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Ferias, feriantes y feriados

Quiere la casualidad que en la primera semana de celebración de la Feria del Libro de Madrid se anunciase vía red social el final catastrófico del enésimo evento comiquero madrileño. Otro intento más que estuvo muy lejos de funcionar, se quedó a años luz de resultar rentable y, sobre todo, quedó lejísimos de las expectativas de lectoras y aficionados.

Como autor pude vivir la última edición de aquello que se llamaba Expocómic y, a pesar de que lo recuerdo con cierta nostalgia, lo cierto es que en la única edición en la que estuve presente ya se intuían ciertos síntomas de todo lo que vendría después. Ahora bien, aquello gozaba de dos factores importantísimos que se han ido quedando por el camino: cariño y dignidad.

Tras Expocómic llegó aquello a lo que se llamó Heroes Comic Con y, en fin… desconozco los entresijos organizativos (o los que conozco son de parte), pero mi experiencia como autor que acudió a dos ediciones no pudo ser más lamentable. Ya no se trata de si el plantel de invitados podía resultar más o menos atractivo para el gran público, sino que todo transpiraba caos y desorganización.

A veces, cuando uno se pone a organizar saraos de este tipo puede caer en el error de pensar que la gente no percibe las cagadas logísticas, pero nada más lejos de la realidad. No solo las percibe, las padece, toma nota y echa cuentas enseguida para ver si le sigue siendo rentable dejarse los dineros de la entrada para entrar en un centro comercial mal gestionado a cambio de hacer colas insufribles para conseguir un dibujo de Fulano o Mengana.

En la Comic Pop Up solo estuve un año y, aunque creo que no es necesario del todo, conviene resaltar un par de factores clave. El primero es el de la ubicación: IFEMA está lejos de todo y, no solo eso, sino que en los alrededores poco se puede hacer, la oferta es poco apropiada y el ambiente no invita en absoluto a echar la tarde.

El segundo es la propuesta en sí misma. Todo eso que ha dado en llamarse «Salones del cómic» lleva años mostrando síntomas de agotamiento y, basta fijarse en el 23 y el 24 para darse cuenta. El último de todos en Barcelona, a pesar de que hablan de 105 000 visitantes mienten aproximadamente en 80 000. Tampoco nos escandalicemos, esa mentira, la de la cifra, es algo que ocurre y ocurrirá siempre. No es un dato que se lance hacia la gente que acude ni al gran público, se lanza hacia los que financian, instituciones varias, ayuntamientos…

Es una forma de justificarse frente a quienes ponen los dineros y ya. No hay apenas ningún evento que dé una cifra real y, en la mayor parte de los casos, tampoco la conocen, son estimaciones exageradas para cubrir las expectativas de quien mete los euros en el proyecto.

Ante este panorama cabría preguntarse si el modelo sigue siendo atractivo para el público en general. Evidentemente hay un tipo de lectoras de nicho a las que les sigue pareciendo muy interesante acudir desde la propia ciudad o incluso desplazarse. Los reclamos suelen ser varios: el plantel de invitados, la presentación de novedades, las exposiciones, las charlas, los talleres…

Eso al menos es lo que se suele pensar desde los equipos organizativos y los palacios de congresos, pero se olvidan del aspecto más importante de todos: la reunión social en torno a nuestra pasión.

Y es que ese, querida amiga, es el Santo Grial. De poco me sirve que me traigas a Mark Millar, Alan Moore y Marjane Satrapi si no lo puedo disfrutar y fliparlo con mis amigas de los tebeos, si no voy a poder encontrarme con ellos, irme con ellos a comer, deambular por la ciudad cuando esté cerrado el evento, tomarme algo por la noche y, al día siguiente, volver con ojeras al salón para seguir flipando, disfrutando, compartiendo y haciendo piña.

Eso no se puede hacer con el modelo de varios de los salones y por eso están abocados al fracaso primero y a la desaparición después. Si tengo que gastarme entre 20 y 40 euros por entrar un par de días, tengo que pillarme un hostal, desplazarme a un recinto ferial que está donde Luke perdió a sus tíos, pasarme dos horas de metro si quiero tomar algo al salir pues… ya empieza a costarme bastante más de lo que estoy dispuesto a gastar. Y a fin de cuentas, ¿para qué exactamente?

Cuando en la ecuación el precio de la entrada o esa terrible manía de no dejar entrar y salir del recinto a la gente cuando le dé le gana no se pueden siquiera discutir, se supone que al menos en el interior habrá una oferta de tal calidad que no me quedará más alternativa que querer estar en todo lo que se propone. Pero eso… funciona regular.

Las naves gigantescas y generar espacios expositivos atrayentes suelen ser como el agua y el aceite. Eso ya sin ni siquiera entrar en una correcta acreditación de cada una de las obras expuestas, en hacer un catálogo, contar con algo más que meras impresiones o cuidar una selección que vaya un poquito más allá de un «lo mismo de siempre».

Porque esa también es una de las losas con las que se carga muy a menudo en esta clase de eventos, las charlas que se ofrecen van de «lo mismo de siempre» hasta el «no le interesa a nadie». ¿Tiene mucho que ver el tipo de público en target y edad? Puede ser, pero también se echa de menos un mayor cuidado de estas cosas.

