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¿Feliz día del libro?

Ya estamos aquí otra vez, el día del libro, la más maravillosa fiesta de la lectura para grandes y pequeños. Debo reconocer que en mi casa lo vivimos como un momento especial, visitamos la librería y escogemos títulos que nos regalamos unas a otras.

Las celebraciones de este tipo no es que sean necesarias, es que son imprescindibles. Y quiero dejarlo claro porque si luego hago alguna crítica que nadie venga a decirme que voy a la contra y blablabla.

Cada 23 de abril, además del día internacional del libro, se celebra el día de los derechos de autoría. Y más que una fiesta lo que tenemos es una emergencia, una situación de crisis como no la hemos tenido nunca y, por supuesto, una reivindicación.

Los derechos de autoría son lo único que tenemos las autoras en la cadena de valor del libro. Es todo aquello que podemos hacer con una obra y, a través de la ley de propiedad intelectual, se establece el reglamento según el cual sacaremos rendimiento económico de nuestra labor artística.

¿Y por qué están en crisis nuestros derechos? Por muchos motivos, pero especialmente tres. Una tríada mortal que no deja de avanzar y que cada vez va arrinconando más y más a la clase creadora.

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL GENERATIVA

A estas alturas todas tenemos claro que la inteligencia artificial está suponiendo un antes y un después en el mundo del arte y en las consideraciones estéticas del público en general.

Algunas dirán que esto ya ha ocurrido antes y que volverá a ocurrir y no deberíamos tener miedo al progreso. En fin, una vez más estamos ante un problema de narrativas.

Con el nacimiento de la fotografía hubo una oleada de gente diciendo que sería el fin de la pintura. Cuando llegó el cine se dijo lo mismo de la fotografía. Con la televisión se acabarían el cine y la radio. Esas son historias que se contaron que se asemejan a esa que dice cada diez años que se acabará el libro en papel.

Sin embargo, ahí están la pintura, la fotografía, el cine, la televisión, la radio y los libros. Ahí siguen. El problema es que esos relatos no tienen nada que ver con la irrupción de las inteligencias artificiales generativas en el mundo artístico. ¿Por qué? Ay, amiga mía, porque todos esos avances tecnológicos que revolucionaron las artes en su momento lo hacían desde la innovación, la originalidad y con cierto sentido de la maravilla que lo dotaba todo de ilusión y de ansias por descubrir y por crear.

Las IAG parten de un sitio muy diferente: de ser entrenadas con imágenes ya creadas previamente que poder recombinar para supuestamente generar algo «nuevo». Y ese lenguaje, esa retórica del aprendizaje de la máquina, esconde el mayor robo de propiedad intelectual que hayamos visto nunca en la historia.

Tampoco es plan de repetir una vez más por qué las IAG son artefactos del latrocinio, cualquiera que se haya asomado a las redes sociales en el último mes puede ver todo lo que ha ocurrido con el cacareado filtro Ghibli y otros similares. Te gustará más o menos, disfrutarás mucho de subir una foto de tu familia y entregar a una máquina parte de tus datos y la imagen de tus hijas, allá tú con tus cosas, pero es que encima estás contribuyendo a un robo, al mayor atraco cometido en el arte desde el principio de los tiempos.

Puedes camuflarte tras la «democratización» del arte si quieres, pero parafraseando a Kase O: «no tienes por qué ser MC, hijo, por qué no coges el consejo que te dejo». Si hasta el día de hoy no tenías interés por ser artista, si lo tenías pero no querías invertir el tiempo necesario para desarrollar una habilidad o si lo único que ves en todo esto es un pasatiempo o una vía de negocio, pues… perdóname pero déjalo, será lo mejor, te evitarás frustraciones y nos evitarás más retrocesos estéticos.

Por mi parte lo tengo cada vez más claro: la fascinación por la IAG en el desempeño artístico es una mera burbuja, un espejismo que morirá antes incluso de nacer. Habrá novelas, cómics, tiras cómicas y demás generadas con IAG y rápidamente morirán sin recorrido alguno más allá del Facebook de tu primo o el Instagram de tu exnovia la de Cádiz. Habrá oleadas como lo del filtro de Miyazaki, igual que las hubo hace años con el efecto Simpsonizante y demás zarandajas que servían para quedarse con tus datos y venderte cosas.

Pero no hay negocio para las obras creadas con inteligencia artificial porque nadie quiere leer algo escrito sin una pizca de verdad. Seguimos contándonos historias desde hace milenios, somos Homo Narrans, y lo somos porque es nuestra manera de explicarnos y explicar el mundo. Eso ya no se puede cambiar. ¿A quién le interesaría leer algo sabiendo que lo que está detrás de un bonito molde no es más que un inmenso vacío? La ficción, en todas sus formas, nos ayuda a comprender el mundo, a darle forma, a hacer funcionar nuestras neuronas espejo haciendo que entremos en flujo con aquello que vemos, leemos o escuchamos. Pero si no hay nada detrás, si no hay un pedazo de la persona que canta, que dibuja, que escribe, ¿sentiremos algo, empatizaremos, entraríamos en flujo con un relato escrito por un bot sabiendo que lo único que ha hecho es cruzar unos datos con otros para intentar emocionarme sin haberse emocionado nunca jamás?

