Román López Cabrera es uno de esos autores que parecen incansables. Lleva ya bastantes años en esto de las viñetas, pero a partir de 2017 cogió carrerilla y da la sensación de que la misma inercia le lleva a seguir y seguir y seguir. Además de trabajar con guionistas como Roberto Corroto, Fernando Llor o últimamente Rodolfo Serrano, también trabaja en solitario como autor integral con obras tan notables como «Memoria de una guitarra». Su trabajo es comprometido y con garra y sus obras dejan poso y nos hacen reflexionar invitándonos a rescatar del pasado valores y aires de lucha de los que quizá adolecemos en nuestros días. Hoy se viene a Escribiendo Cómics a echar el rato y hablar sobre todo ello.
Si uno se acerca a tu obra (sobre todo al cómic, pero también a la música o a los poemas) se encontrará con un fuerte contenido político. ¿Es importante lanzar mensajes desde la creación artística? ¿Hay que mojarse?
No considero necesario que tengas que “disparar el fusil” en cada una de tus obras, pero sí creo conveniente —y en cierto modo, inevitable— llevarlo, al menos, colgado del hombro. Con esto quiero decir que debemos ser conscientes de que, más allá de que haya una intención decidida de ser político en una obra, todas llevan política directa o indirectamente; pueden ser el leit motiv, lo que lleve el timón, o simplemente ir a bordo como polizón, porque, más allá de pretender hacer una obra marcadamente ideológica o no, llevamos nuestra mochila de dejes, de costumbres que a menudo se van filtrando. Por ello, puedes —aunque sea difícil, y sin salirte del rigor histórico— contar una historia cuyo target natural sea un público de una ideología concreta y que la obra no destile nada de esta. Si lo haces bien; si no, simplemente estarás tergiversando la historia para que se amolde a tus intereses políticos.
Soy de la firme convicción de que, por lo general, quien se dice apolítico no lo es en absoluto y, generalmente, lo que quiere decir es que es «apartidista», porque sí, todos y todas tenemos una ideología de base aunque no sepamos determinarla o ubicarla, y en consecuencia, en nuestras obras se filtrará todo esto —a no ser que hagas un esfuerzo consciente por traicionarte a ti mismo—. Y luego están esas obras cuya razón de ser es política, o aquello ineludible que las atraviesa es político, como no pueden dejar de serlo «Miguel Hernández. Piedra Viva», «Memoria de una guitarra» o «1937: La Toma de Málaga». Generalmente, las épocas de la II República, la Guerra Civil y el Franquismo —normalmente desde el lado de quienes lo sufrieron— me interesan especialmente, sobre todo por su potencial extrapolación, de vez en cuando, con épocas más cercanas —ya sabes, aquello de que la historia se repite y todos estos tópicos que acaban siendo ciertos—.
Creo que sí, hay que mojarse, al menos de vez en cuando —una obra marcadamente ideológica de vez en cuando nunca viene mal—; más allá de eso, también hay que cuidar un poquito qué mensajes lanzamos en aquellas obras que tenemos por inocuas y desenfadadas.
Tanto en «Memoria de una guitarra» primero, en «Miguel Hernández. Piedra Viva» después o por lo que se puede intuir de «Vallecas. Los años de barro» tiene mucha presencia cierta idea de nostalgia con respecto a gente íntegra, de valores y convicciones fuertes con ganas de pelear contra quien fuese. ¿Crees que estamos faltos de valores? ¿Luchamos menos que antes?
Por una parte, puede que sí. A veces parece que hay cosas que a la gente ya no le importan tanto como antes… Por otro lado, creo que se lucha, pero hay muchos frentes abiertos —lógico hasta cierto punto, porque nadie salvo tú va a pelear por tus necesidades—, y eso está bien, pero también hace falta un poco más de lucha colectiva, de mirar, además de tus problemas, los de toda la sociedad. Es decir, al final los derechos laborales nos afectan a todos y a todas, por poner un ejemplo. Está bien pelear por lo concreto, pero de vez en cuando, también por lo general.
