Hace ya años que se viene hablando de la famosa burbuja de sobreproducción en la industria española del cómic.
Hace apenas unos días se ha consumado un pinchazo que se ha llevado por delante a la empresa que llevaba tiempo siendo la segunda que más títulos lanzaba en nuestro mercado: ECC.
Hasta ahora he leído crónicas de diferentes pelajes en tonos muy distintos. Son muchas las que dicen que eran poco menos que demonios, que eran gestores terribles, que hacían mil chanchullos, que cometieron siete mil errores… y ojo, que hasta puede que sea cierto, pero… quizás habría que ampliar un poco las miras y darse cuenta de que aquí no hay un problema de gestión que atañe a una sola empresa. Nada, toca repetir: estamos en una burbuja, amiga, cuando las burbujas estallan se llevan cosas por delante.
En fin, voy a tratar de ordenar un poquito el relato.
Corría el año 2017. Por aquel entonces había publicado cuatro títulos en España y allá a donde iba alguien me decía «tienes que publicar en Francia, en España no se puede vivir de los tebeos». ¿Qué hice? Pues lo mismo que haría cualquier otro jovencito ingenuo e influenciable: hacer caso. Publiqué en Francia y, ya puestos, intenté hacer «carrera» en las franciasbelgas.
Tirando de mi astucia legendaria planifiqué una jugada maestra: iba a enviar correos electrónicos. Todo iba como la seda, yo enviaba correos y recibía negativas editoriales. Pero mi plan no era solo enviar emails (que soy tonto, pero no tanto), era generar conversación, algo básico en la venta fría de toda la vida. En ese generar y generar, establecí un vínculo diminuto con una editora de una casa de las gordas. Me había dicho que le gustaban mucho las cosas que le enviaba, pero que tenían que reducir la cantidad de títulos que lanzaban a causa de la crisis de sobreproducción.
Yo me quedé picueto. Hasta ese momento jamás se me había pasado por la cabeza que lanzar demasiados tebeos al mercado pudiese ser un problema. Y pregunté, porque si algo me enseñaron en casa es que preguntar no ofende.
No sé si le caí bien a aquella mujer o es que simplemente vio en aquel hilo de correos la posibilidad de desahogarse de alguna forma, el caso es que empezó a darme detalles que asustaban. Me hablaba de cajas entrando en las librerías que salían dos semanas después sin que nadie las abriese.
Cómics que llegaban, pero nunca se ponían de verdad a la venta, no había espacio físico, no había interés, solo servían para llenar cajas que mover de un sitio a otro porque mover cajas hacía que la deuda fuese cambiando de manos y ese es el verdadero negocio editorial. El círculo no podía parar, la única salida era seguir y seguir y seguir porque si se detenía podía causar estragos.
Por eso me dijo que ella tenía el propósito de bajar el ritmo, intentar desacelerar esa rueda y llevarla a un nivel sostenible.
Debo reconocer que tengo los mismos conocimientos de economía que de bailes latinos. Las cosas como son. Pero empecé a fijarme y, sobre todo, a preguntar hasta que conseguí montarme una narrativa en mi cabeza con mis propias experiencias y lo que fui descubriendo y aprendiendo.
Desde que montamos ARGH en 2019 hablamos de burbuja de sobreproducción siempre que nos preguntaron y siempre que tuvimos ocasión de salir a hablar sobre el mercado. En el 22 y en el 23 esa burbuja se infló más que nunca. Llegamos a estar cerca de las cinco mil novedades al año.
5000 tebeos, casi 250 librerías especializadas, tropecientos eventos de cómic, manga y afines. ¿Había público para todo eso? ¿Cuáles son las consecuencias más directas?
Pues las primeras en sufrir el aumento de la burbuja son las librerías. Se hace del todo imposible gestionar bien todo ese material porque atenta contra dos aspectos físicos fundamentales: el espacio y el tiempo. Evidentemente, un librero no puede ni debe pedir todo lo que salga, pero eso no es algo que le venga bien a la distribuidora que siempre querrá que le pidas todo y más porque su labor es servir material y cuanto más material sirva mejor. ¿O no?
