El mundo de los consejos de escritura es gigantesco e inabarcable. Existen infinidad de podcasts, manuales, canales, cuentas en redes, blogs… En muchos de ellos se repiten de forma constante las mismas cosas una y otra vez.
Nos dicen, por ejemplo, que la escritura tiene mucho que ver con la disciplina y que es imprescindible sacar tiempo de donde sea para escribir un poco todos los días. También nos dicen que escribir es reescribir o el clasiquísimo «escribe sobre lo que conoces» tantas y tantas veces malinterpretado.
Tampoco es que yo vaya a negar la mayor (bueno, un poco sí), pero creo que si de verdad quieres escribir va a resultarte muy complejo si nada más empezar tienes que ceñirte a un listado interminable de «tienes que» y «deberías».
Así que prefiero no hablarte de reglas, ni siquiera de consejos, siempre me gusta mucho más enfocarlo como herramientas: elementos que están ahí en una caja para que las utilicemos cuando queramos.
Ya hablé hace tiempo de algunas de ellas: la premisa, el pitch, la escaleta, el guion o el dossier, pero hoy, querida amiga, hoy vengo a hablarte del 3 en 1, un desengrasante que podría venirte de perlas a la hora de enfocar tus escritos y también de enfocarte como escritora.
Ahí vamos: la triple E.
¿Qué es eso de la triple E?
Es el triángulo formado por la expectativa, la emoción y el estilo. Tres patas sobre las que se asienta una construcción narrativa y en las que resulta conveniente buscar un equilibrio.
Primera E: expectativa
La expectativa es aquello sobre lo que giramos siempre que nos enfrentamos a cualquier obra de ficción. Es lo que esperamos que pase en cada trama, en cada escena, de cada personaje, de cada diálogo, de cada interacción. Siempre que ocurre algo sobre el papel o en la pantalla esperamos algo.
Abrimos la página y vemos un paisaje montañoso en un día de ventisca y, de inmediato, nuestro cerebro empieza a generar preguntas y posibilidades.
Abrimos la página y vemos una mano empuñando un arma. Al instante llegarán de nuevo a nuestra mente gran cantidad de variantes.
Pero ojo, esto no ocurre solo con todo aquello que podríamos englobar en las narraciones arquetípicas, sino que nos pasa también frente a obras de carácter más abstracto o experimental. En el mismo momento en el que nos enfrentamos a una secuencia de imágenes empieza un juego entre lo que sabemos, lo que esperamos, lo que creemos que puede suceder y lo que al final sucede.
De ahí que la expectativa sea tan poderosa como herramienta. Pero no solo lo es por sí misma, sino que su mayor relevancia se consigue cuando viene acompañada de la palabra JUEGO.
Nota para aclarar una cosita antes de seguir: dice el diccionario que la palabra «jugar» que viene del latín «iocari» (bromear) tiene hasta 23 acepciones diferentes, pero aquí vamos a centrarnos únicamente en las dos primeras: hacer algo con alegría con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar determinadas capacidades, y travesear, retozar. Las herramientas narrativas son nuestros juguetes y la hoja en blanco nuestro parque. Si hay algo importante en todo esto de la escritura es, sin duda, la diversión, sentir que estamos jugando con los elementos de los que disponemos.
El llamado «juego de expectativas» es lo que ocurre cuando ponemos nuestra atención sobre una obra. Siempre que hablo de ello recuerdo la costumbre que tiene mi madre de hacer comentarios al principio de una película. Son algo así como: «uy, ese tiene pinta de malo» o «esos dos van a acabar juntos». Es la forma que tiene de comentar en voz alta sus expectativas y, de una manera muy simplificada, todo lo que ocurre en la trama a partir de ahí cumple o contradice esas expectativas lanzadas al aire.
Esa incertidumbre que se genera entre el momento en el que el lector imagina hacia dónde puede ir todo y el momento en que se conoce dónde ha ido en realidad es el motor mismo de la narración. Las expectativas, por tanto, no solo hacen avanzar la trama, sino que son las principales encargadas de captar nuestra atención y de sorprendernos.
Por eso su importancia es tan capital, pero no están solas en todo esto.
Segunda E: emoción
Si bien la expectativa cumple la función principal de atraer nuestra atención y mantenernos enfocados en la lectura, será la emoción la que nos lleve a experimentar algo que traspase el papel y nos haga sentir.
