Este 2024 se cumplen 10 años desde que se puso a la venta mi primer trabajo como guionista de tebeos. Ahí es nada, una década de «carrera» en este mundillo tan lleno de peculiaridades como es el del cómic nacional y creo que me he ganado el derecho a celebrarlo.
Sí, celebrarlo, porque a pesar de tantos y tantos momentos de incertidumbre y de altibajos emocionales, creo que toca echar la vista atrás con orgullo. Y no lo digo por los «éxitos» o para reivindicar falsamente lo aprendido con los «fracasos». Siento un orgullo genuino por haber sido capaz de reconectar con lo único que me motivó desde el primer momento: escribir.
Y digo reconectar porque sí, cuando alguien se mete diez años seguidos en una profesión artística es muy fácil que tenga ganas de desistir por el camino. En mi caso han sido varias, pero las principales fueron tres. Tres momentos especialmente duros y complicados.
El primero fue después de publicar mis dos primeras obras y no encontrar a nadie que me quisiese editar una tercera. En aquel momento, cegado por el ansia de «hacerme un hueco» buscaba de manera constante e incluso asfixiante la forma de sacar más y más trabajos. Llegué a montar a la vez hasta una docena de proyectos diferentes que iba moviendo por festivales y bombardeando con mailings fácilmente considerables como spam.
Andaba como pollo sin cabeza, obsesionado con la idea de acumular libros con mi nombre en el lomo. Creía algo así como que se puede «llegar a la cima» utilizando de escalera una publicación detrás de otra.
Tras acumular más y más negativas me vine abajo. Sufrí mi primer ataque de ansiedad. Y creo que cuando no se ha experimentado esa sensación se tiende a confundir con un momento de cierto agobio y ya está… Pero no, no podía respirar. En mi cabeza sonaba una y otra vez lo mismo, que esto no era lo mío, que era mejor dejarlo y ya.
Y de repente, casi sin pretenderlo, con la maleta en la puerta decidido a emprender un viaje diferente, surgió la posibilidad de hacer un tercer libro y las nubes se abrieron.
El segundo vino varios años después del primero. Entre finales 2017 y principios de 2018 firmé tres contratos prácticamente seguidos para lanzar tres trabajos directamente para el mercado francés. Esto venía precedido de la eterna cantinela de que para ganarse la vida haciendo tebeos hay que hacerlos para Francia o para Estados Unidos.
Pues nada, no había conseguido firmar un álbum, había conseguido firmar tres con dos editoriales diferentes. Al principio todo iba bien, nos asignaron sendos editores con los que ir trabajando, la comunicación era bastante fluida y los primeros pagos llegaron en tiempo y forma.
Pero después de un par de entregas la cosa se truncó con las dos editoriales. En la primera directamente empezaron a ignorarnos con respecto a uno de los tebeos. En uno de ellos nos iban pagando cuando correspondía, pero en el otro… a día de hoy, seis años después, todavía no sé qué ocurrió, directamente cortaron la comunicación y nos dejaron vendidos, con casi medio álbum hecho y sin posibilidad de hacer nada con él.
Mientras tanto, con la otra editorial empezaron a ponernos excusas para no pagarnos. Primero llegó una «mudanza», después una «inundación», después «fallos con la web del banco» y así sucesivamente hasta que se acumularon tres o cuatro impagos seguidos.
Si en tu cabeza has ido instalando durante tres años que la única salida posible es entrar en ese mercado y, una vez que lo consigues, descubres que todo ese halo de seriedad, de mercado importante, de buenas maneras y de amor por el cómic, no es más que una patraña con la que nos autoconvencemos para tapar realidades como la sobreproducción, la fuga de talento y el exilio creativo pues… la hostia es grande.
Pero no acabó ahí. Dos de los proyectos conseguimos salvarlos. Para uno de ellos tuvimos que ir a una abogada y escribir un acuerdo de rescisión y, nada más verlo, la editorial inundada, incendiada y con problemas de conexión nos ingresó lo que nos debía y todo lo que quedaba por pagar por adelantado. So pena de despacho, picos de ansiedad de acabar en urgencias y una inflamación de la retina que me limitó la visión del ojo derecho durante algunos meses.
El cancelado por desaparición se quedó ahí, pero el otro me trajo la experiencia más desagradable que haya vivido jamás en este mundillo. El editor, tratando de «recuperar» la buena relación, me invitó a asistir al Festival de Angoulême para hacer alguna sesión de firmas y tal. Era una especie de regalito, un bomboncito con el que ir acallando toda la rabia y, al menos, tratar de salvar el álbum de toda esa mala vibra que se había ido generando.
Cuando llegué allí el cómic no estaba impreso. Y creo que ya no hace falta explicar más.
La tercera no fue a raíz de un único episodio sino que es más bien un desestimiento por acumulación. A lo largo de todos estos años hay un patrón que se repite y ha ido mermando mis fuerzas poco a poco. No tengo una única palabra para definirlo, pero es una sensación que se queda a medio camino entre sentirme utilizado y sentirme gilipollas.
A partir de 2015, ya con tres títulos en el mercado, empezaron a ofrecerme colaboraciones para poner proyectos en marcha. Alguien con más o menos experiencia me escribía y tratábamos de montar un maravilloso dossier con el que engatusar editoras. Hasta ahí todo bien, por supuesto. Sin embargo, en algún momento del proceso, esa persona, que insisto, había venido a buscarme a mí en primer lugar, desaparecía, se bajaba del proyecto sin más o incluso empezaba a trabajar con otro guionista y me dejaba colgando con un trabajo a medio hacer.
