ya vivido hasta ahora.

Por eso necesitamos protección, cuidado y ética. Poner en el centro a las autoras mucho antes de que empiecen a llenar las librerías de libros firmados con seudónimos que en realidad sean inteligencias artificiales alimentadas en masa con los datos cedidos en lote por una sociedad de gestión de derechos, y gracias a un decreto ley que le urgía mucho a un Ministerio.

Corazón, cabeza y ética. Nos hace falta mucho más de eso y muchas menos urgencias incomprensibles.

Por mí y por todos mis compañeros.