Manu Gutiérrez ha escrito cómic histórico, cómic infantil, cómic juvenil y se atreve con todo lo que le echen. Además tiene publicado algún poemario y ha ilustrado unas cuantas portadas y hasta alguna novela corta de tintes mágicos. El cliché obligaría a hablar de Renacentismo, pero vamos a evitarlo por no reducir a un adjetivo todas las capacidades que maneja con soltura. Por si fuera poco con la ilustración y la escritura, Manu es un apasionado absoluto del estudio profundo del lenguaje del cómic y de todas sus posibilidades. Hoy le traemos a Escribiendo Cómics a hablar de todo esto y, como era presumible, esa pasión lo inunda todo.
Escribes cómic juvenil, cómic infantil, pero también te atreves con la poesía, el cómic histórico, has ilustrado algún libro, un montón de portadas… ¿Dónde te encuentras más a gusto? ¿Cómo te organizas para estar en todo a la vez?
Cada vez que dibujo me digo: “Dedícate a escribir…”. Y cuando escribo: “Al menos dibujando no se te ven tanto las costuras…” Hablando en absoluto, nunca estoy del todo a gusto en ningún sitio pero a la vez, no puedo dejar de hacer ninguna de las dos cosas. Quizá por eso salto de un lado a otro y voy probando. Tampoco lo tengo muy claro porque muchas cosas me han llegado por encargo y suelo tirarme a la piscina con todo lo que me ofrecen.
También siento que quizá sería más feliz si me centrara en algo en concreto porque muchas veces tengo la sensación de que paso de puntillas por todo lo que hago, que no profundizo en una faceta todo lo que debiera. Quizá debería aprender a decir no a lo que me gusta y centrarme más en lo que me interesa como creador. Todas las pistas apuntan a que terminaré haciendo mis propios cómics, se publiquen o no.
A la hora de organizarme intento compartimentar muy bien los proyectos, levantar muros altos para evitar mirar hacia otro lado cuando estoy con algo. Hace años me lanzaba a hacer de todo y a la vez. En un mismo día podía ponerme con tres cosas pero llegaba a un punto de colapso donde me quedaba seco y agotado física y mentalmente y no conseguía avanzar en ninguna dirección.
Con el tiempo me he dado cuenta que necesito centrarme en un solo objetivo, meterme muy de lleno con algo y acabarlo. Esto en un mundo ideal, porque al final van apareciendo otras cosas por el camino. Pero para evitar cortocircuitos, suelo jerarquizar por fecha de entrega, tiempo invertido y esfuerzo. Además, un ítem importante es la dependencia o independencia. Si un proyecto necesita de mi trabajo para que otra persona prosiga, intento hacerlo lo antes posible.
Entre tus obras hay mundos de fantasía para públicos muy concretos y con un tono muy aventurero, pero a la vez, siguiéndote un poco por redes, se puede ver que también hay propuestas mucho más oscuras que indagan en partes muy negras de la psique humana. ¿No es extremadamente complejo saltar de una cosa a la otra a nivel emocional? ¿Consigues despegarte de las emociones al escribir o vas con ellas de la mano?
No podría escribir ni dibujar si no me dejara llevar por las emociones de lo que estoy haciendo. Por eso lo paso mal cuando algún encargo se me atraganta o no está en mi línea de interés. En realidad, algo puede torcerse por muchas razones y la mayoría no son problemas creativos así que intento llevarlo siempre a mi terreno para poder sacarle el mayor provecho. Que la obra gane y yo también. En definitiva, en la medida que pueda, intento hacer la obra mía para olvidarme que es un trabajo de encargo con presupuesto, plazo de entrega, revisiones externas…
Es algo que voy consiguiendo cada vez más, no sé si porque tengo ya una edad o porque ya no funcionaría de otra forma.
