Corría el año 2003, yo era un muchacho alegre y pizpireto que acababa de matricularse en una escuela de cine con una mochila cargada de sueños, ilusiones y sustancias estupefacientes.
Venía con mi título de Técnico Superior en Imagen debajo del brazo y mucha gente me decía: «eres muy buen cámara, sigue currando así y llegarás lejos». Sin embargo, ya en aquel entonces, algo me inquietaba y me carcomía muy adentro: quería contar cosas.
Así que algo que me animaba sobremanera y que me hizo afrontar mi nueva etapa con energía y dedicación fue saber que iba a tener clases de guion y que nos las iba a impartir un muchacho de edad muy similar a la mía pero que ya estaba dando muy buenos pasos a nivel profesional.
Error. Fatalidad. Horror. Desolación.
Aquel «profesor» de guion me hizo vivir una de las peores experiencias que he tenido jamás dentro de un aula. ¿Por qué? Porque su método consistía en leernos palabra por palabra uno de los libros de Syd Field y exponer su conocido paradigma como si fuese una especie de plantilla que rellenar.
Más fatalidad. Más desolación.
Al curso siguiente aquel «profesor» fue sustituido por otro. El otro había sido guionista, eso es verdad… hacía casi tres décadas de aquello y desde entonces había intentado de mil formas diferentes ser productor.
Eso no tiene nada de malo, nada en absoluto. Es más, hasta podría aportar un punto de vista muy interesante. ¿Y cuál era esta vez la causa de seguir sumando fatalidad y desolación? Pues… que su método era exactamente el mismo… Syd Field, el paradigma, los pilares y todas esas vainas…
Fatalidad y desolación extremas.
Espera un momento, listillo -pensarás- ¿qué tiene de malo escribir siguiendo una estructura? ¿acaso no es fundamental que todas las historias cuenten con una?
Pues no… y sí… pero… depende.
Hoy, en Escribiendo Cómics, voy a tratar de defender por qué la estructura es una maravillosa herramienta de análisis, pero ni es ni debe ser una herramienta de escritura.
Vamos allá.
Algunos ejemplos de estructuras muy conocidas (y utilizadas)
No quiero marear con un montón de plantillas y requiebros y argucias sobre las plantillas, así que me iré a dos muy conocidas.
La primera de ellas, que algunos expertos denominan clásica por aquello de proceder de la separación en tres actos, tiene este aspecto:
1.- MUNDO ORDINARIO
2.- DETONANTE
3.- PRIMER PUNTO DE GIRO
4.- PUNTO MEDIO
5.- TODO ESTÁ PERDIDO
6.- ÚLTIMA OPORTUNIDAD
7.- SEGUNDO PUNTO DE GIRO
8.- CLÍMAX
9.- RESOLUCIÓN
La segunda es el conocido, afamado y sobreutilizado viaje del héroe y tiene esta forma:
1.- MUNDO ORDINARIO
2.- LLAMADA A LA AVENTURA
3.- RECHAZO A LA AVENTURA
4.- EL ENCUENTRO CON EL MENTOR
5.- EL PRIMER UMBRAL
6.- PRUEBAS, AMIGOS Y ENEMIGOS
7.- EL SEGUNDO UMBRAL
8.- LA ODISEA
9.- LA ESPADA MÁGICA
10.- EL REGRESO A CASA
11.- LA RESURRECCIÓN
12.- EL RETORNO CON EL ELIXIR
Como se puede ver todo está muy bien ordenadito e, incluso sin saber exactamente a qué se refiere cada uno de los puntos, podríamos aventurarnos a rellenarlos con un par de párrafos y es posible que nos quedase un relato fácilmente contable.
Esto lleva directamente al siguiente apartado.
¿Por qué no debes utilizar la estructura como si fuese una plantilla con huecos para rellenar?
Pues porque no estás haciendo pasteles, estás escribiendo historias.
Dentro del maravilloso mundo de la cocina, la repostería es quizás el más estricto en cuanto a exactitud de ingredientes y proporciones. Si te pasas con la harina, si te quedas corto con la leche, si los huevos no están a la temperatura ideal o si no mezclas todo en un orden y de forma muy concreta, es muy posible que esa tarta que le quieres hacer a tu madre porque se lo merece se acabe convirtiendo en una de las anécdotas familiares más recordadas durante décadas.
Y es que la repostería es así, casi una ciencia exacta que muy pocas veces acepta fórmulas o procedimientos distintos de los habituales.
La escritura de guiones es (o al menos debería ser) algo muy diferente de la repostería y deberían tener cabida todo tipo de experimentos, cambios, alternativas, propuestas y herramientas diferentes.
Para contar una historia podemos contar con diferentes materias primas. Tenemos personajes, conflictos, temas, emociones, contexto… Con todo eso deberíamos ser capaces de llegar hasta lo que queremos contar sin estar mirando de reojo una plantilla de estructura porque si lo hacemos corremos una serie de riesgos:
1.- Tendrás momentos más artificiales que los fuegos de la verbena de tu barrio
Diseñar un momento de «todo está perdido» o de «última oportunidad» siempre tiene algo de artificial porque en sí mismos constituyen un artilugio propio de la ficción y que muchas veces se convierten en algo sobre lo que mi madre decía aquello de «esto solo pasa en las películas» o «esto es muy de película».