También en todas esas obras se intuyen procesos de documentación arduos. ¿Cómo gestionas la información? ¿Cómo escoges entre lo imprescindible, lo importante y lo innecesario?
A menudo es cuestión de intuición y de decisiones que van desde lo argumental y narrativo hasta el simple sacrificio por falta de espacio. El mejor ejemplo para hablar de este tema es el de “Piedra Viva”… Tuve tanta cantidad de documentación y notas —a menudo repetidas— recogidas a lo largo de los ocho meses que duró la investigación, que fui incapaz de organizar una escaleta, como suelo hacerme —ya que yo, cuando trabajo solo, rara vez uso guion, sino más bien un esquema en que, como mucho, están escritos los diálogos de algunas escenas importantes—, simplemente me lancé a improvisar escenas sueltas del layout que luego fui ordenando y modificando para que todo estuviera amalgamado. Claro, esta práctica no se la puedo recomendar a nadie, es quizá lo peor que puede hacerse. Yo lo hice porque trabajaba solo, me conozco a mí mismo y sé qué necesito, y conocía bastante bien la historia de Miguel como para fiarme mucho de mi memoria, de tener claro el orden de acontecimientos, al menos durante esa fase inicial. Luego, claro, revisas para que todo cuadre.
Con «Memoria de una guitarra» me hice dos listas cronológicas: una de acontecimientos y eventos relativos a la historia de la canción protesta que quería, bien incluir, bien emular; y otra de acontecimientos históricos que quería meter, y luego las mezclé como buenamente pude, con la libertad que da el hecho de que tu personaje, aunque enmarcado en hechos históricos, sea ficticio. Todo esto sería mucho más sencillo si yo fuera capaz de ser ordenado. Siempre intento tener todas estas partes organizadas, pero, en el ordenador (y el móvil, del que tiro mucho también) empiezo incluyendo fotos y documentos en sus carpetas correspondientes, pero soy incapaz de mantenerlo mucho tiempo y acaban yendo a parar todas a «Descargas» o a «Escritorio», y sin siquiera un nombre de archivo que ayude a identificarlos.
En tu caso trabajas como autor integral, pero también compartes varias obras con guionista. Hay diferencias obvias, pero ¿qué es lo mejor y lo peor da cada sistema de trabajo?
Lo peor de trabajar con guionistas es mantener los egos a raya —los míos, claro—. Es lo malo de trabajar con guionistas después de llevar toda tu vida escribiéndote tus propias cosas. La clave es tener fe en la gente en quien delegas, suficiente humildad como para ser consciente de que, el que tú hubieras llevado la escena por otros derroteros o hubieras puesto el foco en otros puntos no quiere decir que fuera la mejor opción y, sobre todo, tener confianza con tu guionista como para plantear alternativas —y no hacerlo a cada paso, intentando convertir el guion de otra persona en el guion que habrías escrito tú—.
Lo bueno de trabajar con otra gente (especifiquemos: con guionistas con los que se cumplen los puntos anteriores —fe, confianza y ausencia de egos—), es que puedes delegar, olvidarte de una parte tan agotadora como es la del guion —y en consecuencia, buena parte del trabajo de documentación—; también hay cosas difícilmente cuantificables, como la incógnita y la expectativa: esa espera antes de recibir los guiones y ese descubrirlo por primera vez —incluso aunque ya sepas el argumento y los puntos claves—; el ir visualizando en tu cabeza algo que no estaba antes, ya que, al menos yo, cuando “hago guiones”, a menudo los represento visualmente en mi cabeza —imagino que como cualquier guionista—…
Sé que hay dibujantes que lo prefieren todo hecho, pero ya sea porque hace años que decidí centrarme en la narrativa por encima del mero dibujo, o porque estoy acostumbrado a hacer labores de guion, a mí me gusta que siempre haya cierto margen para modificar escenas, suprimirlas, cambiarlas de lugar, o incluso añadir otras nuevas.