Por eso los proyectos personales que encuentran un lugar, sea más grande o más pequeño, son los que más valoro. Y creo que por ahí va la vaina de la profesionalidad. En tener criterio y la cabeza fría para decir no a ciertas cosas. A valorar más tu trabajo y a entender que hay cosas que nunca llegarán. Sigo en ello.
Mucho se habla en los últimos años de un boom de eso que se llama young adult ¿Qué va antes a la hora de escribir un cómic juvenil? ¿Se piensa antes en los lectores, en la historia, en los personajes? ¿Tú cómo te lo planteas?
Todos los cómics que he escrito parten de los protagonistas y los personajes principales, de su arco en la historia. Luego voy vistiendo el conjunto a partir de ellos, en un trabajo de capa sobre capa intentando que todo sea coherente con la base de la que parto.
Si en algún punto del camino veo que se pierde la homogeneidad, voy desvistiendo el conjunto hasta saber qué es lo que no funciona.
¿Podría haber contado la batalla de Ceuta desde el punto de vista de un niño? ¿Ari e Ira funcionarían en un mundo más oscuro y crudo? Seguro. Pero ya no serían las historias que he querido contar. En algún momento hay que decidir y seguir un camino. Ese camino me da el target y no al revés.
Y no. No tengo ni idea lo que significa escribir para un tipo de lectores. ¿La edad define eso? ¿La condición social? ¿La nacionalidad? ¿El tipo de corte de pelo?… Toda historia que nace de las tripas es humana y encontrarán lectores, sean muchos o pocos. Lo otro es marketing y es el mal. Intentar fabricar un best seller es lo más parecido a odiar lo que haces.
Si hay un consejo que suelo darle a mis alumnos cuando están preparando sus proyectos es «no penséis en trilogías de fantasía, eso es casi imposible que os lo publiquen en España». Sin embargo Sello de Dragón está a punto de cerrar la trilogía en nuestro mercado, pero también en el francobelga. ¿Eso cómo se consigue?
Teniendo a Xulia Vicente como compañera. Es una artista brutal. Su estilo abre puertas y siendo tan buena, tengo la sensación de que no ha sido todo lo reconocida que debería ser.
Ella es la cabeza visible de este proyecto y sin ella, hubiera sido muy difícil recorrer lo que llevamos andado. Que de momento, para alguien como yo, es mucho.
Es que ni en mil sueños me hubiera visto en Angoulême firmando mis dos primeros trabajos largos como guionista. Y eso ha sido gracias a ella.
Y sí, haces bien en aconsejar eso a tus alumnos porque Sello de Dragón es un milagro. Un milagro con mucho trabajo que no se ve y muchas recaídas pero que se está haciendo real porque Xulia se ha enamorado de los personajes tanto como yo. Y eso está siendo el mejor de los motores. Las circunstancias hacen que el tiempo entre tomo y tomo se esté alargando más de lo esperado, pero nunca hemos desistido. Nunca hemos planteado la opción de no continuar.
Para mí esta saga es irrepetible porque ha sido (y está siendo) un campo de entrenamiento para ambos. Tanto Xulia como yo hemos crecido y evolucionado como autores y no solo hablo de la creación. También está la promoción, la exposición, enfrentarse al mundo real y notar que la obra está viva y que se escapa, que deja de ser tuya.
La guinda de todo esto será la conclusión del último tomo donde habrán pasado seis años entre el primer y tercer cómic. Y en seis años pasan muchas cosas. También (crucemos los dedos) algunos milagros.
Como guionista ¿cómo te organizas para trabajar con cada dibujante? ¿Tienes un único proceso, lo varías cada vez, pruebas hasta dar con la clave?
Con cada dibujante hay una fase de acuerdo para afrontar el formato definitivo del guion. Siempre me supedito a lo que el dibujante precise o necesite. Eso si lo tiene claro, porque algunas veces me he encontrado con autores que nunca han trabajado con guionista y no saben muy bien cómo empezar o cuál será la mejor manera de hacerlo. En esos casos hay una fase “didáctica” que acaba siempre en encontrar una forma cómoda de trabajar. En resumen, comunicación. Sin eso, los proyectos nacerán muertos antes de siquiera empezar a rodar. Parece lógico pero no siempre sucede.