Viví muy cerca el cierre de una librería amiga a finales de 2022. Lo viví con congoja. Recuerdo que al hablar con el librero me decía a medio camino entre la rabia y el llanto: «entre unos y otros me tienen bloqueados más de 8000 euros, así no puedo hacer nada». Habían intentado hacer bien las cosas, pedían las novedades justas y muy ajustadas a sus lectores. Dinamizaron al máximo su espacio, hacían presentaciones, talleres, fiestas, grababan podcasts. Se lo curraban y lo vivían siempre con una sonrisa contagiosa. Pero la burbuja se los llevó por delante. La deuda, ese dinero que sabes que la rueda te debe pero que no sabes cuándo vas a disponer de él, le obligó a bajar la verja para no volverla a subir.
Algunos insistimos: el ritmo es insostenible, caerán librerías, caerán editoriales…
El sello que provocó en su momento que yo siguiese escribiendo se llamaba The Rocketman Project. Más tarde se convertiría en Cósmica y en 2024 dejó de existir. Puede que desde fuera alguien pueda pensar que eso no tiene que ver con la burbuja, que entra dentro de lo habitual que un sello tan pequeño no consiga consolidarse en el mercado. Y hasta puede que sea cierto porque ¿cómo demonios vas a hacerte un hueco en un mercado de casi cinco mil referencias con tus 8, tus 10, tus 12 títulos? ¿Qué presencia te proporciona eso en el punto de venta? ¿Qué pregnancia genera tu marca entre las lectoras?
Sin embargo, cualquier mercado ve desaparecer competidores pequeños todos los días. Sé que esto que cuento no son más que anécdotas que cualquiera puede considerar como elementos aislados e incluso forman parte de eso a lo que se llama «lo más natural del mundo», pero son síntomas, pequeñas dolencias de un estado grave y lo que acaba de suceder es algo tan grande que creo que no se está enfocando del todo bien.
Ha cerrado un trasatlántico, una empresa con más de cien trabajadores, con un catálogo que ha sumado miles de referencias en la última década.
A ver si con el clásico desplazamiento lateral somos capaces de fijar la importancia de esto: ¿alguien se imagina qué ocurriría si cerrase de la noche a la mañana la segunda editorial más importante en el mundo de la literatura? ¿O la segunda productora cinematográfica? ¿Cómo sería el impacto? ¿Cómo afectaría eso al resto del sector?
Eso a lo que se viene llamando ya desde hace meses «lo de ECC» entre las corralas y mentideros virtuales supone un mazazo a nivel global para lo macro porque, evidentemente, se lanzarán menos títulos, bajará la facturación general de todo el sector, bajará la importancia del cómic dentro de todo el sector comercial del libro y no se crecerá, sino que se decrecerá. Y el decrecimiento, en ese terreno de lo macro, tiene una prensa malísima, la peor de todas las posibles.
¿Es malo el decrecimiento en realidad? Pues no, fuera de la lógica impuesta de que siempre hay que crecer (algo falaz e imposible en un mundo de recursos finitos), decrecer no solo es bueno, sino que es necesario para crear una industria equilibrada, sostenible y justa para todas las partes.
Ahora bien, esto que ha pasado está muy lejos de ser un decrecimiento ordenado, es lo contrario, es lo que ocurre cuando se piensa que eso del decrecimiento son teorías de rojos, anarcas y anticapitalistas trasnochados que no saben de lo que hablan y que solo piensas en intervenir el mercado que debe ser libre, libre como el viento y como el mar.
Así que nada, ahí tenemos nuestra buena dosis de libertad, de ansiedad por crecer y crecer y meternos bien hasta el fondo más y más novedades hasta hacernos vomitar.
Insisto, lo que cae no es el típico sello pequeñito en el que trabajan dos o tres personas, es una gran empresa líder del sector y, te guste o no, querida amiga, esto no es solo un tema de que lo hiciesen como a ti te gusta o como a ti te disgusta, esto es el síntoma evidente de un sector enfermo que no ha sabido contraerse cuando le tocaba y, por supuesto, no ha sido nunca capaz de colaborar entre todas las partes para regularse.