Dentro del trabajo en equipo entran en juego distintos modos de trabajar, y al final lo mejor es llegar a un consenso entre cada equipo creativo; pero, ya sean guiones totalmente estructurados por páginas, o guiones más orgánicos, estructurados por escenas, lo ideal es que haya margen para la rectificación y la improvisación —aviso a navegantes: puedes pasarme un guion estructurado por viñetas, pero más te vale que esto sea un mecanismo que a ti te ayude a escribirlo y que no quieras exactamente lo que has escrito, porque te digo desde ya, que tendrás suerte si alguna distribución de viñetas de alguna de las páginas se queda intacta—.
Otra cosa buena es que se establecen vínculos, que hablas mucho con una persona, y por lo general, sobre un proyecto que te interesa y no conversaciones de trabajo al uso, y rara vez esto acaba en discusión, si ambos estáis en el mismo barco.
La cara negativa de esto es que a menudo te quita más tiempo del que esperas —tanto al guionista como al dibujante—. Es uno de los puntos más negativos de no trabajar solo, que dependes de los ritmos de otra persona, y que, donde tú habrías dibujado dos páginas por día, quizá no hayas podido hacerlo porque no tienes material suficiente para avanzar y retrasa tu propio trabajo —como el hecho de tener que ir consensuando continuamente las decisiones, dando visto bueno a las páginas, preguntando cuando tienes dudas en lugar de decidir y tirar millas…—; pero todo esto viene con el pack de trabajar en equipo, y si este es fiable, cumple dentro de lo aceptable con sus plazos y sus obligaciones y todo se mueve dentro de unos deadlines que, más o menos, todas las partes respetan, no debería haber ningún problema.
Pero, sobre todo, lo mejor de trabajar con guionista es que este es uno de los trabajos más solitarios que hay y, a menudo, ni siquiera puedes hablar públicamente de en qué andas metido, de modo que, tener alguien con quien poder hablar del proyecto, sobre todo, profundizando, hablar largo y tendido, de problemáticas concretas que, además, afectan también a la otra parte, que no ejerce únicamente de oreja, es algo que ayuda mucho.
Panini, Cascaborra, Cósmica… Tres modelos editoriales muy diferentes y en todos ellos pareces haber encontrado cierto acomodo. ¿Cómo de diferente es trabajar en casas tan distintas? ¿Dónde te has sentido más cómodo?
Tengo que decir que en las tres me han tratado bien —quizá, si ampliásemos el espectro, no podría decir lo mismo—, pero sí que es verdad que, no siendo un peso pesado del cómic, como no soy, notas más el cariño y el trato cercano y el esfuerzo de editoriales con menos recursos. Como me dijo hace tiempo un compañero del sector, en editoriales pequeñas eres «uno de sus autores», tu obra es «una obra de su catálogo», por lo general pequeño, y que les ha costado sudor y esfuerzo sacar adelante, por lo que te van a mimar más y van a querer explotar esa obra durante más tiempo.
En una editorial grande, siendo un pez pequeño, eres una novedad más que, una vez explotada, será consumida por las siguientes novedades que, probablemente vengan pisando aún más fuerte. Si estás dispuesto a ser un pez pequeño en una editorial grande —y no digo que no lo esté—, es una buena opción como cualquier otra. Pero toda esta reflexión es, en parte, injusta, si hablamos de Panini, porque no puedo negar que se volcaron mucho con «Memoria de una guitarra» en los primeros meses, y tampoco podemos olvidar que llegó en pleno confinamiento, con dos retrasos previos por este motivo, y no se pudo hacer mucho más de lo que se hizo: ni grandes presentaciones donde echásemos el resto ni invitaciones a salones, porque todas las que recibía se acababan cayendo porque no se podía realizar el evento. Para cuando llegamos a cierta normalidad, ya había pasado año y pico y, claro, había muchos meses de novedades editoriales por delante para un cómic salido en 2020. No obstante, creo que aún no ha acabado la andadura de «Memoria de una guitarra» y aún le espera alguna presentación potente.
