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Ya está bien

Imagina esta situación, hagamos un breve juego de rol:

Eres una dibujante de apenas veinte años. Estudias bellas artes o estás metida en alguna escuela de cómic. Puede ser Joso, ESDIP, O Garaxe Hermético o cualquier otra. Tienes una cuenta en alguna red social que suma algunos miles de seguidores, no es ninguna locura, pero tampoco está nada mal.

Por lo que sea tienes ganas de meterte en el mundo de los tebeos, quieres ser profesional y te gustaría tener alguna oportunidad para empezar a publicar. Subes tus imágenes con frecuencia y recibes apoyo y cariño.

Un buen día recibes un mensaje privado:

«Hola, __________, mi nombre es ___________ y soy guionista de cómic. Es posible que hayas visto mi trabajo en algún momento, he publicado con las editoriales __________, ___________, __________ y también ___________.

Llevo un tiempo siguiéndote por redes y tu estilo me parece una maravilla, creo que tienes un grandísimo potencial y vas a llegar muy lejos en todo esto si te lo propones.

Verás, tengo un proyecto medio apalabrado con una editorial, solo nos falta encontrar una buena dibujante y estoy convencido de que eres perfecta para lo que yo tengo en mente. Lo único que necesito es un par de páginas de prueba para ver cómo encajamos y para saber qué ritmo de trabajo podríamos tener, pero ya te digo que está prácticamente hecho y podríamos tener un contrato enseguida.

El proyecto es una historia de fantasía que va de ___________ y ____________ con un toque de ___________.

¿Qué me dices, te animas a embarcarte en esto conmigo?».

A priori te parece una grandísima noticia. Llevas meses hablando con tus compis y con la gente que conoces por las redes de que te encantaría contactar con alguien con un poco de experiencia para tratar de levantar un proyecto y no sentirte tan perdida.

Y BOOOOOOM, resulta que acaban de llamar a tu puerta con una amplia sonrisa y la promesa de que con muy poco esfuerzo estarás dentrísimo de todo el cotarro, con un contrato bajo el brazo y ni siquiera has terminado del todo tus estudios.

Solo hay un pequeño problema: no puedes ponerte con ello al instante, necesitas algo de tiempo, un par de meses, puede que tres. Respondes con un tono tan amable que haría parecer borde a un vendedor de seguros, repites que sí, que sí, que cuente contigo, pero que te espere un poco para que puedas resolver un par de asuntillos pendientes.

Te dice que no hay problema, que ya te volverá a escribir. Es un tono seco, pocas palabras. Dos semanas después deja de seguirte. Lo comentas con alguna amiga y salta el escándalo.

Tu amiga también dibuja. También tiene apenas veinte años. También quiere buscar una forma de entrar en todo esto y, sorpresa, acaba de recibir un mensaje privado en una de sus redes sociales.

Es el mismo mensaje. No es un mensaje parecido, no es un mensaje que quiera decir lo mismo dicho con otras palabras, es exactamente el mismo mensaje, pero donde ponía tu nombre ahora pone el nombre de tu amiga.

Parece una locura, ¿verdad? Parece una historia sacada de un serial televisivo de bajo presupuesto en el que un tipo obsesionado por algo se comporta de forma extravagante, ¿verdad? Diría que sí, querida amiga, que lo parece y, sin embargo, es tan real como salir cuando llueve y mojarse.

Hace apenas unas semanas escribía en el texto del día de mi cumpleaños un breve apartado referido a un perfil de guionista de tebeos nacional que más que dedicarse a escribir se dedica a coleccionar «trofeos», a captar dibujantes jóvenes, exprimirlas, tratarlas de malas maneras y hacerles pasar un auténtico calvario que incluso les hace replantearse si de verdad quieren meterse en esto de los tebeos.

Insisto, puede parecer una locura, pero esta mierda nos está salpicando todos los días y, por desgracia, no solo daña a un puñado de dibujantes que pasan un mal trago o tienen una mala experiencia durante unos meses (que ya sería daño más que suficiente), también daña a la profesión entera de guionista de historietas y enturbia y dificulta un trabajo que ya es bastante complicado por sí solo.

Ir por la vida con una plantilla preparada para escribir a gente que cumple siempre un determinado perfil (joven, con poca experiencia, con ganas de abrirse camino haciendo tebeos…) es, cuanto menos, delirante.

UNA PLANTILLA. No te has tomado ni dos minutos para redactar un mensaje dirigido específicamente para esa persona, has copiado, cambiado el nombre y pulsado el botón de enviar.

Es cutre, porque lo es, arroja otro puñado de mierda más en el inmenso receptáculo de cutrez que envuelve al mundillo comiquero patrio, pero no solo es cutre, es peligroso.

¿Qué hay detrás de un comportamiento así? ¿Qué se esconde tras alguien que es capaz de no ponerse ni colorao enviando el mismo mensaje una y otra vez cambiando solo tres o cuatro palabras clave?

