Un ocho de enero se murió Boni de Barricada. Ese es un dato que a mucha gente no le dirá nada o que le resulte del todo irrelevante. Lo entiendo. A mí me pasa lo mismo miles de veces con la muerte de X o Y. Es más, debo reconocer que a veces he caído en el reconocimiento público y en sumarme a las necrológicas por red social de gente que me daba igual por pura presión de grupo.
Cuando se murió Boni no dije nada. De hecho no he dicho nada hasta ahora. Llevo varios días escuchando algunas de sus canciones y no puedo evitar emocionarme. Hay momentos en los que sí o sí se me saltan las lágrimas. Escucho eso de «soy el dueño de mis mejores momentos. No quiero que esto suene a lamento» y hala, ya estoy como una magdalena.
Y eso me hace reflexionar. ¿Por qué existen esos resortes en mi cabeza que hacen que al escuchar su voz no pueda evitar emocionarme? Me temo que existen diferentes motivos y todos van mucho más allá de lo musical.
Barricada es para mí mucho más que una banda. Determinados momentos de mi vida han estado ligados de forma íntima con sus canciones y de forma muy concreta con aquellas cantadas por Boni.
Teniendo apenas 17 años grabé por primera vez una cinta para alguien. Aquello era un ritual, había que seleccionar cada tema de forma cuidadosa, había que apuntar bien en una libreta cuál iba a ser el orden correcto y qué se quería conseguir (o decir) colocando una canción justo detrás de otra.
No era hacer una lista de reproducción y compartirla. Requería preparación y esfuerzo. No dejabas la canción grabándose y te ibas a otra cosa, se hacía con calma y, sobre todo, con intención. Aquella cinta arrancaba con «Pasión por el ruido» en su versión light. En mi cabeza, todos aquellos «ven aquí» obrarían una especie de sortilegio.
El caso es que funcionó.
Al año siguiente, en un festival de esos inmensos, me desperté, fui a la zona que más se parecía a un sitio para desayunar y vi al Drogas, a Boni y a Alfredo tomándose un café. No sé si fue que todavía era demasiado joven y demasiado inconsciente que directamente me senté en su mesa y les dije «me parece la hostia todo lo que hacéis, solo quería deciros eso». Se rieron, me chocaron la mano, me levanté y me fui.
Evidentemente, esas dos anécdotas no son lo único que conforma mi vínculo vital con los rockeros navarros, todavía hay tres o cuatro cosas más.
Un par de años más tarde, ya habiendo cumplido los veinte, me fui con tres amigos a un concierto de Barricada en un pueblo que no salía ni en los mapas. El bolo fue impresionante, como siempre. Por aquel entonces, a poco que me dieses algo de conversación, te diría que tenían el mejor directo del estado español (ojo, hay que decirlo así o no vale) y que había que verlos al menos una vez en la vida.
Sin embargo, aquella fecha no fue importante por eso. Después del concierto y de dar tumbos por los dos únicos bares que permanecían abiertos en la zona, nos dimos cuenta de que no teníamos un sitio para pasar la noche y que todavía faltaban al menos seis horas hasta poder coger el primer tren de vuelta a casa. Nos fuimos a la estación, construimos un parapeto con unas mesas, nos tiramos en el suelo e intentamos dormir un rato mientras nos íbamos turnando haciendo guardia para no perder nuestra única posibilidad de regresar al hogar.
Empezó a soplar un viento del carajo. Cuando dieron las cinco de la mañana hacía frío de verdad. Estaba helando y uno de los compis nos contó que en las etapas de montaña que transcurren a gran altitud, los ciclistas se colocan papel de periódico por dentro del mallot para calentar el cuerpo. Buscamos un rato y encontramos unos cuantos periódicos viejos, fuimos deshaciéndolos y nos los colocamos por debajo de la camiseta. Mano de santo. Controlamos el frío hasta que llegó el tren. Habíamos dormido tirados en el suelo, habíamos utilizado un método casi perfecto para acomodarnos al clima y llegamos a casa con titulares «tatuados» en las costillas.
Mucho tiempo después, casi una década completa, falleció mi padre mientras yo estaba grabando un pleno del ayuntamiento. Ya conté alguna vez esta anécdota y varias de las cosas que pasaron esos días repletos de momentos tragicómicos. Recuerdo haber pasado aquellos momentos como en una especie de limbo mental. Era como una neblina que no me dejaba mostrar ni la más mínima de mis emociones. Me había quedado en shock. No era capaz de hablar (quienes me conocen saben que eso es rarísimo), no me salía. Tampoco lloré y recuerdo a varios amigos diciéndome que no me lo guardase, que si tenía que soltarlo que lo soltase. Pero nada, era imposible. Sabía que me vendría bien, pero sencillamente, no ocurrió.
