A veces, en esto de los tebeos, te juntas con tu cuchipandi. Todas tenemos una. Se forman entre gente afín por intereses comunes, gustos similares, vivencias parecidas y por mil cosas más, seguro que ya imaginas por dónde voy.
En esos grupos comentamos cosas, claro. Cosas que van desde «¿te has leído el último de Menganita?» o «¿has visto lo que ha dicho Fulano? Menudas turras suelta el tío». Evidentemente, en todos esos encuentros recurrentes, surgen siempre temas similares y se construyen frases hechas e incluso ideas que terminan por establecerse como una especie de mantras relacionados con la profesión.
Uno de ellos, repetido además con cierto tono peyorativo es aquel que dice: «en España es muy fácil publicar».
Esa frase, que insisto que casi siempre viene acompañada de cierto desdén, suele tener unas cuantas capas de subtexto.
La primera, como no podía ser de otra forma, se refiere a lo económico. Como en España las cifras que se manejan en concepto de adelanto suelen ser muy bajas (recuérdame que algún día escriba sobre que también existen los adelantos de 15, 20, 25, 30 y 35 miles de lereles) se traza una lógica directa del tipo: «como se paga poco se acepta cualquier cosa y como se acepta cualquier cosa es muy fácil publicar».
La segunda de esas capas tiene también que ver con los dineros, pero desde una perspectiva distinta. Es algo así como: «las editoriales, inmersas en una rueda de sobreproducción bestial, necesitan títulos con los que alimentar el engranaje y contratan obra nacional muy barata como mero lubricante».
Otra de ellas, y ya van tres, nos lleva a un viejo concepto que sobrevuela nuestro mundillo y también el de otras disciplinas artísticas: el de la carrera (sí, sí, esa que es «de fondo»). Hay que empezar poco a poco, hay que tener un libro publicado cuanto antes, hay que malvender para luego volver a malvender y ya si eso, a partir de ahí, vender un poco más en serio.
Aquí, ese concepto de facilidad entronca incluso con el de necesidad, será preciso el tener una primera obra que utilizar como carta de presentación en aquello a lo que se llama «dar el salto» (que casi siempre va a significar fuga de talento).
Otra más, y ya van cuatro, es que esa fuga de talento ha llegado ya a considerarse como «obligatoria» y ojo, que aquí ya no estoy hablando solo de lo económico (aunque un poco también) sino que hablo a nivel reputacional. A la vez que decimos que tenemos las mejores obras nacionales de todos los tiempos, siempre ocupan más tiempo de foco las historias de los logros en el extranjero. Ese «caché» es el que acaba por establecer los ránkings, las pirámides tróficas y las escaleras relacionales.
Permitidme que haga un pequeño alto en el camino. Hay clases, por supuesto que tenemos clases sociales dentro de todo esto. Revisen los listados de «lo mejor del año de la última década». Vean los nombres, vean las veces que algunos se repiten. Tenemos cerca de un millar de autores y autoras en todo esto. Pueden parecer muchos, pero en realidad no llenan la grada de un pabellón de los pequeños. Piensa un segundo: de todo ese millar ¿cuántos han quedado sistemáticamente «por debajo del radar»?
Por último (o puede que no porque a ti seguro que se te ocurre alguna más) tenemos un quinto entreleer relacionado con el profundo prejuicio instalado en nuestra propia consideración del tebeo español.
Podremos sacar pecho en modo hardcore cuando nos nominan a 700 eisners por año, podemos despelotarnos cada vez que una de las nuestras se lleva un premio en Angulema, saltamos y vitoreamos y dedicamos reportajes y encargamos cadenas de laureles si alguien se va a encargar de Batman, de la Patrulla X o ejerce como mangaka en el país de los mangakas y en una revista de los mangakas. Cuidao, que nos conocemos, son logros muy destacables, no seré yo quien le quite ni un ápice de importancia a todo ello.
Ahora bien, si te llamas Marisa Fernández y has escrito tu primer tebeo y se lo has cedido a una pequeña editorial de Ciudad Real, te vas a comer tremendo estofado de prejuicio que vendrá de muchas partes diferentes.
Eres desconocida, vas a tener muy pocas posibilidades de que la obra se vea, de que la reseñe alguien y ya no te digo de colarte en prensa generalista. Y ojo, que tampoco estoy diciendo que tenga que ser así, solo resalto el hecho de que en ese caso siempre se juega con muy pocos boletos.
Si nadie te conoce y nadie habla de ti, te queda el boca a boca, pero ese es un fenómeno que solo es posible si en primer lugar las librerías encargan unos cuantos ejemplares (no serán muchos), las lectoras lo compran, lo priorizan entre las tan cacareadas pilas de lectura y, dentro de un tiempo prudencial, lo recomiendan a más lectores que repiten esas mismas acciones.
Y puede parecer una tontería eso de que «lo priorizan en un tiempo prudencial», pero no, como ya sabrás, el tiempo en el que un cómic es novedad es cada vez más corto y por tanto su éxito ha de ser cada vez más fulgurante o no será.
Otra cosa sería el hacer un elaborado plan de marketing, pero una editorial pequeña tiene recursos limitados y puede que eso del marketing le suene un poco a klingon. Bastante tienen con hacer todo en solitario o entre dos o tres personas.
Más allá de si estoy de acuerdo o no con todo eso que subyace bajo la premisa de que «publicar en España es muy fácil», creo que es buen ejercicio recordar algo importante ahora que se acerca el sarao barcelonés e históricamente siempre ha llevado consigo el clásico meneo de portafolios y presentación de proyectos.
