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Los miserables

Las ayudas a la creación de cómic están en marcha desde hace unos días.

Algunas, antes de que saliesen, ya lo estábamos celebrando porque suponen destinar un millón de euros a meterlos en los bolsillos de las autoras de cómic.

Ojo, un milloncito de lereles. Que los pones todos juntos y ocupan bastante.

Dentro de los aspectos que puntúan en la convocatoria se incluyó el tener un preacuerdo o un contrato con una editorial española y este es, quizás, uno de los elementos que más debate han suscitado.

Insisto, es algo que suma, da diez puntos sobre cien, pero no es obligatorio, es solo algo opcional que puede dar un empujón a la nota.

El debate vino desde una parte de la clase autoral que dice que esto se salta el espíritu de unas ayudas a la creación y favorece a proyectos que ya tienen acuerdo con una empresa española.

Pero más allá de la discusión súper lícita de si deben aparecer las empresas de alguna forma en unas subvenciones destinadas a la creación (mi posición, en respuesta corta, es que no) ha ocurrido algo que se veía venir.

Dicen por ahí que «hecha la ley, hecha la trampa». La ley da la posibilidad de añadir un preacuerdo o contrato con una editorial para sumar un puñadejo de puntos y tener alguna opción de llevarse los dineros.

La trampa ha aparecido en forma de empresa que te ofrece ese preacuerdo a cambio de quedarse con una parte del dinero si el proyecto finalmente obtiene la subvención.

Así.

Como suena.

Si juntas en un tarro mierda de caballo, diecisiete huevos podridos, vísceras de mono y tres latas de barniz, difícilmente podría llegar a sentir más náuseas de las que me produce enterarme de que exista gente tan repugnante compartiendo nuestro ecosistema.

Espero y deseo que no tarde mucho en aparecer el nombre de la empresa en cuestión y todas sepamos a qué sitio no acercarnos jamás. Es más, espero que muy pronto se extienda una condena pública de estas prácticas desde el grueso editorial y empresarial de toda la industria, no se merece menos.

Voy a tomar un pequeño desvío, no será muy largo, querida amiga, pero necesito tirar de anecdotario personal.

En el año 2011 regresé a Galicia después de haber estado estudiando y trabajando en Madrid. Me formé como guionista, curré como lector de proyectos en una pequeña productora y hasta tuve tiempo de pulular por el 15M.

Volví con ideas y una maleta llena de ilusiones y monté un proyecto para hacer un documental. «Aldea» se llamaba y giraba en torno a una premisa sencilla: nunca he tenido aldea, soy un desaldeado y eso para un gallego es una forma de orfandad y de falta de arraigo y comunidad. 

En el documental exploraría diferentes tipos de aldea, pasaría por una a punto de quedar abandonada del todo, por otra convertida en un reclamo turístico con apartamentos rurales de lujo y decenas de «experiencias» tales como ordeñar, cultivar o emborracharse en una verbena y por último iría a una ecoaldea anarquista de la provincia de Lugo para acabar reflexionando acerca de si aquellas que estamos como yo, sin esa pertenencia de raíz, podemos construirla o no.

Empecé a mover el proyecto y en un par de semanas me llegó el correo de una productora en Coruña que quería hablar de ello.

Ya te puedes imaginar: nervios, ilusión, entusiasmo, ganas de ponerme a currar cuanto antes…

La empresa en cuestión venía de conseguir un Goya en los últimos años y varios Mestre Mateo (los Eisner del audiovisual gallego), todos ellos por el cine de no ficción. Y la jefa, ay, la jefa. La jefa era LA productora en este ámbito.

Me citaron para verme con ella en persona y comentar el proyecto. En aquel entonces yo tenía casi treinta palos, pero estaba que me temblaban las dos columnas dóricas que tengo por piernas.

La reunión fue bastante extensa, más de hora y media. Hablamos en casi todo momento del punto de vista, de la forma de mejorar por aquí y por allá, del coste que podría tener hacer algo así y de la pertinencia de que todo fuese grabado por mí mismo aprovechando que soy operador de cámara.

Me gustaba. Joder, me gustaba mucho.

Sin embargo, en los últimos veinte minutos la cosa se torció. En cuestión de días se abrían unas ayudas a la producción. No recuerdo qué cantidad se podía solicitar, pero aquella mujer fue clarísima en su planteamiento: presentarían el proyecto como ya firmado con la productora sin pagarme un céntimo por ello. Si se conseguía el dinero de la convocatoria la empresa se quedaría la mitad y, con la otra mitad, se haría la película.