Por ejemplo, con Xulia Vicente he pasado por tres tipos de guion distintos. Hemos ido puliendo la forma de trabajar desde procedimientos más técnicos hasta llegar a un guion literario. Ella prefiere montar el story con libertad de forma muy esquemática y a partir de ahí trabajamos para dejarlo lo más redondo posible antes de pasar a las páginas definitivas.
Con Rut Pedreño tengo un proyecto entre manos donde lo que hice fue un híbrido entre guion literario y técnico que me es bastante versátil. Este método lo estoy repitiendo en una historia nueva con Hittouch y nos está funcionando muy bien.
Un caso especial ha sido mi último guion, el de Goya. Saturnalia junto a Manuel Romero.
La metodología fue esta: después de pasar por las fases previas de diseño, estructura y escaleta, en lugar de ponerme a escribir el guion, lo dibujé. De manera muy tosca, esbozada, sucia y desordenada. Página a página, viñeta a viñeta. Todo.
Y esto lo “traducía” a texto convirtiéndose en el guion definitivo que es lo que leía Manuel. Y aunque pueda parecer lo contrario, no lo trataba de forma técnica. De hecho, dejaba notas muy someras, lo justo para entender lo que ocurría sin contaminar mucho a Manuel y que tuviera su libertad de acción también. Era fundamental que fuera guiado pero que no se sintiera encorsetado.
Además, como complemento a esto, le mandaba un layout página a página que le servía de guía para dibujar los artes finales y porque la viñetación de esta obra no es casual, forma parte de la narrativa de la obra y juega un papel metafórico decisivo.
Y aunque suena algo enrevesado, el entendimiento entre ambos ha ido muy bien. De hecho, no hemos tenido que pasar por una fase de story. Del guion salieron las páginas definitivas directamente.
Eso sí, a la hora de afrontar un guion para mí mismo, nunca escribo. Parto de conceptos o premisas a las que doy salida dibujando.
A la hora de arrancar un proyecto nuevo, ¿te planteas en algún momento si será comercial? ¿Prefieres no pensarlo? ¿Has metido cosas directamente en el cajón por miedo a que solo te interesen a ti?
Es posible que al comenzar a publicar de forma profesional pensara más en la viabilidad comercial de un proyecto por un miedo casi atávico de encajar en algún lado. De complacer. Como si publicar te diera la razón… Hoy día no pienso igual. Lo comercial es moda. Lo que funciona hoy podrá no funcionar mañana. Buscar las rendijas del mercado para intentar colarte dentro solo es forzar algo, encorsetarte en una sudadera que ni es de tu talla ni el rojo te favorece porque en realidad odias cualquier color y como realmente quieres ir se parece más a exiliarte en Reikiavik y beber gazpacho a deshoras.
En mi caso, entender esto ha sido un proceso de años. Por eso admiro tanto a esos autores y autoras que lo tienen claro, me gusten más o menos lo que hacen, pero que siguen una dirección estable en su trabajo. A eso aspiro yo actualmente.
Todo esto lo expresa mejor Jorge Carrión cuando habla de tomar la decisión de afrontar un proyecto: “¿Tengo la necesidad de escribirlo? ¿Aporta algo a lo ya publicado? ¿Conecta mi cerebro con mis entrañas? Sigue sólo si las tres respuestas son sí”.
Vivimos una época en la que todo se puntúa con una crueldad y una frialdad pasmosas. ¿Cómo llevas las críticas y las reseñas? ¿Les haces mucho caso, prefieres no saber nada?
Juan Genovés decía que en los museos habría que poner sillas delante de cada obra. Que tendrías que sentarte a mirarla exactamente el tiempo que el artista ha tardado en realizarla. Esto es una exageración, pero ejemplifica muy bien lo que vivimos hoy día: un consumo exagerado de obras artísticas como si fueran productos desechables que hay que medir en una escala de valores, y esto es lo mejor, que no existe.