Por eso creo que no funcionará. Eso no quita que ahora mismo estemos en peligro. Lo estamos porque una vez más se está despreciando lo único que tenemos: nuestra propiedad intelectual. Y no lo olvidemos, recordemos siempre cuál fue el punto de partida para legislar sobre las IAG en España a través de lanzar una propuesta de Real Decreto totalmente vergonzosa.

Tampoco olvidemos que esa cuestión quedó en standby y hasta el momento el ministerio ha paralizado todas las conversaciones.

Necesitamos una regulación que se posicione del lado de las personas, que respete al máximo nuestro poder de decisión con respeto a la explotación de nuestros derechos y que empiece por indemnizar por lo que ya ha sido robado. No hay otro camino.

LA SOBREPRODUCCIÓN

Si has leído antes este blog sabrás que uno de los temas de los que más suelo hablar es la burbuja de sobreproducción. Sí, ya sabes, esa que se ha llevado por delante a la que hasta hace bien poco era la segunda editorial más importante por número de novedades del país: ECC.

No deja de asombrarme cada día que pasa que ya nadie hable del tema, que más allá de quién se quedaba la licencia de X o Y, no haya gente opinando y analizando con un mínimo de profundidad todo lo que ha ocurrido para llegar hasta aquí.

En 2025, una sola empresa va a superar con creces el millar de novedades y va a publicar todo el material de las dos majors estadounidenses. A falta de saber las cifras reales a final de año y contando con que la publicación del material de DC empezó en abril, estaremos hablando de que una única empresa estará lanzando al mercado cerca del 25 por ciento de todos los tebeos que se ponen a la venta en España. Una empresa. Una cuarta parte del total.

Es una auténtica locura surgida de una burbuja que se lleva por delante el sistema y apenas nos importa porque toca hablar del nuevo Batman, el nuevo Superman, la nueva Wonder Woman y el hype que tienes porque mira qué brillante es todo este material reeditado doscientas veces y que me vendes mucho más caro que hace diez años.

Estar por encima de los 4500 lanzamientos de cómic al año es una barbaridad, una barrabasada que debería hacer pensar por el impacto que causa en toda la cadena. Pero hoy es el Día del Libro y aquí ya podemos perder la cabeza por completo.

Hace tan solo dos semanas, el Ministerio de Cultura sacaba pecho en redes sociales con un dato: en 2024 se inscribieron en el ISBN casi 90000 títulos, un crecimiento del 2,6 por ciento con respecto al año anterior.

Noventa mil títulos. Sé que me repito muchísimo, pero es una auténtica locura.

En el año 2022, en el marco del XXV Congreso de Librerías celebrado en Madrid, se presentó el documento: «Las ineficiencias del sector. Una propuesta de mejora» elaborado por Juan Miguel Salvador de la librería Diógenes. Allí se daba un dato que rápidamente acaparó titulares de las secciones culturales de todos los periódicos: el 86 por ciento de los títulos que se ponen a la venta no consiguen vender más de 50 ejemplares.

Pero ojo, porque había algunos datos más: casi la tercera parte de los títulos que tienen stock no venden ni un solo ejemplar a lo largo de un año. Solo el 0,1 por ciento de todo lo que se pone a la venta consigue vender más de 3000 copias.

Todo esto genera un sistema que se basa en la devolución que, en muchos casos, llega a estar por encima del 30 por ciento. Eso significa que la tercera parte de todo lo que se pide en la librería acaba volviendo al punto de partida. Esto supone una inmensa cantidad de trabajo improductivo, un incremento del coste logístico, un fuerte impacto ambiental y el haber convertido lo que nació como un sistema de corrección del negocio en la base sobre la que se sustenta todo y alimenta una burbuja.

¿Cómo afecta esto a los derechos de autoría? Pues como un misil dirigido a los mismísimos cimientos. Con el modelo actual, extendido en toda Europa, las autoras cobramos única y exclusivamente una parte proporcional de las ventas que ronda el diez por ciento (con excepciones hacia arriba y hacia abajo) de cada ejemplar menos impuestos.

En un sistema de 90000 títulos con un 86 por ciento de títulos que venden 50 ejemplares ya se puede imaginar la ruina.

