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La libertad artística es incuestionable

La organización Freemuse lleva años analizando la situación de la libertad artística en el mundo y, por mucho que se insista en una necesidad real de cambio, los datos son escalofriantes.

En el año 2022, solo en Europa, se llevaron a cabo más de 400 violaciones contra la libertad creativa siendo la región del mundo en la que más se cometen este tipo de abusos por delante de América del Norte y del Sur y de Oriente Medio y el Norte de África.

A la cabeza están países como Turquía, Rusia o Bielorrusia, pero también Francia, Reino Unido, Serbia o España.

Si contemplamos todo el mundo podemos encontrarnos con 38 artistas asesinados ese mismo año, 119 encarcelados, 253 detenidos, 133 procesados, 24 atacados en eventos, 138 perseguidos y hasta 137 obras de arte destruidas mientras estaban expuestas. Además hay que sumar los más de 280 casos de censura.

Toda esta violencia se ejerce mayoritariamente desde los estados amparándose en leyes que hablan de que se incita a la inmoralidad, que se incita a la violencia, que se hace apología del terrorismo o que se anima al consumo de sustancias psicotrópicas entre otras.

En España buena parte de las denuncias que se llevan a cabo contra artistas y contra sus obras se amparan en leyes que hablan de las ofensas religiosas o del enaltecimiento del terrorismo. Normas anacrónicas y que no se justifica nunca el esgrimirlas para atacar una creación artística ya sea a modo de canción, cuento, cómic, viñeta, película, pintura, escultura, obra de teatro…

Parece que hay algo que nos resistimos a entender: una ficción es única y exclusivamente eso, una ficción. Ni es realidad, ni pretende serlo, ni debe valorarse jamás como si lo fuese. La libertad en la ficción debe ser total y absoluta siempre. Sin peros, sin medias tintas, sin supuestos posibles.

Un grupo debe poder escribir canciones defendiendo el nacionalsocialismo si le da la gana. Un humorista debe poder hacer un chiste sobre felaciones practicadas por chicas con síndrome de dawn. Una viñeta debe poder mostrar violaciones a bebés. Un libro puede contar la historia de un asesino que disfruta comiéndose a abuelitas. Una película puede contar el punto de vista de un esclavista que disfruta vendiendo niñas negras.

La expresión artística no debe estar limitada jamás por las consideraciones morales de los que se asoman a ella porque, de ser así, perderemos libertad y, al perderla, avanzaremos siempre hacia un arte mediocre, vacío de toda capacidad crítica, limitado, acomplejado, acobardado y complaciente.

El arte debe poder disentir, impactar, utilizar la política, la religión, los símbolos nacionales, las tradiciones, la cultura y todo lo que esté a su alcance para generar cualquier tipo de relato. El uso de la ficción debe ser siempre entendido y respetado como un elemento de libertad indispensable y como parte de nuestros derechos fundamentales.

Los púlpitos morales a los que muchos se suben para condenar obras de ficción que les parecen X o Y son intercambiables, lo que hoy criticamos porque nos parece de «mal gusto» o «fuera de lugar» puede llevarnos a ser mañana nosotros los señalados bajo esos mismos preceptos.

Y no confundamos lo subjetivo, la capacidad de que una obra nos guste más o menos con el señalamiento, la persecución o la búsqueda del escándalo. Por supuesto que cualquier obra puede irritarme o no gustarme en absoluto, pero eso no da derecho a entrar en consideraciones morales acerca de su impacto en la realidad porque, una vez más: es una FICCIÓN y los únicos que verdaderamente tienen un problema son aquellos que no lo ven y no lo quieren ver.

Los límites del humor no existen. Los límites de la ficción no existen. Los límites de los que se puede decir en una canción, en un poema o en una obra de teatro con marionetas no existen.

O al menos no deberían existir, porque cuando los ponemos limitamos la expresión artística, la manejamos, la controlamos a nuestro antojo y la sometemos a unos estándares acordes con nuestras ideas y con las de nadie más.

El caso de «El niño Jesús no odia a los mariquitas» creado por Don Julio y publicado por Fandogamia es una piedra más en el largo camino de la represión artística. Que medios de comunicación importantes dediquen espacio a escandalizar a su audiencia utilizando mentiras y juicios morales forma parte del modus operandi habitual.

Todo ese señalamiento público busca el miedo y la vergüenza, pero también pretende el ostracismo. La base está más que clara: quien se atreva a pasar nuestros límites será expuesto primero, perseguido después y por último castigado.

Se busca el escarnio, pero también la pena de banquillo a través de procesos judiciales largos y costosos que impiden a los creadores mantener un equilibrio desde el que poder seguir creando. Así, no solo se ataca a la obra en sí misma, se pretende destruir del todo a aquellos que nos resultan molestos, desagradables, inmorales o censurables.

Todo esto se permite en mayor o menor medida desde los estados porque, a fin de cuentas, siempre es preferible mantener calladas a las voces críticas y diferentes.

Y por eso debemos exigir una vez más que esto acabe de una vez. La libertad artística no debe cuestionarse jamás. Es un derecho fundamental de todos y todas. Debemos eliminar el miedo y la autocensura de la ecuación y dejar de confundir realidad y ficción a la hora de realizar consideraciones y juicios morales.

Los creadores y creadoras queremos crear en paz, sin tener que vigilar y medir cada acción o cada palabra y sin tener la sensación de sentirnos eternamente vigilados y controlados.

Una sociedad que juzga y condena a sus artistas no es una sociedad libre.

Todo mi apoyo a Don Julio y a Fandogamia.