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9 cosas que aprendí del mundo del cómic en 9 años

9 cosas que aprendí del mundo del cómic en 9 años

En noviembre de 2014 se ponía a la venta mi primer cómic y, unos días después, llegaba el segundo. A pesar de que ya había intentado hacerme un hueco antes a través de proyectos y más proyectos, la providencia no quiso que ninguno prosperase hasta ese momento.

A partir de la salida de aquel «Teluria 108», dibujado por Alejandro Muñoz y editado por Babylon, decidí zambullirme en un mundo que hasta entonces era completamente desconocido para mí. Era lector, sí, pero nunca he sido un gran lector. Leía lo que me gustaba y poco más. En aquel momento no sentía un interés genuino por nada que no fuesen mis lugares tranquilos: las parodias y el cómic de superhéroes, más concretamente Mutantes, Masacre, Thunderbolts y Batman. Había leído mucho Astérix, mucho Mortadelo, mucho Supelópez y mucho Groo. Pero resultaba casi imposible sacarme de ahí.

Además, tampoco había tenido ningún contacto con nadie del mundo del tebeo. No pasé por fanzines ni por revistas, al menos no haciendo cómics, porque sí que formé parte de un proyecto maravilloso llamado «Xogo Descuberto» en el que escribí muchas de mis opiniones antes de la llegada del boom de las redes, cuando opinar todavía se consideraba una provocación.

Resumiendo: no tenía ni idea de nada. Llegaba completamente virgen a un universo nuevo. Mi única «ventaja» es que desembarcaba pasados los treinta años y con una intención muy firme: quería contar historias. Desventajas había cientos, puede que miles…

En estos años he podido aprender algunas cosas. Ahí van unas cuantas:

1.- En el mundo del cómic puedes hacer amigos (y enemigos)

Hay algo que resulta especialmente relevante en el ecosistema comiquero patrio: es muy pequeño, diminuto. Si juntas a toda la gente relacionada de forma directa con la creación, distribución y venta de tebeos, es decir, autoras, currantes en editoriales, distribuidores y libreros, apenas podrías llenar una de las gradas del Camp Nou.

Si a eso le sumas a los que se relacionan de forma indirecta pero con mucha implicación, es decir, divulgadores, organizadoras de eventos o imprentas, se podría llegar con suerte (y un punto de exageración) a llenar una tercera parte del Bernabeu.

Eso se traduce en que si consigues resistir durante unos cuantos años hay muchas posibilidades de que te acabes cruzando alguna vez con todos ellos, entables relación con la mitad e incluso llegues a afianzar esa relación con una décima parte.

¿Te parecen pocos? Pues… no sé… En Vigo somos cerca de 350 000 personas. Dudo que alguna vez pueda llegar a tener relación con la mitad…

A lo que voy: esto es reducido, ínfimo. Tirando del sabio refranero podemos llegar hasta «el roce hace el cariño». Y es muy cierto. A base de coincidir en saraos, de cafeses y cervezas, de charletas y comidas, se va una encariñando con aquella gente con la que tenga afinidad, intereses comunes y padecimientos similares. Como la vida misma, pero en versión pocket.

Y claro, si nos vamos a otro refrán llegamos hasta el socorrido «donde hay confianza da asco». Porque la vida también nos demuestra que ese coincidir una y otra vez puede llegar a hastiarnos o hacer que le veamos las costuras a fulanito o a menganito y acabemos más cansados que un sherpa. Sobre todo cuando ese roce se produce a diario a través del medio más pernicioso que ha existido jamás: las redes sociales.

Twitter y Facebook fundamentalmente (aunque Instagram también tiene lo suyo) son un pozo y un estercolero cuando nos referimos al mundillo viñetero.

Durante años padecí de forma muy directa entrar en su juego.

