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¿Qué pasa con los derechos de autoría en España?

Hoy se celebra el Día Mundial del Libro y los Derechos de Autoría. Al igual que el reciente y flamante Día del Cómic, es una fecha ideal para celebrar, para visibilizar y para apoyar la cultura. Pero, claro, son muy pocas las que se acuerdan de la coletilla. Sí, ya sabes, eso de los Derechos.

¿Y por qué se incluyó ese añadido en la celebración? Es evidente: los derechos de autoría se pisotean de forma constante y hay que poner el foco en esa realidad. Puede que decir directamente que se pisotean suene un poco fuerte. Es posible que alguno se lleve las manos a la cabeza o exclame muy enfadado aquello de «eso no se puede decir».

Pues… lo siento mucho, de verdad, ojalá hubiese una forma mucho más sencilla y menos «agresiva» de comentar la realidad, pero, no nos engañemos, teniendo en cuenta el día a día del mundito editorial, el verbo pisotear es blandito y asumible.

Ahora llegará lo de los casos aislados. Alguien gritará que el noventa por ciento de editoriales y distribuidoras cumplen escrupulosamente la ley y no se puede hablar de excepciones sueltas como si fuesen la norma.

En serio, que San Kirby me proteja y me libre de ser considerado un señor bajito enfadado y polémico. Mi única intención es hablar de algo de lo que hay que hablar tal día como hoy: 23 de abril, día mundial de los derechos de autoría.

¿Y qué es lo que no se respeta exactamente?

En el momento en el que las autoras decidimos hacer una obra, automáticamente generamos una serie de derechos y, entre ellos, existen cuatro muy relevantes porque son los que cederemos para su explotación: el de reproducción, el de distribución, el de comunicación pública y el de transformación.

A la hora de cederlos debemos hacerlo mediante un contrato de edición que establece de forma muy concreta y, de acuerdo con la Ley de Propiedad Intelectual, una serie de derechos y obligaciones. Y aquí es donde viene el lío.

En España, la redacción de los contratos de edición deja mucho que desear. Habiendo analizado detenidamente hasta medio centenar con la ayuda de un abogado especialista, hemos encontrado un buen número de contratos ilegales con cláusulas nulas y que incumplen los mínimos establecidos en la LPI.

Hay contratos en los que se pide la renuncia de los derechos morales, algo ilegal en España.

Hay contratos que no fijan la cantidad mínima y máxima de ejemplares de cada edición y, por tanto, son nulos. También los hay que establecen una horquilla tan amplia que imposibilita el control de la obra.

Hay contratos en los que se redactan cláusulas en las que se pretende directamente revertir una obligación marcada en la Ley para que no deba cumplirse, como el sometimiento de las pruebas de tirada al escrutinio de las autoras antes de imprimirse la obra.

Hay contratos en los que se pretende decir a un juez cómo debe interpretar cada cláusula y ponen en la mesa el comodín de «si hay una cláusula nula, el resto del contrato debe interpretarse como yo digo».

Y eso, en el campo meramente contractual y sin siquiera entrar en todo lo relativo a esas «maravillosas» cesiones para todo el mundo y para todos los idiomas o para todos los formatos conocidos y que puedan inventarse en el futuro.

¿Termina ahí el problema?

En absoluto, el problema en realidad empieza ahí y después continúa durante la explotación cuando de forma demasiado habitual dejamos de saber muy pronto qué ocurre con nuestras obras.

La información que recibimos sobre la trazabilidad del libro es a todas luces insuficiente. Está poco detallada y, cuando la recibimos, no tenemos ninguna forma de contrastarla. Es decir, estamos hablando de una industria en la que la parte fundamental para que se sostenga no tiene un modo fiable de saber qué está ocurriendo con el fruto de su trabajo.

Pero es que la opacidad ni siquiera empieza cuando las cajas de libros entran en el camión y dejamos de saber dónde están, es que antes de eso, tampoco sabemos cuántos ejemplares se han impreso porque, a pesar de que existe un mecanismo muy sencillo para conocer ese dato: un certificado de imprenta, son poquísimas las veces que las editoriales lo facilitan de buena gana.

Todos estos problemas no son una invención de las autoras

No lo son, no. Podría parecer que al ser el Día de los Derechos de Autoría aprovechamos para quejarnos y ser las lloronas de siempre en plan «nadie nos quiere ni se preocupa por nosotras», pero eso no es del todo así.

El llevar años y años reclamando atención hizo que se pusiesen en marcha algunos mecanismos que traten de modificar aspectos fundamentales en todo el sector editorial.

El primero y puede que más importante es el de la remuneración.

Las autoras no cobramos nuestras horas de trabajo.

Si has llegado hasta aquí de casualidad puede que la afirmación anterior te suene un poco extraña, pero es así tal cual. Imaginemos cualquier otra industria. Hagámoslo con una cultural y con otra que no. En la industria del metal cualquier trabajador es contratado y obtiene una remuneración acorde a unos baremos establecidos en un convenio colectivo.

Cada cierto tiempo se revisa ese convenio y los sindicatos presionan a la patronal para que se actualicen los salarios y se mejoren las condiciones del convenio de forma regular.

Vamos con el ejemplo cultural. En la industria editorial hay varios trabajos regulados por convenio colectivo: si trabajas en una imprenta, si trabajas en una librería o si trabajas en una editorial, tu salario y tus condiciones están fijadas y publicadas en el BOE.