Lo de ECC y las autoras
En lo macro, la liquidación de ECC dejará sus muertos a modo de empleados directos, de colaboradores externos, de librerías, de pufos gordos, de pufos medianos y de pufos pequeños por todas partes. Un inmenso cambalache pufero.
En lo micro, en esa parte que jamás interesa a nadie, se quedarán colgando una buena cantidad de autoras nacionales con obras en catálogo, con obras recién publicadas, con títulos que estaban a punto de salir o con contrato en marcha. Y eso, aunque estamos más que acostumbradas a que sea la parte que no importa en absoluto al resto de la industria, es una reverenda mierda.
Recuerdo que en un evento de septiembre de 2021 hablé con un compañero y amigo acerca de la irrupción que estaba haciendo ECC en cuanto al cómic nacional se refiere. Me comentaba que querían hacer las cosas bien, que estaban realmente comprometidos y no lo demostraban solo con la pasta por delante, lo hacían con algo que también es muy importante: las formas.
Me contaba ese amigo que a ECC le enviabas un mail y te respondían a la mañana siguiente, les mandabas una factura y te pagaban sin tener que reclamarlo, te asignaban un editor, se leía tu trabajo, te daba feedback más allá de «me gusta mucho» e incluso aportaba buenas ideas y, encima de eso, todo parecía súper serio.
Cualquiera que lea esto dirá: lo normal.
Pues… hagamos un pequeño alto en el camino. Ojalá fuese lo normal, pero no, es extraordinario, esa forma de proceder tan deseable, está a años luz de la normalidad. Hasta ahora yo he publicado veintitantos títulos. Algunos con editoriales gigantescas, otros con editoriales medianas y otros con editoriales diminutas. Esa profesionalidad en el trato con las autoras en todos los niveles, en todos los momentos y en cualquiera de las fases, solo lo he visto en empresas que puedo contar con los dedos de una mano.
Y, quizás por eso, pensé «ojo, estaría guay enviarles algo a esta gente». Un pensamiento que rápidamente se extendió por el mundillo con una velocidad impresionante. En cuestión de meses si ibas a un evento y te acercabas a los corrillos de autoras escucharías a alguien decir que había hablado con ellos para algo, que estaba preparando algo para ellos y que estaban sorprendidos por las cantidades, por el trato, por lo fácil que era.
Hace unas semanas ya conté mi propia experiencia con ellos desde finales de 2021 hasta principios de 2024, cualquiera puede leerlo. Spoiler: acabó regulinchi.
¿Se quiso abarcar más de lo que se podía? ¿Se hicieron promesas a sabiendas de que no se podían cumplir? Pues no lo sé y, sinceramente, tampoco me importan demasiado los motivos que hubiese detrás de una mala gestión. Me importan las consecuencias, me importan las obras que, una vez más y como siempre, van a morir antes de tiempo. Me importan las autoras detrás de esas obras que, una vez más, serán las que menos titulares ocupen, de las que no hablará nadie en las poses incendiarias en redes, ni en las decenas de canales de «divulgadores» que han visto en la debacle la oportunidad perfecta para rascar casito.
Lo de ECC coincide a la par en el tiempo con la promoción más grande que se recuerda a nivel institucional del cómic y de la industria patria de los tebeos. Resulta paradójico y es lo que hay. A la vez, al mismo tiempo en que lo micro aprieta el culo y hace cuentas para ver cuánta mierda le salpica, lo macro saca banderolas y farolillos para hablar de crecimientos, edades doradas y ayudas millonarias.
Pues mira, ojalá lleguen y entren donde más se necesiten.
Pero no nos olvidemos, el decrecimiento ahora ha llegado por las malas, se puede insistir en las mismas fórmulas de siempre hasta que reviente la siguiente o se puede dialogar entre todas las partes. Que sí, que sé que soy una cansina y que eso no va a pasar y que lo único que digo son tonterías y que no sé de lo que hablo y que las cosas no pueden hacerse así y todo lo demás.
Pues nada, lo que queráis.