En el cómic se hacen amigos, muy buenos amigos de hecho. Pero cuidado, harás enemigos, y cuanto más tiempo pases en redes, más «debates», discusiones y mierdas tendrás. Puedes autoengañarte y decirte que no, que tú controlas. Puedes autoengañarte y decirte que tú eres plenamente consciente del uso que les das y que las utilizas como herramienta de promoción. Tú mismo. Yo también me digo cada día que soy súper alto.

2.- En el mundo del cómic hay una pirámide trófica que obedece a lógicas bastante chungas

Este punto siempre me ha dejado mal cuerpo, es más, me lo sigue dejando. Es posible que te encuentres gente que te niegue que es una realidad o incluso que sean lo suficientemente majos como para negarlo o para actuar como si no lo fuese.

Existe la etiqueta de «primeros espadas». Existen «ligas» o «categorías». Escalafones según los cuales existen unos autores que son mejores que otros, con más derecho a opinar o incluso con la consideración de que sus opiniones tienen mayor valor que las de otros.

Estas ligas se organizan en torno a baremos un tanto difusos. Tienen que ver la trayectoria, la continuidad y el respeto adquirido, por supuesto, pero también juegan un papel muy importante (y esto es lo que lo convierte en una reverenda mierda) la endogamia, las falsas alabanzas, el palmerismo y los egos desmedidos.

La primera vez que escuché eso de «juegas en otra liga» me lo tomé con cierto cachondeo. Imaginaba que no era más que una forma de hablar, otro símil deportivo más que se sumaba a «la carrera de fondo» y otros parecidos. Tiempo después llegaron las espadas, la armada española, «los profesionales» y los «buenos».

Las profesiones culturales, todas ellas, se enfrentan a uno de sus peores momentos históricos. La proliferación de conceptos como «contenido» y la masificación absoluta de la oferta generan una macroburbuja en la que nada permanece más allá de unos días.

La supervivencia de las obras pende de un hilo. Por un lado, el exceso de novedades hace casi imposible que se pueda asomar la cabeza, por el otro, la falta de atención derivada de la sobreestimulación obliga a reclamar unos cuantos segundos al día para sentir que al menos alguien puede hacerte caso durante un mínimo instante.

Todo ello mete a las autoras en una competición absurda. Miles de cayucos queriendo abrirse paso en un océano tormentoso. Algunos piensan que sobreviven mejor en un barco un poco más grande y juntando a unos pocos de los suyos para aunar esfuerzos en la tempestad.

La idea es buena. Muy buena de hecho. Hasta que alguien decide empezar a disparar a los de las embarcaciones menores. Bastante sufrimos en el mar como para tener que compartirlo con esa gente que no es nadie.

Puede parecer exagerado. Me encantaría que así fuese.

3.- Existe un lore que te vendría bien conocer

Bien, hasta ahora sabemos que puedes hacer amigos y enemigos y que además hay bandos, hay bandas, ligas y competiciones.

Pero es que además de todo eso hay una historia (a veces más reciente y a veces menos) que te vendría bien conocer. No es imprescindible ni mucho menos. Nadie te va a preguntar en un examen, pero sí que te puede servir de ayuda en el ámbito relacional comiquero.

¿Sabes por qué fulanito no se habla con menganito? ¿Conoces la famosa anécdota en la que el señor X tiró por los suelos la obra del señor Y? ¿Te suena aquel momento en el que citanito aconsejó a pitanita que no cogiese un trabajo para después hacerlo él?

¿Nadie te ha contado lo de la gente que te invita a farlopa en los baños de los eventos? ¿Ni siquiera la del editor que le tira la caña a las jovencitas?

Insisto, saber todo eso no es fundamental, es más, puede que incluso te rompa la idea preformada que tienes sobre alguien a quien en cierto modo idolatras. Y eso pues… está bien. No idolatres a nadie porque el lore vendrá y se meará encima de la imagen que te hayas construido de los demás.

¿Sabes qué? El cómic es un barrio pequeño. La realidad dicta que todos tenemos una parte despreciable que tarde o temprano puede asomar la cabecita. Y en los barrios se sabe todo.

