Hace unos días escribí y publiqué un pequeño texto sobre la presión que sentimos algunas autoras de cómic con respecto a la promoción y la crítica de nuestras obras en redes sociales y otros medios.
No es la primera vez que me pasa, pero rápidamente llegaron comentarios hablando de que era un texto valiente. No quisiera que nadie se molestase ni mucho menos, pero no creo que lo sea o al menos yo entiendo la valentía de otra forma.
Desahogarse puede ser un acto de liberación, puede ser catártico e incluso sanador, pero más que valiente lo considero necesario, especialmente cuando se trata de soltar emociones negativas. Ahora bien, sí que me gustaría, al hilo de la palabra, hacer un recorrido por las cosas que sí que me parecerían valientes, pero no terminan de ponerse sobre la mesa o siempre se ponen mediante subterfugios e indirectas.
Nadie habla claro de las fotos que tiene en su poder cierto personaje del mundillo comiquero.
Nadie habla claro del guionista que trata fatal a sus compañeras.
Nadie habla claro de que hace ya cuatro meses que se prometió el informe de cuentas de esa asociación de la que usted me habla.
Nadie habla claro del desfalco de dinero público que se hace en determinados festivales.
Nadie habla claro de que la gente se inventa lo que ha cobrado y hasta las nominaciones que ha tenido por algún trabajo.
Nadie habla claro sobre el jurado del nacional.
Nadie habla claro sobre la escuela que paga a sus profesores con sobres.
Nadie habla claro sobre el autor que se reunió en una mesa del ministerio para poner a parir a sus compañeras.
Nadie habla claro sobre esa asociación que se formó solo como instrumento y nadie sabe quién la dirige, quiénes son o qué demonios hacen.
Nadie habla claro sobre las librerías que se quitan stock de encima vendiéndolo como material de segunda mano y haciendo descuentos ilegales.
Nadie habla claro sobre por qué en este mundillo todos tenemos un miedo acojonante que nos impide hablar claro.
Y yo tampoco lo hago.
Quizás algún día, cuando me sienta capaz de hablar sin tapujos y libremente de todo ello, deje de sentirme incómodo con la palabra valiente. Ojo, que me parece bien que la gente la emplee, esto no es un reproche, al revés, es un agradecimiento.
El tema es que estando todo eso de ahí arriba sin ponerse encima de ninguna mesa tengo la sensación de estar haciendo un poco el canelo. Yo no soy un valiente ni mucho menos y aunque tengo cierta tendencia a no saber callarme, hay cosas con las que no me atrevo.
Quizás lo que hace falta es algún colectivo que se atreva a poner nombres y apellidos a las cosas. Que alguien me avise si quiere montar uno.