En el cómic está estandarizada la figura del anticipo (algo que no siempre ocurre en la literatura), es decir, solemos cobrar una cantidad X de ejemplares antes de que efectivamente se vendan. Más allá de si las cantidades de esos adelantos son mayores o menores, la realidad demuestra que en un altísimo porcentaje esa cantidad es la única que se percibe durante toda la vida del libro.

Y esa vida cada vez es más corta. A mayor número de novedades la rotación en las librerías es mucho mayor, el tiempo de exposición de cada obra en el punto de venta es menor, disminuye también el tiempo de promoción y, en cuestión de semanas, la obra desaparece.

La sobreproducción amenaza a las librerías porque se mueven en un sistema de devoluciones infinitas que generan una rueda de deuda inasumible. Amenaza a las editoriales que se ven obligadas a meter más y más títulos en el mercado para ir recogiendo pequeñas cantidades de cada título y para mantener acuerdos asumibles con las distribuidoras y las distribuidoras ven crecer sus gastos porque necesitan hacer cada vez más viajes, contar con soluciones de almacenamiento cada vez mayores y acaban generando mayor huella ecológica.

Mientras tanto, en el último peldaño de la escalera, en los sótanos cochambrosos, las autoras cobramos cada vez menos y asistimos al funeral de nuestras obras mucho antes de tiempo.

LOS CONTRATOS DE ADHESIÓN

¿Y a qué lugar nos lleva todo esto? A diferentes sitios con tratamientos parecidos. En ecosistemas donde impera la saturación, la salida más habitual por parte de las empresas es introducir cada vez más títulos en la rueda con tiradas más cortas esperando encontrar un unicornio: una obra que venda lo suficiente como para pagar la fiesta de todas las demás.

Cualquiera podría pensar que esta lógica es insostenible a largo plazo y, evidentemente, lo es. Por un lado ya sabemos que las librerías lo sufren a modo de rotaciones sin fin. Aquellas que realizan labores de divulgación e intentan ejercer de prescriptores se hunden en la vorágine y acaban leyendo en diagonal y dedicando apenas unos párrafos y unos minutos a cada obra porque la incesante pila de lectura no baja nunca.

Por supuesto, cada vez más títulos se quedan por debajo del radar y, a pesar de lo tremendamente difícil que resulta conseguir publicar una obra, cada vez es más fácil morir enseguida en el medio de una trituradora que nunca se detiene y salta de fecha en fecha con los listados de «lo mejor» del mes, del trimestre, del semestre y del año donde solo se cuelan unos cuantos elegidos casi siempre marcados, una vez más, por la novedad.

En medio de este contexto salvaje, las empresas tratan de optimizar todo lo posible su espacio en la rueda. Y eso es una forma eufemística de decir que necesitan abaratar costes. Para cada título, normalmente, las dos cantidades más altas que debe afrontar una editorial son la imprenta y el pago de derechos.

Si se lanzan más títulos la manera de rebajar es hacer tiradas más cortas. Con las tiradas más cortas los adelantos son más bajos. ¿Cómo blindamos todo esto? Con contratos de adhesión, es decir, mostrándose inflexible en las negociaciones y esto se puede hacer de dos maneras diferentes.

La primera consiste en decir que la cosa está muy mal, que el mercado está como está y que te van a pagar poco ahora, pero que si todo va bien, si las ventas acompañan y si llegan los acuerdos internacionales, ganarás mucho más.

La segunda es directamente decirte que lentejas.

En realidad las dos llegan al mismo sitio, pero una trata de camuflarlo un poco.

Es el momento de contar una pequeña anécdota. Hace cinco o seis años una editorial que estaba muy en boga en aquel momento nos ofreció un contrato para lanzar un cómic con ellos con un adelanto bastante elevado para lo que suele ser el mercado nacional: 12000 euros.

A cambio de ese dinero nos pidieron: ceder todos los derechos de la obra en exclusiva hasta que esta entrase en el dominio público (es decir, 70 años después de nuestra muerte), cederlos para el español, el inglés, el chino, el alemán, el ruso, el italiano, el portugués y el japonés y en cualquier territorio en el que alguna de esas lenguas sea un idioma oficial.

Lo primero es ilegal, en España el máximo tiempo de cesión para cualquier cosa publicada con forma de libro es de 15 años. Lo segundo no es ilegal, pero es tremendamente abusivo.

Pedimos negociar y la respuesta fue sencilla y demoledora: «podemos hablar de todo lo demás, pero eso es innegociable».

Innegociable.

La única palabra que debería estar prohibida en un proceso llamado «negociación» y que, por desgracia se repite en demasiadas ocasiones.

Por supuesto esto no es más que una anécdota, un caso aislado, pero me consta que ocurre más veces tanto en nuestro mercado como en mercados de esos que se consideran «mejores» y en los que al final es cierto que se suele pagar más a cambio de condiciones tremendamente restrictivas y, muchísimas veces desde planteamientos de adhesión.