Por otro lado, Cascaborra y Cósmica, con pocos recursos y mucho esfuerzo, no paran de demostrarme una fe en mi trabajo y de darme oportunidades que no puedo más que agradecer. De modo que, salvo que se tuerza la cosa y se quiebre la confianza por cualquiera de las partes, a mí me van a tener rondando cerca hasta que se cansen.
A nivel gráfico nada tienen que ver las páginas de «Secret Family», por ejemplo, con las de tus últimos trabajos y ya no solo es una cuestión de evolución, sino que parece haber detrás todo un cambio de rumbo en cuanto a tus decisiones estéticas. ¿Qué ha provocado ese cambio? ¿Cómo es todo ese proceso?
Ocurren varias cosas… yo necesito ir cambiando de estilo de vez en cuando, porque si no, me aburro. Cuando hice «Secret Family» yo estaba muy fuerte con lo de dibujar en DC o MARVEL —cosa que me seguiría encantando poder hacer algún día, pero que, como de momento llevo varios años con trabajo en España, con proyectos propios y compartidos que, además, me ilusionan, no tengo tiempo ni necesidad de buscar fuera, más allá de por la diferencia económica—; pero también quería publicar proyectos de otra índole en España.
En los portafolios que hacía para intentar entrar en las majors norteamericanas siempre he usado un dibujo más clásico del género superheroico, con sus detalles, y sus músculos y los registros que ello implica, aunque cada vez la línea está más difusa, en general. Para otro tipo de proyectos he cultivado otros estilos más cercanos a lo que hago actualmente, que van desde soluciones narrativas a lo Paco Roca a dejes a lo Jaime Martín —todo esto, salvando un océano y medio de distancia—.
Una anécdota curiosa a este respecto es que, un año, en el Salón del Cómic de Barcelona, una editora me concedió una entrevista, entre otras cosas para comprobar que todos los proyectos de distintos estilos que había en mi portafolio los había hecho el mismo dibujante y que no lo había entendido mal. Le dije que, como ya había visto que podía amoldarme a varios estilos, si necesitaban dibujante para algún proyecto… Pero debió perder mi número, porque, por lo que sea, no llegó a llamarme —risas—.
Recuerdo que desde hace años, además de preparar proyectos en conjunto, siempre íbamos por salones del cómic enseñando material. ¿Qué te ha enseñado todo eso? ¿Es algo que recomiendas a gente que está empezando?
Yo, personalmente, lo recomiendo muy fuerte, pero solo si tienes claro que quieres dedicarte a esto cueste lo que cueste. Es cierto que cada editor o editora es de su padre y de su madre, cada uno tiene una visión y los consejos de unos y otros sobre unas mismas muestras a menudo son contradictorias. Pero sin un Ricardo Esteban saliéndose de los correos estándar que amablemente te informan de cómo, lamentablemente, tu proyecto no encaja en su línea editorial —aunque el año anterior hayan publicado tres del mismo tema—, y diciéndote en qué puntos flaquea tu trabajo, y qué es lo que no funciona, o deteniéndose en mitad del salón para echarle un ojo, sin cita previa ni hostias, y darte algún consejo… estoy seguro de que aún estaría cometiendo ciertos errores. Lo mismo con las entrevistas: poder hablar con un editor y preguntarle dudas concretas ayuda mucho. Porque, seamos sinceros, cuando estamos empezando, todo lo que hacemos nos parece lo mejor que seremos capaces de hacer y raramente le vemos una tacha.