¿Qué tiempo dedica un crítico a analizar una obra? ¿Bajo qué criterios? ¿Y un lector? ¿Cuantas veces se lee una obra antes de formarse una opinión y lanzarla de forma pública? Nunca será mayor que el tiempo que un autor ha estado creando y pensando en su obra.
¿Esto invalida una opinión crítica? Claro que no. Por suerte hay profesionales de la divulgación y el análisis que son capaces de ver matices que los propios autores no han sido capaces de apreciar, para bien y para mal. Es una labor necesaria si está meditada y si se afronta desde el respeto.
Y por supuesto esto es extensible a cualquier lector o aficionado. No tienes que ser un profesional para tener una opinión, solo te hace falta pensar con un mínimo de tiempo y hacerlo con honestidad.
Y no. Hablar de forma pasivo-agresiva, irónica y enrevesada como si fueras el gemelo malvado de Umberto Eco no valida tus opiniones sangrantes.
En este particular infierno están los compañeros de profesión despreciando sin miramientos las obras de otros compañeros. No soy capaz de imaginar la cabeza de alguien que, como mínimo está pasando por lo mismo que tú y destroce la obra de otro creador en una frase lapidaria. Particularmente, es ahí donde pongo la raya, no hay debate posible con alguien que solo quiere ver el mundo arder. Lo curioso es que, en un alarde de justicia poética, estos autores suelen ser los más sensibles con las críticas y son los que corren a las redes a gritar lo injusto que es el mundo con ellos.
Y con todo esto quiero decir que con un poco de sentido común y consideración, hasta la reseña más negativa es bien recibida. Porque ayuda a crecer a los creadores y a no ser que tengas el ego más grande que los apéndices de From Hell, siempre será de agradecer.
Damos un volantazo de los fuertes. El cómic es un arte relativamente moderno y sigue en proceso de experimentación en forma y en contenidos. ¿Tiene fin esa experimentación? ¿Llegará una fase de estancamiento? ¿Estamos ya en ella?
Diría que todo lo contrario. Que el cómic solo puede evolucionar de muchas y variadas maneras. Soy un optimista radical en ese aspecto.
Luego la realidad en las librerías dice otra cosa. Una realidad que aún bebe de un cómic muy convencional. De ese de cuanto más figurativo un dibujo mejor, de gran plano de situación al comienzo de la obra y mucho texto por viñeta porque si no es que se lee en un rato… Lo grave es que hoy día te encuentras profesionales con esta mentalidad. Que no consideran cómic a una obra por no llevar dibujos, por ejemplo. Esos son los que dicen que el cómic es un género, una forma de literatura o el cine de lo pobres… Si desde dentro se ven estas cosas, es normal que el cómic siga cayendo en tópicos más propios de hace cincuenta o sesenta años. Por ahí sí hay estancamiento.
De todas formas, creo que eso está cambiando. Que, aunque desde siempre ha habido autores y autoras que se salen de los cánones, actualmente van surgiendo cada vez más, voces, realidades y visiones que demuestran que el cómic es mucho más de lo que el mainstream ofrece. Ahí están sin complejos ni vainas haciendo lo que les da la gana Ana Galvañ, María Medem, François Matton, Aidan Koch, Tobias Schalken, Cynthia Alfonso, Tom Haugomat, Evan M. Cohen, Ori Toor, Jon McNaught, Begoña García-Alén, Alexis Beauclair, Daniel Liévano, Cristina Daura…
Mi (inocente) esperanza es que cualquier tipo de cómic tenga sitio y relevancia en el mercado, que puedan convivir sin problema en la misma balda de una librería obras de carácter histórico, fantástico, costumbrista, underground, abstracto, superheroico, poético o ensayístico. Y no digo que no haya librerías que apuesten por este modelo, pero el porcentaje es aún ridículo.