Pasaron días, después semanas y luego meses. Fue la voz de Boni lo que me hizo romperme. La escuché cantando «Muerte ven» de Tahúres Zurdos junto a Rosendo y a Aurora Beltrán. Como siempre su voz estaba rota, con ese tono tan peculiar e inimitable que da la sensación todo el rato de estar a punto de rasgarse del todo. Aquel día lloré todo lo que no había llorado en los meses anteriores.
En los últimos meses estamos pasando en casa por una situación muy compleja. Mi mujer se puso muy enferma y no sabíamos muy bien qué le estaba pasando. Tuvieron que pasar varios meses, tres semanas en casa y 35 días hospitalizada hasta tener más o menos claro qué está ocurriendo. Después del hospital llevamos dos meses y medio con rehabilitación en casa y queda un camino muy largo por delante.
En todo ese tiempo no escuché la voz de Boni, pero… sí que la imaginé. El Drogas, bajista legendario de Barricada, abandonó la banda hace ya un montón de años. A todos los que éramos fieles del grupo aquello nos pareció un error, no éramos capaces de comprender que se pudiese seguir sin él. Pero así fue.
Con la banda dividida, con el alma partida en dos, a Boni le diagnosticaron un cáncer de laringe. Cuando lo operaron perdió la voz. No volvería a cantar más. Imagínate. Escoge el rasgo por el que más te reconozcan, aquello que te convierte en lo que eres a ojos de los demás, y piensa que te lo arrebatan. Es desolador.
La tragedia estaba completa. El grupo de amigos que habían rulado por los escenarios de todo el país durante tres décadas y, cuando se separan, uno de ellos pierde su voz para no cantar nunca más, es pensarlo y entrarme una congoja que me dura varias horas.
Volviendo una tarde del hospital empecé a escuchar el último disco del Drogas. Es un directo muy largo en el que va cantando temas de Barricada. Una especie de homenaje al amigo y a la banda que ya no están. Hay varios momentos en los que canta temas que siempre había cantado Boni.
Y no escuchas su voz, claro, porque no está allí, es otro el que canta y, sin embargo, la escuchas fuerte y clara en tu cabeza. Tan rota como siempre, tan enérgica, tan fuerte y tan emotiva como de costumbre. Ahí está y acalla todo lo demás. Una vez más, no pude evitar echarme a llorar.
Y esta vez no estaba escuchando su voz. Al menos no físicamente, pero ahí estaba.
Nuestra memoria es capaz de ligarse de forma íntima con aquello que escuchamos o leemos. Nos permite construir universos complejísimos de emociones mientras se apoya en todo nuestro mundo sensitivo. Un olor nos puede llevar a nuestra infancia, una textura puede despertarnos un estado de ánimo, un sabor nos devuelve a casa de la abuela, una voz puede trasladarnos al lugar en el que habitan nuestras emociones más profundas…
La ficción no es solo ficción, es todo el universo perceptivo que la acompaña en cada momento y es un universo casi infinito y diferente para cada una de nosotras. El cine, el teatro, el cómic, la literatura, son capaces de trasladarnos una y mil veces a lugares diferentes en los que experimentamos sensaciones únicas y genuinas que no se pueden explicar, que no debemos generalizar y que no deberían banalizarse como si tal cosa.
La música te ha acompañado y te acompañará toda la vida. Y a veces, solo a veces, tenemos la suerte de conseguir una simbiosis con alguien. Puede ser una banda, un cantante o incluso un estilo entero. Se produce una conexión a base de pequeños momentos vitales que construyen algo que no deberíamos despreciar jamás: vínculo.
Hace años quisimos montar un proyecto de cómic colectivo que nunca salió. Nos juntaríamos un puñado de juntaletras y pintamonas para hacer historias cortas que contasen nuestro vínculo con Barricada desde perspectivas diferentes. A algunas les lleva al barrio y a la gente, a otras nos lleva a ese espacio en el que solo metes tu diario y tus secretos. Aquello, amiga mía, no salió, pero todavía podría salir, quién sabe.
Yo nunca he sido amigo de Boni. Nunca mantuve con él largas conversaciones. Nunca nos contamos nuestras penas ni compartimos alegrías. Sin embargo, ahí está, almacenado en el cajón de mis emociones y haciéndolas explotar cada vez que lo necesito.
Yo qué sé… gracias por tanto.
Dónde está mi revolución
No da igual, aún queda un sitio si me quieres acompañar
Intento evitar conversación de ascensor
O mantener sonrisa fingida
Me da la impresión de taparme la cara,
Descúbreme, aún queda un sitio si me quieres acompañar
No sé por dónde ni cómo empezar
Por cuanto vendo la mejor canción
Por dónde empiezo a confesar lo que soy. No está mal
Mis botas conocen cómo huele el suelo
Quizás elegí camino equivocao
Me voy pa un lao por no caer atrás
Muñeco barato sin trampa ni cartón
Descúbreme, aún queda un sitio, ven conmigo
Aún queda un sitio si me quieres acompañar
Por cuanto vendo la mejor canción
Por dónde empiezo a confesar lo que soy. No está mal
Soy el dueño de mis mejores momentos
No quiero que esto suene a lamento