Si además estás intentando construir un punto para que sea exactamente ESE PUNTO de una estructura, el artificio se va a ver venir desde muy lejos. La naturalidad se va a perder por completo.
2.- Corres el riesgo de priorizar la estructura por encima de todo lo demás
Si te conviertes en un obseso de las estructuras puedes empezar a pensar que algo funciona o que algo no funciona fijándote solo en si cumple o no cumple una función a nivel estructural.
Y eso, además de peligroso, es un error porque estarás minimizando personajes, emociones, contexto… y todo eso puede llegar a ser muchísimo más importante que la estructura para conseguir algo que debería estar fijado en los objetivos de cualquier guionista: intentar conectar con el lector.
3.- La obsesión por las estructuras puede llevarte a querer solucionarlo todo a base de giros y más giros y más giros y más giros
Los puntos de giro son herramientas muy útiles. Los cliffhangers también. Llenar tus historias de giros y más giros y más giros y más giros y luego un cliffhanger y otro cliffhanger y luego más cliffhangers y algún giro más, te convierte en un obseso del efectismo y puede que consigas algún: «wow, qué locura«, pero es muy probable que la gente no se esté enterando de un carajo y es más probable todavía que el noventa por ciento de los que te lean se olviden de lo que han leído en un par de horas.
Seguir una estructura a pies juntillas es un error, pero retorcer una estructura para que sea nueva, fascinante, alucinante, maravillosa y sorprendente, es un esfuerzo igual de terrible y que sigue dejando de lado esas cosillas que hacen interesantes a las historias: personajes, conflictos, temas, contexto…
Entonces… ¿no debo usar jamás las estructuras para nada?
No, no, no, no y no. Calma. No se trata de eso.
Pero… ¿no acabas de decir que…?
Calma, de verdad, déjenme explicarme.
¿Son útiles las estructuras? Mucho. ¿Deben acompañar la fase de escritura? No, por favor, no hagas eso (los motivos ya están explicados arriba). ¿Entonces cuándo demonios debo utilizarlas? Pues, querida amiga, tras la escritura (ya sea de una escaleta o de un guion completo) llegará (o debería llegar) una fase de análisis, detección de aciertos y errores y reescritura.
Es ahí y solo ahí cuando el conocimiento y manejo de las estructuras puede jugar un papel muy importante. Gracias a ello podrás detectar si tu historia sufre determinados males. Puedes tener un primer acto demasiado escueto y en el que no has podido plantar toda la información necesaria, puede que tengas un segundo acto al que le falta chicha o que transcurre demasiado deprisa o puede que te encuentres frente a un tercer acto en el que no cierras ni la mitad de los cabos sueltos.
¿Y todo eso se arregla utilizando la estructura?
Las estructuras son mapas. Pueden marcar el camino. Si quieres ir desde Vigo a Huesca, un mapa puede ayudarte a elegir la mejor ruta y, si te pierdes, puedes recurrir a él de nuevo y encontrar otra vez la senda correcta.
Dijo Morfeo a Neo: no es lo mismo conocer el camino que andar el camino.
Las estructuras nos enseñan caminos que podemos transitar y con los que nos aseguraríamos llegar hasta el destino.
Las variantes de esas estructuras, los juegos, reinterpretaciones o versiones adaptadas son caminos secundarios, carreteras comarcales o sendas fluviales que pueden hacer que el viaje sea más interesante, más bonito o más disfrutable, pero con el mismo objetivo: llegar a algún sitio.
Por tanto, las estructuras sí que nos sirven para arreglar (o al menos para reconducir) historias que van por ahí a lo loco sin saber muy bien a dónde quieren llegar.
Sin embargo y volviendo a Morfeo, la diferencia no la marca conocer la estructura sino el viaje completo, la experiencia entera y, a la hora de escribir eso se traduce en que podrías tener planificada una muy buena ruta, rápida, eficaz y utilizada a diario por un montón de gente, pero como no ofrezcas algo más es muy posible que los lectores lleguen a la conclusión de que esa ruta ya la conocen.
Resumiendo: escribe desde las vísceras, con instinto, dejándote llevar, aporrea el teclado si hace falta. Puede que lo que te salga sea un bodrio, es muy posible que lo sea, pero lo será todavía más si en vez de hacerlo de ese modo lo haces rellenando los huecos de una plantilla.
Porque no estarás escribiendo, estarás haciendo donuts y encima serán de esos donuts chungos que te pringan mogollón las manos y no puedes pasar del tercer bocado.
Analiza, detecta aciertos y errores y reescribe. Esto hazlo siempre. Siempre significa siempre, no solo a veces.
Cuando lo hagas encontrarás muchas cosas que solucionar. Y ahí ya puedes mirar el mapa, ahora sí. Es posible que encuentres una solución y además estarás en disposición de escoger la «solución de siempre», una vía alternativa, la senda que nadie se espera o el camino oculto a los ojos de los simples mortales.