Asimismo, si te contratan en una distribuidora, también tendrán que pagarte según las tablas de su propio convenio.

Las autoras no tenemos un convenio colectivo.

¿Y eso qué provoca? Pues entre otras muchísimas cosas, hay algunos problemillas.

Primero: miseria. El umbral de la pobreza se sitúa en España en 9535 euros anuales. Todos los que queden por debajo de eso corren un grave riesgo de exclusión social.

Según algunos datos recogidos, un 40 por ciento de las autoras de cómic en España declaran que reciben menos de 1000 euros al año por ese trabajo. El siguiente 40 por ciento queda por debajo de los 5000.

Hay apenas un 10 por ciento de todas las autoras de tebeos que ingresan una cifra por encima del umbral de la pobreza y, dentro de ese porcentaje, son muy pocos los que superan el salario mínimo interprofesional.

Es decir: no hay apenas autores de cómic viviendo de ser autores de cómic.

O expresado mejor: tenemos una industria incapaz de conseguir que la única pieza fundamental de su engranaje pueda vivir de realizar las obras que todos los demás necesitan para subsistir.

¿Cuáles son los mecanismos que se han puesto marcha para evitar que continúe esta situación?

Fundamentalmente dos. A nivel nacional se está trabajando en el desarrollo del Estatuto del Artista para conseguir algunas mejoras en el desempeño de nuestra profesión.

Pero eso no es todo y comparte importancia con una directiva europea que se aprobó en el año 2019 y que todavía debe aplicarse en los estados miembros de la mejor forma posible.

Esa directiva incluye artículos como este:


Principio de remuneración adecuada y proporcionada

1. Los Estados miembros garantizarán que, cuando los autores y los artistas intérpretes o ejecutantes concedan licencias o cedan sus derechos exclusivos para la explotación de sus obras u otras prestaciones, tengan derecho a recibir una remuneración adecuada y proporcionada.

Y ese «adecuada y proporcionada» lo cambia absolutamente TODO.

Ahí arriba ya decía que las autoras no cobramos nuestras horas de trabajo. Eso es así porque el sistema actual establece un pago proporcional. De cada libro vendido nos llevamos un porcentaje. Da igual si hemos tardado en hacerlo tres meses o diez años. No importa qué medios hemos utilizado para realizarlo o si hemos tenido que compaginar nuestro trabajo con cualquier otro. Con cada venta nos llevamos una parte del pastel y ya.

Eso es un sistema proporcional y la norma europea añade el «adecuada», es decir, algo que a todas luces se está incumpliendo.

Ese «adecuada» debe incorporarse de alguna forma a las diferentes leyes de propiedad intelectual que existan en cada uno de los estados de la unión europea.

De momento ese «adecuada» ya se está convirtiendo en un sistema de doble contratación o de contratación híbrida en Francia: un contrato laboral en el que se remuneran las horas de trabajo invertidas en hacer la obra y un contrato de cesión de derechos en el que se establece el reparto proporcional en la explotación de la misma.

Y esto es una REVOLUCIÓN porque puede suponer el cambio del ecosistema editorial para siempre. Esto no va de aumentar el porcentaje que nos llevamos. Parafraseando a Don Javier Marquina: «el 15 por ciento de nada, es nada», esto va de tener un CONVENIO COLECTIVO que establezca en unas tablas cuanto debe cobrar un guionista, una dibujante, una colorista, un rotulista, una traductora… por cada hora de trabajo. Y, a mayores, qué porcentaje recibirá por la explotación de su trabajo.

Pero es que ahí no se acaba la directiva. En los artículos siguientes se establecen cosas como esta:

Obligación de transparencia

1. Los Estados miembros se asegurarán de que los autores y los artistas intérpretes o ejecutantes reciban periódicamente, y por lo menos una vez al año, teniendo en cuenta las características específicas de cada sector, información actualizada, pertinente y exhaustiva sobre la explotación de sus obras e interpretaciones o ejecuciones por las partes a las que hayan concedido licencias o cedido sus derechos, o de los derechohabientes de estos, especialmente en lo que se refiere a los modos de explotación, la totalidad de los ingresos generados y la remuneración correspondiente.

Es decir, ya no solo se trata de insistir en algo que ya está en todas las leyes de propiedad intelectual europeas (que se insiste por algo, claro), sino que se añaden conceptos como «la totalidad de los ingresos generados» para que tengamos derecho a conocer hasta el último céntimo que generan nuestras obras.

Con todo esto a lo que voy es a que sí, es evidente que la situación de los Derechos de Autoría en España es muy débil.

Están pisoteados y maltratados y por eso toca reivindicarlos y hablar de forma clara de lo que ocurre.

Nuestro sistema es opaco. Nuestra industria permite la miseria de la única parte fundamental. La sensación de desamparo está tan normalizada y tan establecida como ruido de fondo que ya apenas interesa a nadie.

Por contra, todavía quedan esperanzas para pensar que todo puede cambiar. El estatuto y la directiva, la directiva y el estatuto, son dos herramientas, dos armas que esgrimir para conseguir lo que a cualquiera que le preguntes por la calle le parecería lo más normal del mundo: que cada vez que te sientes a trabajar cobres por tu trabajo. Eso es lo que pasa en las industrias.

Feliz Día del Libro y de los Derechos de Autoría.