4.- No hace falta que opines de todo ni que te posiciones en cada movida

Ojalá hubiese sabido esto en noviembre de 2014. Cada 15 días más o menos se inicia una nueva «polémica del mundillo». A veces todo empieza porque el corte inglés saca un anuncio de novelas gráficas para primeros lectores, otras porque alguien habla de la edad de oro del tebeo patrio, o incluso puede que alguien organice un macrosarao horterísima con paseos en camello.

Todo esto podría solucionarse si aplicásemos el clásico (y un poco manido) principio de Hanlon: «nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez». O dicho de otro modo: hay una buena parte de las movidas que se montan que no van a ninguna parte, que solo generan un montón de ruido y que encima sirven a más de uno para decir aquello de «ya están los de siempre armando bulla» cuando se reivindican cosas serias.

Por eso es muchísimo mejor mantenerse calladito la mayor parte del tiempo. Tardé muchos años en darme cuenta de esto y no hacerlo me ha costado más de un disgusto.

Hay situaciones en las que es importante posicionarse. Con argumentos. Pero cuidado, las trifulcas, los debates, las opiniones y los encontronazos vía red social, no sirven para nada en absoluto. O peor, sirven para que te enfades y discutas acaloradamente con personas que no tienes delante.

5.- La diosa de la cutrez lo ha bañado todo con su manto

Así es. Deberíamos reconocerlo y asumirlo para empezar a mejorar a partir de ahí. La industria del cómic español es un mundo lleno de cutrerío por todas partes. Y cuando digo por todas es por todas, aquí no se salva ni el tato.

Somos espantosamente cutres. Miramos a otras industrias culturales con cierta envidia y algo de reverencia. Reverencia que repetimos incesantes con tal de que las administraciones nos hagan un poco de casito.

Se imprimen trabajos llenos de faltas de ortografía, mal rotulados, mal maquetados o con calidades que sonrojan a cualquiera. Se sustituye una mínima campaña de prensa y marketing por unos cuantos posts en instagram. Se hacen chanchullos de todos los colores para cobrar según qué facturas. Hasta existen gestorías ofreciendo dobles contabilidades a librerías para que puedan cuadrar bien las cuentas.

Cada semana se hacen presentaciones que apenas se anuncian y a las que no va ni la familia de las autoras, se hacen multitud de eventos con el «cómic» o el «manga» en el nombre en los que cuesta encontrar tebeos pero ofrecen concursos de ramen picante…

Proliferan podcasts y más podcasts y más podcasts en los que no existe ningún rigor y en los que su «contenido» (otra vez la palabrita) es el equivalente a quedar con Jose, Paco y Manuel a tomar unas cerves y poner la grabadora en el medio.

Y los autores… ay, los autores… Acudimos a saraos poniendo buena parte de nuestro bolsillo (cuando no lo pagamos todo directamente). Nos llevamos portafolios para que los revisen editores que están allí por compromiso y soportamos condescendencias que no necesitamos.

¿Y es culpa nuestra? Pues no, no lo es. La culpa es de que la diosa de la cutrez nos maldijo y arrojó su manto por encima de la industria de la historieta.

6.- Hay gente que se siente poderosa y eso le gusta (y lo mejor es dejarlos a su aire)

Esto tiene mucho que ver con el punto anterior (y con todos los demás en realidad). En todo este ambiente de habitación a la que le vendría bien abrir un poco las ventanas, siempre es fácil encontrarse con gente que se cree el rey del mambo.

Esto funciona exactamente igual en cualquier otro sector, claro, pero es especialmente llamativo en los más pequeños.