Por otro lado, es muy duro, mucho, muchísimo, estar medio año preparando varios portafolios, ahorrando para costearte el viaje, hacerte ilusiones aunque intentes evitarlo, y estar los cuatro días de salón, las dos veces al día en que ponen los horarios de las entrevistas con los nombres seleccionados, acercarte a ese cristal y ver cómo la gente a tu alrededor se abraza de alegría y cómo, ya el domingo, después de haber gastado tu último cartucho, tienes que volverte de vacío, sin una sola oportunidad, y preguntándote qué cojones estás haciendo mal y si no te estás engañando. Para aguantar eso hay que tener una fe muy férrea, y, sobre todo, apoyo, que en mi caso es mi pareja. Pero no le deseo a nadie ese nudo en la garganta y esas ganas de llorar y ese contenerte las lágrimas rodeado de gente saltando de alegría; mucho menos, estando solo. Así que, si vas a emprender ese camino, hazlo con mucha fortaleza e integridad, con una desbordante y completamente absurda fe en ti mismo o en ti misma, pero sobre todo, con suficiente humildad como para admitir los consejos que te den y amplitud de miras como para saber ver que estás aún muy lejos de estar en tu mejor momento, así que más te vale aceptar y aprender lo que te digan; te ahorrará tiempo, esfuerzo e incertidumbre.
Entre muchos autores y autoras parece extenderse cada cierto tiempo el síndrome de “lo dejo”, una desazón o más bien una desconexión con la parte ilusionante de hacer tebeos. ¿Te ha pasado? ¿Has querido alguna vez tirar la toalla? ¿Qué te hizo seguir en esos momentos?
Más allá del síndrome del impostor, que también, yo vengo pensando algunos años que, alguna que otra obra mía, igual ha sido un desperdicio haberla hecha yo, y me explico: por lo general, aunque cada vez tengo más gente pendiente de las cosas que hago, siempre tengo la sensación de que hay un agujero negro alrededor de las cosas que yo haga, generalmente en el ámbito del cómic… ¿sabes aquél capítulo de «Los Simpson» en que Homer tiene un amigo que todo el mundo cree imaginario porque no lo ha visto nadie, y que una de las explicaciones es que no sé qué ruptura en el entramado del Espacio-Tiempo, junto con las partículas de aluminio del lugar, generaron en un momento dado un agujero negro en miniatura-barra-efecto óptico que impedía que otro personaje lo viera en ese momento y lugar concreto? Bien, pues a veces yo tengo la impresión de ser Homer y mi obra el amigo al que nadie ve. Por eso, a veces tengo la sensación de que es una pena que yo haya malgastado un tema muy jugoso, por el mero hecho de haberlo hecho yo, y que un Paco Roca —aparte, claro, de hacerlo mejor— le habría dado una mayor relevancia.
Ha habido un par de momentos en que he flaqueado fuerte. Sí, seguro, en algún salón, en los primeros años, cuando me volvía de vacío; luego, nunca olvidaré un evento al que me invitaron —y que, por respeto, no voy a desvelar—, en que la diferencia de trato que se le daba a unos autores y la que se nos daba a otros con menos currículum me hizo volver a casa sintiéndome un completo fracasado, y preguntándome si tanto esfuerzo valía la pena. La última ha sido en fechas recientes.
El hecho de que con «Piedra Viva» me esté moviendo tanto y haciendo tantas presentaciones en tantos sitios, ha dado como resultado, entre muchas cosas buenas, que cuando se juntaban varias seguidas en que la cosa no había funcionado demasiado bien, se acumulasen las decepciones y las dudas. Por un lado, el cómic está funcionando bien y las críticas están siendo muy buenas, y no falta interés, y la gente te escribe para preguntarte cómo conseguirlo o incluso para felicitarte por el trabajo, pero luego organizas eventos y no va casi nadie —dándose el caso, incluso, de que el día de antes se ha vendido bien la obra en ese sitio, y el día de después también se venderá, pero casi nadie aparece a la hora de las firmas—. Luego recibes mensajes de gente apenada porque no ha podido ir y a la que le hacía mucha ilusión que se lo firmase, o librerías que tienen clientes que les encantaría que les firmase tal o cual obra y les toca enviarme el ejemplar y mandarlo de vuelta dedicado… O el hecho de que lleve años sin haberme tomado vacaciones porque cuando termino un proyecto me espera el contrato del siguiente, o que haya guionistas que, como diría Bruce Wayne a Alfred, «no me habéis dejado por imposible». Entonces, son señales confusas y contradictorias y, cuando empiezas a creer que no hay manera, que no vas a poder meterte de verdad en el mundillo o que tu obra no le interesa a nadie, de repente te llegan señales de que sí —o la siguiente presentación es un éxito, y compensan unas por otras—.
