Saltar al contenido

En contra de la resiliencia

Ocurre al menos una vez al mes, me acerco a la librería, llego hasta la sección de filosofía y sobre la mesa de novedades hay varios títulos que me hablan de estoicismo. Están las «Meditaciones» de Marco Aurelio en su enésima edición revisada y comentada, pero a su alrededor hay una gran cantidad de libros que nos explican las bondades del estoicismo a través de una recopilación de aforismos baratos explicados por alguien con algún tipo de interés de parte.

En pocos meses he visto publicaciones de estoicismo para los negocios, estoicismo para las mujeres y hasta una baraja de «máximas estoicas» que funciona a modo de oráculo vital con el que incrementar todavía más nuestro crecimiento personal.

Toda esa retórica del aguante, de la resiliencia y del desarrollo personal esconde una serie de inconvenientes que suelen pasarnos desapercibidos y que le vienen que ni pintadas al sistema turbocapitalista.

El primero de todos ellos es que pretenden una adaptación completa ante todo aquello que nos ocurra. Cuando sufrimos un revés, cuando fracasamos en alguno de nuestros intentos o cuando la vida nos arrea una bofetada en forma de un despido, de explotación laboral o de pésimas condiciones, el estoicismo y la resiliencia nos animan a saber encajar, a no tratar de cambiar aquello que no está a nuestro alcance y a obtener una única lección posible: hemos de levantarnos y continuar.

Esto nos convierte en sujetos pasivos ante cualquier objeto que incida sobre nuestras vidas. Nosotros podemos sufrir todo tipo de consecuencias venidas desde el exterior, pero no debemos ni tan siquiera plantearnos modificar aquello que provoca esas consecuencias.

Así, no debemos protestar ni rebelarnos en contra del sistema porque enseguida se nos dice que no podemos cambiarlo y, por tanto, la única opción posible es adaptarnos a través de cambiarnos a nosotros mismos. Se sustituye al sujeto activo que lucha, contradice y propone cambios aun a costa de batallas que no puede ganar, por un sujeto pasivo que fluye, se adapta y se reconvierte a sí mismo en el individuo que la sociedad quiere que sea.

El segundo es que nos responsabiliza a nosotros como individuos de todo aquello que nos ocurre. O más bien se nos dice que somos dueños de cómo nos afecta eso que nos ocurre. Ante una mala noticia, ante una situación de injusticia o ante un evento traumático, se nos indica que nosotros y solo nosotros somos responsables del manejo de nuestras emociones y que, si sufrimos, es solo porque queremos sufrir.

Se nos invita a salir a la fuerza de cualquier situación de tristeza o malestar. Se nos dice que transmitimos malas vibraciones, que nos convertimos en personas tóxicas poco deseables, que no estamos creciendo de forma adecuada y que corremos el riesgo de ser aislados por la sociedad porque la sociedad nos exige estar felices, ser adaptativos y mantenernos productivos.

Para ello se nos insiste en que la resiliencia es nuestra mejor cualidad. Da igual si se nos muere un familiar cercano y querido, si nos despiden del trabajo o si somos testigos de una gran crueldad social, nuestro luto, cualquier rastro de «emoción negativa» debe desaparecer de inmediato y hemos de recuperar nuestra actividad cuanto antes con una gran sonrisa en la boca.

El tercero llega como una mezcla de los dos anteriores y es que se elimina por completo cualquier rastro de lucha o resistencia social o colectiva. Nuestra única preocupación es el YO y hemos de luchar de manera constante por nuestra mejora infinita. Se nos habla de la «mejor versión» y se establece llegar a ella como la única meta vital posible. Hemos de estar enfocados, atentos y dispuestos en todo momento para mejorarnos a nosotros mismos en un crecimiento infinito.

Esta sublimación de la individualidad se apoya en las muletas del estoicismo, de la resiliencia y de los mensajes fáciles del «sé tu mismo» y de «persigue tus sueños».

En esas fórmulas no hay cabida para perseguir sueños que tengan que ver con colectividades oprimidas o con la justicia social. No existe un crecimiento personal para la sociedad en su conjunto. No existe una mejor versión de la justicia social. Son términos que solo se aplican a cada individuo separado de su contexto. No se tiene en cuenta su demografía ni su clase social ni ningún aspecto que apele a ningún tipo de colectividad.

Además, se lanzan de manera continua mensajes que solo buscan un chantaje emocional. «Debes quererte primero a ti mismo antes de querer a los demás» significa que no estás preparado, que eres insuficiente y que no merecerás el amor de nadie hasta que no seas «como debes ser», un sujeto resiliente y estoico que no reacciona, sino que se acomoda y se adapta.

Contra la resiliencia, resistencia

Ante toda esta retórica construida para aislarnos, hemos de recuperar las luchas colectivas que tantos cambios consiguieron en el pasado. Es imposible cambiar la sociedad desde una posición de adaptación constante y el foco puesto solo en nosotros mismos.

Desde esa posición es imposible cambiar nada de lo que nos afecta. El neoestoicismo de recetas fáciles nos invita a no inmiscuirnos en todo aquello que no podemos controlar. Quiere alejarnos del mundo de la política, del mundo social o del mundo cultural, porque no quiere colectivos organizados ante los atropellos constantes, prefiere individuos preocupados por reponerse muy rápido de los golpes para volver al trabajo con una sonrisa.

Pero además, se incorpora un nuevo trabajo que jamás termina y que se realiza 24 horas al día: el desarrollo, nuestro crecimiento, nuestra deconstrucción… Todos tenemos esa labor. Debemos estar siete días a la semana limando nuestras aristas, corrigiendo nuestras malas vibraciones, acallando todas las emociones negativas y levantándonos una y otra vez ante la adversidad sin molestar y sin levantar la voz contra lo que la haya causado.

Esa sociedad resiliente, estoica y líquida fluye a la perfección en el sistema turbocapitalista que nos invita a mantenernos centrados, positivos y enfocados porque eso nos hace más productivos y nos aleja de «batallas imposibles que no podemos ganar».

Y esa es la clave: sí que se puede cambiar. Sí que podemos luchar por cambiar el sistema. Sí que podemos resistir ante una sociedad que nos quiere callados, sonrientes y siempre dispuestos a producir. Sí que podemos organizarnos y luchar por una sociedad diferente y por una verdadera justicia social.

Que no te engañen, menos resiliencia y más resistencia.