Si te pasa esto en una fase embrionaria del proyecto pues no es un problema, se aprovecha el material, se monta lo mismo con otra persona y listo. Ahí no hay trauma. Sí que lo hay cuando ocurre después de meses y meses de trabajo conjunto, cuando se acumulan horas infinitas de esperas o cuando ocurre con un contrato firmado que se rompe sin plantear alternativa.
Vaya por delante que no juzgo las decisiones de nadie. Comprendo muy bien que cada una tiene sus prioridades y sé que en la mayoría de ocasiones todo es fruto de la terrible precariedad que sufrimos en esto del tebeo. De lo que hablo es de una sensación mía y de nadie más de haber empleado mucho tiempo, de haber volcado una tonelada de ilusión o de haberme exigido mostrarme eficaz y minucioso para quedarme vendido y con cara de circunstancias.
El problema no es que haya pasado alguna vez, es que ha ocurrido más de diez y, al final, tampoco se puede hacer nada con eso, es algo que va a seguir ocurriendo y tendré que aprender a gestionar de otra forma. Lo único que me gustaría es que la gente no desapareciese sin más durante meses, a veces basta con un mínimo de comunicación o un simple «mira, no voy a hacer esto, haz con el proyecto lo que te apetezca».
Pero vaya, como decía al principio y, aunque no lo parezca, este era un pequeño texto de celebración, así que me gustaría sacar a relucir algunas buenas enseñanzas y buenos momentos de todo este periplo de diez años.
Tengo amigos en los tebeos
Sí, tal como suena, aunque también te digo que sería extraño no tenerlos después de una década coincidiendo con la misma gente en unos saraos o en otros. Hay gente con la que hablo todas las semanas y alguna prácticamente todos los días. Otros, aunque nos veamos un par de veces al año, me sacan una sonrisa gigantesca cada vez que nos vemos y ya podemos estar en medio de un evento en el sitio más remoto que consiguen que me sienta en casa.
Hemos peleado por nuestros derechos
Y aunque lo ponga en pasado seguiremos haciéndolo. Y no lo hacemos desde facebook o en grupos de telegram, nos hemos sentado en comisiones, frente a ministros, secretarios de estado y directoras generales a reclamar lo nuestro. Hicimos acciones para reivindicar libertad creativa y nos pusimos delante de los fascistas para decirles que ya estaba bien de censura y de amenazas. Aguantamos cada día la indiferencia, la apatía y el derrotismo de decenas de compañeros y aun así no bajamos los brazos porque es la única forma que tenemos de entender todo esto.
He experimentado el éxito
Seguro que alguien piensa que me flipo con esto y me da igual, al final el éxito solo es un juego de expectativas. He conseguido objetivos que solo estaban en mis sueños, sesiones de firmas de varias horas, colas en eventos de esas en las que no se ve el final, premios, reconocimientos, publicaciones en Francia, en USA, en Italia, en Alemania, en Portugal…
He experimentado el fracaso
Y no, no me sirvió para levantarme y seguir peleando, no fueron piedras en el camino que me enseñaron una valiosa lección. Fueron una putada, patadas en el estómago que sientan realmente mal y que te dejan hecho una puta mierda. Sesiones de firmas muy lejos de casa a las que no vino nadie, negativas editoriales tras meses mareando la perdiz, abandonos de compañeros o puñaladas y discusiones irreconciliables. ¿Es esto un logro del que estar satisfecho? No, pero es una muestra de que me he metido a fondo, muy a fondo en todo esto y aquí sigo.
He aprendido a seleccionar
Esto es algo que aprendí hace relativamente poco. Durante años estuve muy acostumbrado a meterme en cualquier tipo de proyecto con cualquiera y dentro del género o tono que hiciese falta. Me autoconvencí de que podía ser un escritor camaleónico capaz de adaptarme y fluir en algo de corte fantástico, en algo social o en algo de terror. Pero no es verdad. Ahora sé que no hay nada peor que meterse en algo que no me motiva lo suficiente. El mayor dolor que he experimentado estos años es el de tener que escribir algo sin ganas, ese dolor va matando la creatividad y la ilusión hasta poner en riesgo sus constantes vitales. Por suerte he llegado a un punto en el que puedo seleccionar mucho más.
Lo más importante de todo es escribir
En un par de meses se cumplirá un año desde que me convertí en aprendiz de mago. Una vez por semana acudo a una escuela a aprender trucos y técnicas con cartas, monedas, cuerdas… La magia es un arte con siglos de historia y cuyo único cometido es hacer disfrutar a la gente. Hay grandes maestros que han empleado sus vidas pensando y desarrollando todo tipo de efectos para hacer felices a los demás y también a sí mismos.
Descubrir todo esto partiendo de que era total y absolutamente profano, me ha ido sirviendo para reconfigurar un pensamiento en mi cabeza. A lo largo de todo este tiempo hubo varios momentos en los que perdí la brújula, escribí buscando algo, puedes llamarlo éxito o reconocimiento si quieres, el caso es que sentía que competía con otras, que había una especie de batalla en un recuento loco de logros tangibles.
Ahora sé que estaba equivocado. Equivocado y enfadado porque ese monstruo es muy difícil de alimentar y siempre va a tener hambre.
He reconectado gracias a escribir para mí. Como terapia, como alivio y como lugar tranquilo. Pero también escribiendo pensando en las demás, en las compañeras y en la forma de que puedan sacar lo mejor y en las lectoras.
Y creo que por eso sigo, porque después de cada sesión, cada vez que soy capaz de terminar una escena o un guion completo me siento mejor y esa sensación llena de luz incluso las sombras más oscuras.