Sé que eres un apasionado de todo lo que tiene que ver con el lenguaje propio del cómic y con todas sus posibilidades, ¿qué te parece el impacto brutal que está teniendo ahora mismo el digital? ¿Pueden cambiar nuestra forma de leer cómic formatos como el webtoon?
Puede y debe. Un lenguaje que no muta en alguna dirección es un lenguaje muerto. Seguro que cuando se inventó la imprenta, hubo partidarios de que eso solo hacía matar el espíritu del libro miniado…
No obstante, cambiar de formato creo que es solo un pequeño vértice de lo que el cómic puede llegar a crecer y evolucionar. Hay que romper las limitaciones formales porque en realidad, ¿el cómic necesita de un soporte que lo encierre? Se verá. Los formatos son solo un campo a investigar como muchos otros aún inexplorados que deben partir del propio sistema semiótico del cómic.
Las investigaciones panorámicas e históricas son necesarias también, pero la gramática es aún más fundamental. Entender los mecanismos del cómic y cómo funciona solo puede hacer expandir su valor porque, no podemos olvidarnos, que el cómic, hoy día, al menos la mayoría del cómic mainstream, está muy influenciado por el cine. Me puedes rebatir con un ¿y qué hay de malo? Nada. Solo que esa es una pequeña parte de lo que el cómic puede ofrecer. Creo que ya va siendo hora de ir saliendo de eso… Y no hablo de modernidad como algo que valida el argumentario. Solo hay que mirar a pioneros del cómic como Rodolphe Töpffer o George Herriman por citar dos, que hicieron cosas que siguen sorprendiendo hoy día porque creaban desde las tripas del cómic. Gran parte de esa esencia, de ese espíritu de exploración se ha perdido.
Por ejemplo, y siguiendo con los formatos, hasta hace bien poco ver un cómic en un museo era casi ciencia ficción. Y no me refiero a exponer páginas de una obra. Sino el aprovechar los recursos propios del cómic para crear una simbiosis con el propio espacio expositivo creando una obra única que solo se entiende en ese lugar. Eso ya existe. Hay casos en todo el mundo. En España por ejemplo, Paco Roca, Max y Sergio García lo han demostrado. Y es tan cómic como una grapa de Spiderman o un tomo de Roberto Massó. Pese a quien le pese.
En los últimos informes sobre lectura parece, que aunque tímido, hay un incremento de lectores y se presupone que eso también afecta al cómic. La pregunta del millón de dólares: ¿qué se puede hacer para que esos índices sigan creciendo?
En realidad no creo que haya que subir los números por subir. Me explico. ¿Esos números hablan de lectores o de compradores? ¿Cuantos de nosotros tenemos pilas de lecturas casi infinitas porque no podemos abarcar el número de novedades mensuales? ¿Cuantas obras quedan invisibilizadas por un sistema de venta fagocitador? Creo que en lugar de buscar fórmulas de venta hay que fomentar la lectura responsable amparada por una industria sostenible donde la cultura y el valor artístico sean los pilares fundamentales.
Y para eso hay que promover que el cómic se convierta en un símbolo cultural. A través de un plan elaborado desde la base, apoyado desde la educación, entrando en las escuelas, institutos y universidades de lleno. Que los cómics no solo sean lecturas autónomas con valor por sí mismo, si no que, por ejemplo, los libros de las materias sean cómics.
¿Explicar Historia a través de un cómic? ¿Literatura? ¿Matemáticas? ¿Por qué no? El valor didáctico del cómic es enorme, ¿por qué no se aprovecha más? ¿De verdad se conocen las bondades del cómic, todo lo que ofrece y el potencial narrativo y comunicador que tiene? Me da que no. Al menos no alejado de condicionantes asociados al ocio.
Y claro que esto no es fácil de conseguir, casi imposible, una utopía incluso. Puede ser. O quizá es que nos han enseñado a pensar que estas cosas no se pueden lograr.