Saltar al contenido

Talento, suerte y esfuerzo

Me ha vuelto a ocurrir, a los pocos minutos de anunciar que he firmado un contrato para publicar un cómic con guion mío alguien me escribe: “qué suerte, ojalá yo encuentre un editor pronto”. ¿Suerte? ¿Es algo que dependa en un porcentaje significativo de la suerte? Pues… me temo que si bien hace dos o tres años afirmaría de forma categórica que no, que no hay lugar para el azar en estas cosas y que todo depende del sacrificio y del esfuerzo, hoy en día apenas me atrevo a afirmar nada con tanta vehemencia.

Como esto requiere de una explicación un pelín larga he preferido recurrir al formato “apasionante artículo de Escribiendo Cómics” y así de paso desempolvo un poquito el blog que ya le iba haciendo falta.

Agárrense bien al asiento porque hoy vamos a hablar de un triángulo que debe formar un buen equilibrio en todo esto de las viñetas, un triángulo formado por: talento, suerte y esfuerzo.

Vamos allá.

El talento

¿Qué es el talento? Pues arriesgando un poco voy a tratar de definirlo sin mirar el diccionario. Diría que el talento es la capacidad de aprender o desarrollar una destreza con una facilidad mayor que la de la media. Es decir: tener talento te permite ser capaz de realizar algo con un aprendizaje mucho más corto del que necesitaríamos el resto de mortales.

Se puede tener talento para cocinar, para aprender idiomas, para dibujar, para cantar, para hacer gimnasia rítmica, para hacer malabares, para montar tiendas de campaña, para hacer submarinismo o para disparar rifles automáticos. Cualquier destreza que requiera un aprendizaje previo es susceptible de encontrar a gente con talento que se conviertan en expertos en muy poco tiempo.

Todos tenemos algún talento aunque no lo sepamos, yo aprendí a hacer malabares en el instituto muchísimo más rápido y con mucha más espectacularidad que mis compañeros. ¿Estuve practicando durante horas? Sí, pero no durante más horas que muchos de ellos.

¿Qué papel juega el talento a la hora de escribir historias? Pues ayuda mucho, sobre todo en los primeros momentos, porque ese talento puede significar una gran destreza a la hora de imaginar mundos e historias fascinantes con sorprendentes giros argumentales.

Ahora bien, – seguro que ya te imaginas lo que viene ahora–, de poco sirve tener un gran talento sin una cantidad considerable de aprendizaje, de disciplina y de búsqueda de proceso. Puedes nacer con una mezcla genética que te asemeje a un híbrido entre Shakespeare y Rosalía de Castro, pero eso no te va a servir de nada si, primero, no descubres ese talento y, segundo, no lo desarrollas.

Un talento sin desarrollar puede hacer que un día escribas un relato muy bueno que gane un concurso de una marca de leche y te pongan en todos sus cartones, pero es difícil que puedas hacer mucho más. Es un músculo, si no lo trabajas tiende a la relajación y de ahí a la flacidez.

Mi única recomendación con respecto al talento es la misma que un día mi padre me dijo a mí: encuentra algo que te guste mucho hacer y que te divierta hacerlo. Cuando lo encuentres trata de hacerlo lo mejor posible. Eso es suficiente.

La suerte y el esfuerzo

Entonces ¿si encuentro mi talento, lo desarrollo y me esfuerzo lo suficiente, lograré lo que me proponga? Pues no, ni de coña. A pesar de lo que te vendan las tazas de Mr. Wonderful o los libros de Paulo Coelho, no todo depende de ti ni de lo mucho que pelees por tus sueños ni tampoco de lo fuerte que se lo pidas al universo. Eso es lo que quiere hacerte creer la sociedad del rendimiento en la que estamos inmersos. Es una manera de que te culpabilices solo a ti de no conseguir tus metas y de que pienses que no diste el cien por cien.

Ese discurso, que trata de anular cualquier responsabilidad externa a ti, no solo es peligroso, es nocivo. Y tanto lo es que es responsable directo de muchos de los problemas de ansiedad, de depresión y del síndrome del trabajador quemado que sufrimos en nuestros días. La comparación continua con aquello que “deberíamos ser” nos machaca y nos impide disfrutar de cualquier pequeño triunfo porque solo es un peldaño hacia el éxito total al que nunca llegaremos porque siempre habrá un peldaño más que subir.

Además, la continua autoexigencia nos conduce a la autoexplotación de tal forma que ya no son necesarios patrones que nos golpeen con un látigo, ya nos fustigamos nosotros mismos si no conseguimos ser quienes queremos ser o no cumplimos los objetivos que nosotros mismos nos ponemos. Ya no es necesario un jefe que nos presione para dar el cien por cien, esa falsa cultura del esfuerzo que formaba parte del mundo empresarial, se ha trasladado a un montón de sectores en los que se nos invita a hacer de nosotros mismos una marca e impulsarla hasta alcanzar las mayores cotas de éxito posible.

La situación es tan delirante que hay gente bombardeando a otra gente con cientos de cursos y webinars en los que te explican, –después de pasar por caja–, cómo exprimirte al máximo para que puedas disfrutar de los frutos solo reservados a los triunfadores, esos que solo tienen una cosa en común: se esforzaron más que tú.

Toda esta gente, todos estos vendedores de soluciones, tienen muy claro que para que su discurso funcione hay que sacar de la ecuación una variable fundamental: la suerte. ¿Y cómo puede afectar la suerte a la hora de colocar un cómic? Pues de múltiples formas. La suerte puede provocar que tu dossier caiga en manos de un editor que justo en este momento esté buscando algo similar a lo que tú ofreces. La suerte puede hacer que conozcas a alguien en un evento que luego te presente a alguien que a su vez te ponga en contacto con alguien.

Si algo tengo claro es que la suerte, por muy denostada que esté, puede llegar a ser muy importante y, en ocasiones, jugar un papel más relevante que el talento o que el esfuerzo. Pero claro, nadie que te esté vendiendo la idea de que si fracasas es porque no lo has intentado con suficiente ímpetu va a admitir que la suerte juega un papel en todo esto.

Resumiendo

El talento existe, por supuesto, pero tener mucho o poco va a dar lo mismo si no lo desarrollas y no le das un entrenamiento apropiado. Si pretendes moverte a base de golpes de talento podrás conseguir algún momento glorioso, pero seguramente sea pasajero.

El esfuerzo es necesario, pero hay que ponerle límites. Trabajar cada día al cien por cien solo conduce al agotamiento y cuando se está agotado puede aparecer mucho más rápido la frustración en un momento sin fuerzas para resistirla. Es mejor dosificar, no tratarse a uno mismo como una empresa en la que se juegue el papel de explotador y explotado y, sobre todo, no caer en la espiral de los objetivos y las metas infinitas.

La suerte puede ayudarte, y aunque es puro azar, hay pequeñas formas de favorecerla. Si acudes a eventos, si conoces cada vez a más gente, si le dices a los demás lo que te gusta de su trabajo sin esperar nada a cambio, si colaboras con otros y si no dudas cuando te piden alguna ayuda, puede que algo de eso te venga de vuelta de alguna forma.