Llevo más de diez años acudiendo de manera ininterrumpida a salones del cómic por toda la geografía española. Habré visto la charla «mi experiencia trabajando en Marvel (también valen DC, Image, Dark Horse y similares)» unas quince veces, la charla «el guion de cómic» unas doce veces, la mesa redonda «la mujer en el cómic» más de una decena, «más allá de los Pirineos» seis o siete y «españoles en el manga» cuatro o cinco.

Sé que es difícil romperse la cabeza para tratar de organizar algo diferente. También sé (porque lo he escuchado demasiadas veces) que entre los organizadores se esgrime el «es lo que el público demanda» y, sin embargo, la realidad, tan tozuda como siempre, demuestra que luego la gran mayoría de las charlas en los eventos están vacías.

Pero cuidado, que por mucho que parezca que este es un texto que critica los eventos, nada más lejos de la verdad. A mí hay varios que me encantan y casi todos los que me gustan comparten ciertas características.

Me gusta mucho el Celsius 232, el antiguo Viñetas desde o Atlántico, las Jornadas del Cómic de Avilés, la Feria del Libro de Madrid… Todos ellos comparten como rasgo principal que son gratuitos, que utilizan espacios públicos para desarrollarse, que exponen en salas o espacios cuidados y preparados y, por encima de todas esas (importantes) consideraciones, sirven de lugar de encuentro.

Un lugar de encuentro cómodo, apacible, manejable, accesible, que ofrece libertad de acción y de movimiento, que cuida al detalle los espacios para charlas y talleres y que no pone el centro solo en un tipo de invitado, lo pone en algo mucho más importante: la gente que acude a la fiesta.

Porque no nos engañemos, al final del día todo se reduce a eso: pensar más o menos en el visitante. Cuando alguien puede acudir de forma pública a un evento está mucho más dispuesto a la participación.

Que Madrid no haya conseguido establecer un salón en condiciones tiene mucho que ver con eso.

La Feria del Libro lleva celebrándose de forma pública durante más de ocho décadas. Seguro que tiene infinidad de problemas para expositores, broncas por la asignación de espacios, gente que mete la mano donde no debería y un sinfín de problemáticas… Ni las voy a discutir ni las voy a justificar. Ahora bien, para la visitante de a pie, para el público que solo quiere pasar la tarde entre libros y, con suerte, conseguir que su autora favorita le firme un libro, esa feria es casi una experiencia religiosa.

El bullicio puede llegar a ser abrumador por momentos, pero al final de cada jornada, es difícil encontrar a quien no se haya marchado satisfecho. Lo están los asistentes y lo estamos también las autoras, aunque solo sea por formar parte de algo que a todas luces se vive como una fiesta, una celebración por todo lo alto.

Yo no tengo ni idea de si alguien se está planteando tomar de nuevo ese testigo que ha ido pasando de mano en mano desde el final de Expocómic para tratar de tener un evento viñetero «grande» en Madrid, pero está claro que quien lo haga debería empezar con una lección más que aprendida: cualquier propuesta en IFEMA no funcionará.

Ese modelo de salón está superado, no salen las cuentas y creo de manera muy firme que la única resurrección posible pasa por el modelo opuesto: reivindicar el espacio público como espacio de celebración cultural.

En los diferentes mentideros comiqueros hace años que se nota un amargo olor a cerrado. Hace tiempo que toca abrir las ventanas, salir a las calles, generar espacios de encuentro accesibles, gratuitos y que muestren nuestra pasión en parques, bibliotecas, palcos y plazas públicas. Comprender que si lo único que se quiere, si el único objetivo es la fría rentabilidad en una hoja de cálculo, la batalla lleva años perdida.

Ahora mismo, tal y como estamos, genera muchísima más ilusión un evento como FANZIMAD que cualquier posible sucedáneo que venga para tratar de hacer otro trasunto de Comic Con en un palacio de congresos. Basta con comprender (o al menos intentar comprender) por qué la ilusión se vive en unos eventos y no en otros.

Quizás el mayor problema sea querer partir de «hacer el salón del cómic que Madrid se merece» sin tener la capacidad, los patrocinios y el apoyo necesarios para hacer un macroevento a la americana. Una vez, uno de los editores de Panini me dijo: «los proyectos que nos llegan de superhéroes normalmente ni los miramos. Tenemos a Spiderman, a los 4 Fantásticos, a los Vengadores y a la Patrulla X, ¿quién va a comprarnos una copia del original que a primera vista se ve un poco cutre?». Y, aunque no esté del todo de acuerdo, sí que entiendo bien a qué se refería.

Si te vendes como un evento mejor que las finales de la NBA y el nombramiento de un nuevo Papa juntos, trata al menos de causar una buena impresión. Ya no te digo que me sienta como en el concierto de Queen en Wembley o en la final del mundial de Sudáfrica, pero al menos intenta que la experiencia sea un poco mejor que la sala de Star Wars en el museo de cera de Barcelona.