Y así estamos.

Se suceden las fiestas y las celebraciones. Llegan anuncios del sector hacia afuera que ilusionan y son muy necesarios. Se incrementa nuestra proyección internacional y enseguida se pondrán en marcha ayudas directas a la creación de cómic por valor de un millón de euros.

Mientras tanto, en el sector hacia adentro vivimos con miedo, con un mercado saturado que huye de cualquier tipo de regulación que no sea a base de cierre de empresas y de miles de títulos muertos y el fantasma de la inteligencia artificial generativa sobrevuela todo el panorama, ya no tanto por lo pernicioso del sistema en sí, sino porque ya han salido empresarios afirmando y demostrando que no se ponen ni coloraos al utilizarla sabiendo todo lo que supone.

¿Y TODO ESTO TIENE ARREGLO, HAY ALGO QUE SE PUEDA HACER?

Sí, claro, pero todo pasa por la voluntad. Una voluntad que nos implique a las autoras y también a los empresarios y actores públicos. Hay una buena cantidad de medidas que se podrían poner en marcha en cuestión de meses:

1.- Reducir de forma considerable el número total de lanzamientos anual, protegiendo especialmente a la obra nacional y garantizando una mayor sostenibilidad de toda la cadena que reduzca la huella ecológica que supone la saturación del mercado.

2.- La puesta en marcha de una mesa de diálogo intersectorial que aborde las problemáticas internas y busque la mejora de las condiciones de las partes más precarizadas.

3.- El incremento del porcentaje de royalties habitual hasta el 14 por ciento como base y creciendo en función de las ventas.

4.- La asunción de todos los costes entre editoriales, librerías y eventos, incluyendo desplazamiento, alojamiento y dietas cuando las autoras deban acudir a presentaciones, sesiones de firmas o cualquier otro evento relacionado con la promoción de una obra.

5.- El reconocimiento de la intermitencia en el trabajo de modo que los períodos de inactividad no signifiquen períodos de desprotección, garantizando la acción protectora de la Seguridad Social. Se debe considerar el tiempo de preparación como parte de la actividad laboral y cubrir la inactividad con prestaciones de paro a partir de un número de días de afiliación.

6.- Establecer una cuota de autónomos progresiva que se suprima por completo cuando los ingresos sean inferiores al SMI y vaya aumentando en el momento que se supere ese baremo.

7.- Supresión del IRPF cuando los ingresos no superen el SMI.

8.- La creación de un epígrafe específico para historietistas en el IAE.

9.- Desarrollar el artículo 64 de la Ley de Propiedad Intelectual en su apartado cuarto para establecer en qué condiciones se considera que las editoriales realizan una explotación continua de las obras cedidas y rescindir los contratos automáticamente cuando no sea así.

10.- Desarrollar el artículo 64 de la Ley de Propiedad Intelectual en su apartado quinto para concretar de qué forma deben presentarse los certificados que determinen la fabricación, distribución y existencias de ejemplares y ampliar las consecuencias de no hacerlo.

11.- Poner en marcha un organismo de control cuyo único cometido sea velar por la transparencia en el sistema de distribución y que las cifras de ejemplares vendidos de cada obra sean de consulta pública tal y como ocurre en otros sectores culturales como el del cine.

12.- Regular la utilización de las inteligencias artificiales generativas poniendo en el centro que nuestros derechos son nuestros, que solo nosotros podemos negociar por ellos y garantizando indemnizaciones por todo lo expropiado hasta ahora.

¿Y dónde hablamos de todo esto, dónde se le podría dar forma? Pues… mira, amiga mía, se supone que existen dos sitios muy apropiados para trabajar en todo esto. El primero es la Mesa del Cómic que se reúne de forma anual en fechas cercanas al Día del Cómic. El problema es que el orden del día cada vez que se reúne viene impuesto desde el ministerio y no se deja espacio para hablar de todas las necesidades que tiene el sector.

No nos equivoquemos, que exista ya es bueno, ahora bien, debería reunirse mucho más a menudo, con agendas compartidas, plazos, calendarios de trabajo y la posibilidad de ir incorporando todos los temas que el sector considere necesarios y no ir solo a comentar lo que los políticos de turno consideren que toca.

El segundo es la Sectorial del Cómic, pero algo me dice que ahora mismo está tan revuelto el río que será difícil que se quiera tan siquiera plantear que ha llegado el momento de hablar de determinadas cosas.

Pero nada, si ese espacio no quiere acoger ese debate o empezar a asumir de una vez que todas esas cuestiones no van a solucionarse solas o directamente negar los problemas, pues nada, ya habrá otros espacios.

Sea como fuere: feliz día del libro, disfruta de la lectura y, si puedes, regala un libro a alguien que te importe.