Hay algo que trajeron consigo las relaciones vía red social: la avatarización del otro y la pérdida de la distancia. Nos hemos acostumbrado a intercambiar mensajes con una imagen bidimensional representada por una foto o un dibujo. Si no somos capaces de darnos cuenta de cómo se pervierten nuestras interacciones con otros a través de la mensajería digital llegamos a convertirlos en depositarios de nuestras frustraciones, de nuestros deseos o de nuestros odios. Olvidamos, porque nos conviene, que del otro lado hay una persona.

Esto genera contactos viciados y comportamientos que esconden algo muy grave: en realidad no importa tu estilo, no importan las ganas que tengas, no importa tu nivel ni si te gusta más o menos el proyecto, nada de eso importa. Tampoco importas tú en absoluto, lo que tú eres, lo que tú quieres, lo que tú sientes o cómo te comportas. Nada de eso entra en la ecuación.

Te han enviado una plantilla porque es lo máximo que mereces. Un mensaje tipo similar al spam de un banco o a un anuncio de alguna de las miles de plataformas de streaming. Pone hola, pone tu nombre y todo el resto es una condenada plantilla.

Voy a repetirme una vez más, lo siento, pero eso es muy peligroso. Tenemos cientos de problemas en el mundo de los tebeos, cientos. Ya sabemos que hay una pobreza extrema, que hay una burbuja de sobreproducción arrasando todo lo que puede, que las relaciones entre las diferentes patas del sector no atraviesan su mejor momento. Hay problemas en las autoras, en las editoriales, en las librerías, en las distribuidoras, en los eventos… Problemas, problemas, problemas.

En medio de todo esto, con lo que ya resulta bastante difícil lidiar, es vergonzoso que encima surjan personajes capaces de actuar con una falta total de escrúpulos. Que estén dispuestos a engañar, a montar una pantomima y a contarte un bonito cuento, justo el cuento que más quieres escuchar en este momento, para acto seguido convertirse en una pesadilla capaz de hacer que te replantees si de verdad quieres o no quieres hacer tebeos.

Yo me sé el nombre y el apellido de un personaje muy concreto que actúa de este modo. Todo esto que estoy contando lo conzoco por varias compañeras, alguna alumna y alguna amiga. Siempre el mismo proceder, siempre el mismo tipo detrás.

No lo voy a exponer. En público, no. No me corresponde a mí hacerlo. Es más, existen dos o tres tipos más que actúan de forma muy parecida.

Ahora bien, sí que me voy a permitir aconsejar un par de cosillas:

Si quieres intentar entrar en esto y crees que te vendría bien contar con guionista creo que la mejor opción es que busques a alguien que también esté empezando y con quien ir dando los primeros pasos en conjunto, poco a poco, aprendiendo y descubriendo a la vez.

Si prefieres a alguien que ya tenga experiencia porque, de algún modo, percibes que eso funcionará mejor (aunque en un altísimo porcentaje la experiencia no garantiza nada de nada), búscalo tú, da el paso, atrévete, preséntate, escribe. Y, sobre todo, busca referencias, habla con tus amigas y tus compañeras, seguro que alguien conoce a alguien que ya ha tratado alguna vez con esa persona y te puede comentar su experiencia.

Si recibes un mensaje privado de alguien que de buenas a primeras te está ofreciendo un proyecto. Si nunca jamás ha interactuado contigo. Si nunca le has visto en persona. Si ha empezado a seguirte hace un par de semanas o hace un par de días y ya en su primer mensaje te habla de su «trayectoria» y de su proyecto: HUYE Y NO MIRES ATRÁS.

Traslada esto a la vida real, piénsalo solo un minuto: estás en un evento de cómic, se acerca un señor con 15, 20 o 25 años más que tú, te dice que te sigue por redes, que le pareces increíble, impresionante y tiene muy buenos planes para ti, te pone en bandeja de plata esa oportunidad que tanto tiempo llevas buscando. Esgrime una gran sonrisa y te vende que ya ha publicado con _______, con __________ y con ____________. Es más, te da SU TARJETA.

¿Cómo te quedarías? ¿Qué pasaría por tu cabeza?

A mí me da escalofríos.

Cuidémonos un poco mejor entre todas. Hagamos que las relaciones se vuelvan más humanas. Tengamos cuidado con la gente sin escrúpulos. No sé bien cuáles son sus motivaciones y, sinceramente, me importan un carajo. Lo que sí que conozco son las consecuencias, me las han contado compañeras y amigas: decepción, frustración, ansiedad, inseguridad, complejos, desilusión…

Ya tenemos una profesión muy jodida. Ya estamos en un auténtico lodazal rodeados de cosas chungas por todas partes como para que encima tengamos que tratar con criaturas salvajes sin un solo ápice de la más mínima ética.

Quizás te parece que estoy algo enfadado, pero no, en realidad estoy muy enfadado. Me revientan los jetas y los aprovechados. Soy capaz de tolerarlos cuando se lo montan por su cuenta y no perjudican a los demás, pero esto afecta directamente a toda esa miríada de dibujantes a las que envía plantillas, embauca y después, cuando pican, humilla y destroza. Y, además, afecta a toda la profesión y al ejercicio de la misma en un espacio seguro y con un mínimo de garantías.

Ya está bien.