Me basta echar la vista atrás un par de meses para recordar a alguien expresarse en plan «llevo peleando muchos años por la industria», a otro diciendo «yo soy alguien importante dentro de esto». Eso yéndonos a expresiones concretas, pero si nos vamos a actitudes mantenidas en el tiempo…

Me faltaría blog para hablar sobre todo ello. Conozco editores prácticamente arruinados que se sienten adalides de no sé muy bien qué, autores que sacan pecho porque han vendido unos pocos miles de ejemplares de algo, divulgadores en una competi de followers, comisarios que te agarran del brazo para contarte el día que cenaron con Frank Miller…

Todos quieren su parcela de poder y eso nos lleva directamente al siguiente punto.

7.- En el mundo del cómic hay profesionales increíbles (y suelen estar muuuuuy callados)

Porque sí, existen. Puede que no se les vea demasiado, puede que mucha gente ni siquiera les conozca, pero están ahí. Hacen su trabajo sin hacer ruido. Eso no les quita ni un ápice de compromiso.

Hay editores maravillosos que conocen perfectamente la situación de las autoras y se mueven para intentar cambiar las cosas. Hay libreros que convierten sus espacios en auténticos centros de dinamización cultural de sus barrios y ciudades. Hay eventos que hacen virguerías con unos pocos miles de euros, hay divulgadoras rigurosas que ponen el arte y la cultura en el centro de su discurso y, por supuestísimo, hay autoras que aman este medio y se abren de par en par en cada página.

Y todo eso lo hacen sin tener que tuitear cada veinte minutos. Y sí, ya sé que todo este texto podría parecer un alegato contra las redes sociales. Porque lo es.

8.- A nadie del mundo real le importa un carajo lo que haces

Puede sonar triste, pero es así. El mundo del tebeo no tiene apenas repercusión en el día a día de la gente de la calle. Nosotros nos rasgamos las vestiduras. Hablamos de lobbys, conspiraciones y movimientos. Explicamos con la maldad un montón ingente de gilipolleces, dramatizamos, nos escandalizamos, pataleamos y perdemos la compostura.

Yo el primero, que quede claro. Yo he sido el primero en todo eso muchas veces, muchísimas. Pero no estaba solo, reconocedlo, cabrones, nunca estuve solo.

¿Y sabés qué? A la gente le da lo mismo. A mi familia le importa tres carajos si he debatido seis horas con un tipo que dice que hay que volver a vender grapas en los kioscos. Noto la profunda cara de hastío cada vez que le cuento a mi pareja la enésima «polémica del mundillo». Si le cuento a mi prima que un autor se ha hecho todo un inktober calcando dibujos de otros para venderlos después, es probable que diga «ajá» mientras remueve el azucarillo en el café.

9.- La gran conclusión: si hacer tebeos no te divierte, deja de hacer tebeos

Tenemos precariedad. Enquistada y muy profunda. Tenemos competiciones absurdas entre compañeros. Tenemos triquiñuelas, chanchullos, vendehumos, puñaladas y sonrisas más falsas que un euro de vibranium…

Hasta ahí todo normalísimo. Vengo del mundo de la televisión y el audiovisual en general y, a ver, es prácticamente lo mismo con la diferencia de que aquellos son universos mucho más amplios y la mierda puede quedar un poco más diluida.

Sabiendo todo esto, la mayor conclusión que he sacado en nueve años es que más te vale que ames profundamente hacer tebeos porque si no jamás te va a salir a cuenta. Perderás dinero, perderás salud mental, perderás vida social, perderás amistades y, aún por encima, estarás haciendo algo que no te gusta.

Así que más te vale que te divierta y que te importe hacer tebeos.

En nueve años he tomado conciencia (al fin) de que los tebeos importan. Importan mucho. También es importante que crezcan, que podamos darle impulso entre todas a este universo fascinante, pero ese trabajo no puede hacerse desde la cutrez, desde la endogamia, las ligas, las bandas ni las trifulcas.

Tampoco se hace solo desde la gente que enarbola la bandera de lo importantes que son, eso como mucho causa sonrojo. Hay muchísimo camino por recorrer para llevar los tebeos a todas partes, un camino que se puede hacer día a día, poco a poco y sin muchas historias, a veces basta con ponerse.

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