Es un milagro.
El estado natural de cualquier proyecto es que no salga. Todos y cada uno de nosotros tiene en el ordenador (o amontonados en libretas) proyectos, ideas, páginas, dossieres… historias que ni han ido ni irán a ninguna parte, porque no encontraron su momento, porque no gustaron a nadie o, sencillamente, porque de vez en cuando tenemos ideas de mierda que jamás diremos que lo son, pero que cuando las relees con perspectiva te avergüenzas de haberlo tan siquiera intentado.
Cada proyecto que se convierte en un libro es un pequeño milagro porque lo tenemos todo en contra. Nos cuesta ajustarnos a las expectativas de un dibujante (ay, otra cosa de la que hablar largo y tendido (se me acumula el curro)), a las expectativas de una editora, a las expectativas de los divulgadores, a las expectativas de las libreras, a las expectativas de los organizadores de eventos y, por supuesto, a las expectativas de cada una de las lectoras.
Por contra, en cuanto un libro no funciona, no vende, no tiene visibilidad o no llega al lector apropiado ¿sobre quién se vierten todas esas expectativas defraudadas?
A mí me han «leído la cartilla» editores con sus «es que no se está moviendo mucho», libreras con sus «para qué vamos a presentar, nunca viene nadie», pseudodivulgadores con sus «me habría gustado que», y lectores con reseñas hiperdestructivas acompañadas de las malditas estrellitas del demonio.
El milagro existe. Cada tebeo lanzado al mercado nacional lo es, pero no solo es una aparición mariana, es además una proeza: es subir el Tourmalet en patinete con una mochila llena de veinte sandías de quince kilos. Lo es por la valentía que supone, pero también por lo que se gana (más bien por lo que no se gana), por la falta de visibilidad, porque competimos con 4499 títulos más al año y porque la posibilidad más alta de todas es que el libro muera ahogado sin pena ni gloria en unas pocas semanas.
Por eso me enfada el menosprecio, la invisibilidad y la facilidad que se esconden detrás de fraseos tan manidos como lo fácil que es publicar hacia dentro de nuestras fronteras.
Permíteme, querida amiga, que te cuente una de mis anécdotas de señor cuarentón. Recuerdo que hace un montón de tiempo, alrededor de ocho o nueve meses, en medio de una charleta distendida con un editor me dijeron: «nosotros no saldamos los libros de nuestros autores de aquí porque es como decirle al mundo que no venden y eso puede verse como una mancha para ellos».
En aquel momento no dije nada, sonreí, conté interiormente hasta seis millones trescientos cuarenta y cinco mil novecientos veintitrés y respiré profundo otras tantas veces.
El único fracaso existente cuando una obra no se vende es el del que tiene la labor primero de editarla y después de comercializarla. Perdón, miento, es posible que también haya involucradas más personas en el problema: un comercial de una distribuidora que no ha sido capaz de venderle bien la obra a una librería y una librera que no ha terminado de encontrar el perfil de lector al que venderle ese tebeo.
La labor de todos ellos (además de otras muchas funciones) siempre incluye una vertiente comercial. La venta es parte fundamental de su profesión.
¿Sabemos quién no tiene ninguna responsabilidad comercial en toda la ecuación? Lo sabemos.
Pero no desaprovechemos jamás la oportunidad de escurrir el bulto y decir que es que «la obra no sé qué o la obra no sé cuanto». Si existían todos esos nosequeses, ¿por qué mostraste interés? ¿por qué te metiste a editar algo que podía salir rana?
Como de costumbre, yo no tengo respuestas para esas preguntas, a fin de cuentas no soy más que un tipo bajito que tiene los ojos ligeramente verdes cuando le pega el sol en verano.
Lo que sí sé, o al menos intuyo, es que cuando la cosa está regulera, siempre acaban pagando el pato los mismos. ¿Que no se le da espacio a autores noveles nacionales? Pues es que «es imposible leerlo todo», pero, por supuesto, tengo los billetes en la mano para salir corriendo a comentar la nueva línea de tebeos de Superhombremurciélago de los cincuenta.
¿Que se habla de que hay que recortar títulos para bajar la sobreproducción y no nos siga reventando la burbuja? No pasarán ni diez minutos antes de que alguien diga: «los más perjudicados de sacar menos títulos serán los tebeos nacionales porque patata, patata y patata» y no voy a desaprovechar la ocasión de soltar un poco de prejuicio por redes que estamos en el año más apropiado para ello.
¿Que el tebeo nacional no se vende? «La culpa es tuya, Antonia, que haces tebeos de mierda y yo en realidad te publiqué para darte una oportunidad y soy tan buena persona que gasté miles de euros y no te dije antes que tu tebeo era una mierda porque dos veces al año me gusta tirar miles de euros a un pozo y hacer sonreír a una autora pobre que podrá comer caliente un par de meses».
En fin… qué se le va a hacer… Tengo claro lo milagroso que hay detrás de cada obra lanzada a la jungla que es el mercado nacional. Un hábitat con un alto índice de humedad, con serpientes, con grandes felinos, insectos peligrosos y primates violentos.
Y dirán lo que quieran y lo repetirán miles de veces para ver si así se convierte en verdad, pero no, no es fácil.
Hay tanto trabajo detrás, hay tantísimo esfuerzo, tantísima presión, tantísimas expectativas que cumplir o que no defraudar que no estaría de más abandonar esas frases lapidarias y facilonas que, como siempre, conllevan llenar de piedras las mochilas de la misma gente.
Y ya van rebosando.