Por supuesto, con esa cantidad sería imposible cubrir el rodaje y además pagarme a mí algo por dirigirla, escribirla y grabarla porque habría que darle algo al resto del equipo. Es decir, lo que yo sacaría sería hacer mi peli gratis mientras todo el resto sacaría algo por hacer mi peli.

Imagínate el shock.

Si he dado este rodeo kilométrico es para llegar al punto en el que ya estábamos: hecha la ley…

A pesar de lo que pueda parecer, mi ingenuidad me acompaña desde siempre y quería creer muy fuerte que, siendo esta la primera convocatoria de ayudas a la creación de cómic, no aparecerían impresentables de este tipo. Que esperarían al menos a que hubiese unas cuantas convocatorias más antes de aparecer.

Tampoco deberíamos ser injustas y decir que esta práctica es algo habitual o que se haya extendido muchísimo y toda la parte empresarial del mundillo se esté comportando como hienas y buitres carroñeros. No parece ser así.

Pero… ¿es necesario que lo sea para darnos cuenta de que el follón está en la ley y no solo en la trampa?

Si se elimina la opción de añadir un preacuerdo editorial que tenga peso en la puntuación de cada proyecto se corta el problema de raíz.

Recurriendo a otra frase clásica: «muerto el perro, se acabó la rabia».

Si desaparece esa posibilidad se le quita la tentación a todos aquellos que quieran buscar los límites para sus corruptelas y mierdas varias.

Y eso podría abrir otro debate. En la propia esencia de las ayudas figura el ánimo de contribuir a mejorar el ecosistema comiquero generando obra que se publique directamente y como primera opción en nuestro mercado. ¿Es bueno eso? No, en realidad es buenísimo, no veo qué pega se le puede poner a esa intención.

Pero… ¿es eso algo que debe abarcarse desde unas ayudas a la creación? Pues me temo que ese es el problema de base.

Las ayudas a la creación literaria no ofrecen la posibilidad de puntuar más si existe un preacuerdo editorial. Algo que tampoco ocurre en las ayudas a la escritura cinematográfica.

¿Por qué ocurre de forma diferente en el cómic? Pues porque nuestra industria nacional está tan empobrecida, tan tremendamente empobrecida en lo que a tebeo nacional se refiere que se ha pretendido, en parte, matar dos pájaros de un tiro.

Ahora bien, ¿tiene todo un inmenso ministerio la capacidad de crear unas ayudas directas a la edición de cómic dirigidas a subvencionar proyectos que ya tengan de forma obligatoria un contrato? ¿Se puede destinar una cantidad X a apoyar a la parte empresarial de la ecuación a través de proyectos pensados y estudiados para crecer dentro de nuestro mercado?

La respuesta parece obvia. Y alguna puede pensar que con lo que ha costado poner en marcha unas ayudas a la creación, cómo se puede pensar que ahora haya que pelear por otra línea de ayudas diferentes y enfocada al mismo ámbito cultural.

En fin… paso de poner el enlace, pero revisa, si quieres, cuantas ayudas diferentes existen para el cine y cuantos palos distintos tocan dentro de su industria.

Resumiendo: si se quiere se puede.

Ojalá existiese algún tipo de asociación o colectivo destinado a hablar en nombre de nuestro sector con las instituciones, es algo que lleva haciendo falta desde hace años.

Aunque… claro… tal y como contaba antes, cuando esas ayudas se dan a empresas con proyectos firmados pasan cositas…

Lo mismo, no sé, digo yo, todo pasa por ejercer un control real sobre las cuentas de todas y cada una de las empresas que vayan a participar del reparto de dinero de todos. ¿Te imaginas que solo pudiesen concurrir aquellas editoriales que certificasen estar al corriente de todos sus pagos y que eso significase que tienen cubiertos todos sus pagos de royalties y encima sus informes al respecto son claros, nítidos, transparentes y públicos?

Sería bonito.

De momento tenemos lo que tenemos y no es poco. Hay que agradecer mil veces que existan las ayudas, eso es así, pero debería revisarse muy bien la convocatoria para evitar que haya indeseables que, una vez más, quieran sacar partido de la parte más empobrecida y dañada de todo el ecosistema comiquero. Si de primeras robar está mal, pretender robar al que está por debajo del umbral de la pobreza es de miserables y solo merece el desprecio y la condena unánime de toda la industria.