De todas formas, y con todas estas cosas, por muy deprimido o desganado, o desencantado que estuviese, de momento, nunca he flaqueado hasta el punto de decir «lo dejo»; aunque sí hasta el punto de «ya no hago presentaciones». Luego aparece algo que te anima, gente que se interesa, presentaciones que te sorprenden y van mejor de lo que esperas y se te pasa. Pero vuelvo a lo mismo de antes, la clave es tener gente cerca, familia, amigos o una pareja que te apoye. Bien podría la mía haberme dicho muchas veces «oye, esto no va a ningún lado, lo has intentado pero está claro que no. Mira, una oferta de trabajo en el Subway».
Estamos en los tiempos de hinchar la burbuja de novedades comiqueras al máximo. Cuatro mil novedades al año o, lo que es lo mismo, once cómics nuevos cada día. ¿Cómo vives todo esto? ¿Te afecta a la hora de trabajar el pensar que tu obra pasará por el radar de las novedades tan solo unas semanas?
Me ha pasado solo en dos ocasiones: con «Memoria de una guitarra» me obsesioné con que pudiera pasar pronto su momento y dejar de ser novedad, porque era una historia que llevaba varios años obsesionado con hacer, y además, era mi primera oportunidad en una «editorial grande» y no quería acabar siendo una novedad de un mes más.
Por otro lado, con «Piedra Viva», el saber que iba a salir después una obra como «Las tres heridas de Miguel Hernández», con un autor tan sólido y solvente como el bueno de Carles Esquembre y con la maquinara de una editorial como Planeta contra la que Cascaborra no podía competir me hizo también obsesionarme con aprovechar ciertos momentos antes de que pasaran, porque sabía que pronto llegaría el momento de Carles —muy merecido, por otra parte— y, lógicamente, podría copar bastante el espacio. Por suerte, parece que ambos trabajos están coexistiendo como lo que son, compañeros, más que contrincantes, que, además, se complementan entre sí, porque no son ni parecidos, y además, me dio tiempo a agotar la primera tirada antes de que llegara el de Carles, lo cual ya da cierta tranquilidad.
En adelante, y salvo casos muy especiales, dudo que me importe mucho, porque, aunque no estén mucho tiempo en novedades, siempre puedes ir exprimiéndolas de a poco y sobre todo si no son tanto de perder un tren y no poder volverte a subir.
¿Qué te planteas en el corto y en el medio plazo? ¿Te gustaría probar en otros mercados?
Mientras escribo estas respuestas, literalmente, he cerrado un nuevo proyecto que haré a partir de la próxima mitad de año, y tengo al menos un par de propuestas en el aire que muy seguramente se materializarán a lo largo de finales de 2022 y durante 2023. Lo cierto es que llevo tiempo queriendo parar, que es un poco lo que he hecho, hacer un alto y reevaluar; efectivamente, intentar con otros mercados… el “problema” es que, por suerte, siempre tengo alguna propuesta esperando que, por lo general, no puedo ni quiero dejar pasar, y al final nunca sacas hueco.
De momento estoy de “vacaciones”, que llevaba un par de años sin parar, y necesito leer, volver a escribir novela, grabarme canciones… hacer otras cosas que tengo como hobby a las que no suelo tener tiempo que dedicar por culpa de las fechas de entrega. Después de eso, ya veremos.