Cada vez que leemos una ficción o vemos una serie o una película tenemos la capacidad de reconocer y experimentar las mismas emociones que se reflejan sobre el papel o la pantalla. Si conectamos con la obra, es decir, si entramos en flujo con ella, viviremos todas esas sensaciones con gran intensidad: nos reiremos, lloraremos, nos indignaremos, nos enfadaremos, sentiremos soledad, angustia, miedo, excitación…
De manera habitual definimos la empatía como la capacidad de ponernos en el lugar de los demás, comprender qué les ocurre y saber cómo se sienten. Ese juego de empatía entre personajes y lectoras también es algo que manejamos como escritoras. A través de la construcción de personajes con cierta complejidad psicológica y de ir graduando la intensidad emocional conseguimos la identificación y el contagio emocional.
Además, el equilibrio y el balanceo que se produce entre expectativa y emoción es absoluto. Si creemos que un personaje tiene muy complicado alcanzar un objetivo, pero nos damos cuenta de que está esforzándose para conseguirlo, haremos nuestro ese esfuerzo. Y si al final falla, también experimentaremos su frustración, incluso es probable que nos indignemos y nos parezca injusto.
La intrincación de sensaciones en medio del juego de incertidumbres no solo nos permite mantenernos enganchados por el qué ocurrirá, sino que también entra en escena el cómo nos hará sentir aquello que ocurra.
De ese modo, si podemos considerar la primera E, la de la expectativa, como el motor de la acción, podríamos decir que la segunda, la de las emociones, es el lubricante, el aceite que engrasa bien todo el mecanismo y consigue que todo fluya.
Sin embargo, en el triángulo todavía falta una pieza.
Tercera E: estilo
De manera rápida y simple podríamos llegar a algo que ya se ha repetido millones de veces desde hace milenios: en la ficción ya está todo inventado y, por tanto, la clave ya no pasa por una búsqueda de originalidad en el concepto estricto del término, sino más bien en tratar de aportar un punto de vista genuino.
Y es ese punto de vista, esa manera de aprovechar los tropos y los géneros, nuestro bagaje personal y todo aquello que está almacenado en el inconsciente colectivo, lo que vamos a utilizar para construir un estilo único: nuestra forma única y diferente de entrelazar todos los elementos que compondrán aquello que queramos contar.
Resumiendo: el estilo es la manera de escribir, la utilización por el escritor de los medios de expresión con un fin. En el cómic podríamos añadir además que el estilo del guionista es la manera en la que combina palabra, imagen y concepto con la intención de transmitir una o varias ideas.
Si tomásemos esa definición como válida (aunque hay muchísima literatura al respecto y podríamos encontrar unas cuantas definiciones más) nuestro estilo es, dicho a lo bruto, nuestra forma de contar, la manera que tenemos de combinar las herramientas que conocemos.
Ahora bien, ¿por qué utilizamos unas herramientas en una historia y otras diferentes en otra? ¿Por qué saltamos de recurso en recurso narrativo? ¿Por qué no lo contamos siempre de la misma forma?
Pues… la realidad, amiga lectora, es que muchísimas veces sí que contamos lo mismo de la misma forma una y otra vez. Ahí están las famosas fórmulas narrativas explotadas hasta el infinito y con las que nos han bombardeado una y otra vez desde el origen de los tiempos.
Las telenovelas, el folletín, los superhéroes, el western, el terror de casas encantadas, los finales felices… Todos esos patrones que insisten de forma machacona en lo mismo responden a que nos hacen sentir cómodas y muchas veces necesitamos tan solo estar tranquilas, sin sobresaltos, sin necesidad de estrujarnos los sesos para intentar comprender qué ocurre y nos basta con dejarnos llevar.
Por suerte, nuestro cerebro está sediento de novedad. Cuando estamos expuestos de forma incesante a un mismo patrón acabaremos fatigados y necesitaremos innovación.
Como creadoras nos ocurre algo semejante. Nuestro estilo se construye desde la combinación de elementos, unimos arquetipos o conceptos extraños o diferentes tratando de buscar un resultado que se aleje de lo repetitivo o del estereotipo (aunque no siempre lo consigamos).
La intención al utilizar una combinación y no otra es encontrar la mejor manera posible de plantear un juego de expectativas ideal en el que puedan aflorar las emociones que queramos transmitir.
Volviendo al símil anterior: si la expectativa es el motor y la emoción es el lubricante, el estilo es la carrocería, tiene que ver con las formas, con los acabados, con los detalles, con la elegancia, con la sutileza…
Resumiendo
Expectativa, emoción y estilo son tres vértices de un mismo triángulo. Son la base sobre la que podemos articular cualquier tipo de narración y buscar un buen entendimiento entre ellas será una de nuestras mejores herramientas.
Por tanto, si te estás planteando empezar una historia podrías preguntarte acerca del juego de expectativas que generarás, cuáles serán las emociones que querrás transmitir en cada momento y cómo vas a contarlo para aportar un punto de vista propio.