Nunca he sabido gestionar las redes sociales, las cosas como son. Y no me refiero a no haber sabido tener una cuenta profesional separada de la personal o a haber sido muy «polémico» según los estándares de vete a saber quien. No, me refiero a que llevan más de una década haciéndome daño como elemento de comparación constante entre compañeras.
Me hacen daño y no soy capaz de gestionarlo en condiciones. Desde que me metí en redes queriendo jugar a que me sirviesen de plataforma de promoción para mis obras me han ocasionado muchos disgustos, varias crisis de ansiedad y vaivenes emocionales constantes que casi siempre se han saldado con acciones impulsivas de las que tarde o temprano acababa arrepintiéndome.
Hace apenas un mes se publicó la lista de los esenciales de la ACDCómic y «El libro endemoniado» se quedó fuera de ella. No voy a entrar a valorar nada externo ni a juzgar ninguna decisión de los demás, solo voy a hablar de mí, de lo que provocó en mí. Me enfadé, me sentí terriblemente frustrado, me lo tomé como un gran fracaso que le propinó un fuerte golpe a mi autoestima.
En un primer momento publiqué algo muy airado en instagram y en bluesky. Hablé de vergüenza y de decepción antes siquiera de que la lista fuese publicada oficialmente. En cosa de diez minutos lo borré todo. Acto seguido eliminé mi cuenta de Bluesky y empecé una reducción drástica en mi cuenta de Instagram, pasé de seguir a casi dos mil cuentas a dejarlo en apenas mil doscientas. Me quité del tirón a la mayoría de las librerías, de las divulgadoras, de los eventos de cómic y a unas cuantas compañeras. No quería tener nada que ver con la parte promocional del mundillo.
Y sí, digo promocional. Marketing. Venta. Negocio.
Sé que el problema es mío, que soy yo quien debería aprender a gestionar las cosas y que solo me afectan si yo dejo que me afecten. Muy bien. Pues nada, chasquearé los dedos la próxima vez y todo solucionado.
Lo terrible es que esto no es la primera vez que me pasa. Mi relación con mis obras es maravillosa. Como ya he explicado varias veces, el contagio emocional que me supone escribir me resulta liberador y catártico, sería capaz de escribir tan solo por el mero hecho de meterme una y otra vez en ese estado (de hecho lo hago). Sin embargo, mi relación con la parte promocional y de visualización de mis obras es cada vez más tormentosa.
Una parte de mí busca validación externa constante. Quiero verme en los papeles, en las reseñas, en las nominaciones, en los premios, en las listas. He llegado a buscar mi nombre en google varias veces al día esperando que alguien diga algo del título nuevo. Rebuscaba en todas y cada una de las redes. En español, en inglés, en francés…
Tengo un problema y admitirlo es uno de los primeros pasos hacia la solución.
El origen de todo esto se remonta a 2018. Podría decir que antes de ello ya había algo, pero no se parecía demasiado. En 2018 sacamos «El espíritu del escorpión» y monté la campaña de difusión más grande que podía montar en aquel momento. Convencí a la editorial (Panini) para que enviase muchísimas más muestras de prensa de las que había enviado nunca hasta la fecha en un título nacional. Se enviaron más de sesenta ejemplares solo a prensa y divulgadoras y otros tantos a libreras y bibliotecas.
Hablaron muy bien del cómic. Mucho. Voces que yo consideraba muy autorizadas nos dedicaron aquello de «uno de los tebeos del año». Salimos en prensa generalista y nos colamos en las nominaciones de premios en Madrid, en Barcelona, en Lyon, en Lisboa o en Valencia. Hasta ganamos algunos de esos premios. Y, a pesar de que simplemente escribiendo esto ya me estoy dando cuenta de que nos fue realmente bien, en aquel momento no era suficiente. Me quedé fuera de la lista de esenciales y me jodió, no lo voy a negar.
Desde entonces volvió a pasar varias veces más. Quizás las más destacables sean «Subnormal» y «Soma». Las dos nos sirvieron de nuevo para alcanzar hitos y logros que estaban inéditos en nuestro casillero. Pusimos la cruz en colarnos en los institutos o asomarnos al mercado yanqui en una editorial de cierto recorrido. Pero nada, de nuevo nos quedamos fuera de la lista.
Mi relación con esa lista es completamente tóxica, me provoca una presión brutal. Tanta que me da vergüenza reconocer la cantidad de veces que entré en la web de la asociación de críticos los días anteriores a su publicación para comprobar si ya había salido.
Esa presión, esa sombra constante que me hace comportarme de forma irracional, viene directamente de las expectativas que nos imponemos con respecto a todas y cada una de nuestras obras, de nuestras publicaciones en redes, de todo lo que hacemos en el mundo digital. En el inmenso mercado de la atención, un like, un comentario, una reseña o una simple mención nos sirven de gasolina para mantener la maquinaria en marcha. Pero el problema no es el combustible, es el lubricante.
Nuestra maquinaria se engrasa con estímulos diminutos y muchas veces insignificantes. Alguien nos menciona en su cuenta, alguien hace un vídeo de novedades y se acuerda de nosotros, alguien comenta de pasada algo sobre una obra nuestra en una intervención en la radio… No importa lo corta que sea la mención, da igual si no es más que una nota a pie de página. Todo vale. Si se puede hacer una captura de pantalla o rescatar un enlace, nos vale. Si puedo ponerle un marco, retocar la nitidez con el editor y subirle un poco el contraste, me vale. Me llega para hacer la publicación del día y pasarme hasta mañana con mi recuento de likes. 50, 60, 100, 120. Suficientes para engrasar la rueda, para afilar las cuchillas de la trituradora.
Sé que algunas pensarán que exagero. También sé que muchas compañeras viven todo esto de una forma muy similar a la mía y que jamás se atreverán a admitirlo públicamente. No queda bien decir que no eres capaz de gestionar el fracaso. Ni siquiera queda bien considerar como un fracaso no estar en una lista, en una nominación o en un análisis de «lo mejor de».
Y seguramente sea cierto: no queda bien porque no está bien. No es fácil ni agradable sentirse así. Es muy triste sentirse incapaz de manejar la frustración de no verse lo suficientemente apoyado por la crítica.
Estoy aprendiendo a relacionarme de otra manera con todo esto. Al final he sacado algo bueno de mis impulsos. Estoy aprendiendo a no mirar en los sitios que solo me devuelven frustración. Será un camino largo y, por desgracia, tendremos que transitarlo muchas de nosotras.
Preferiría que no fuese así, pero tampoco puedo elegir. Los estándares de qué es un éxito y qué es un fracaso pasan por checkpoints que a veces resultan absurdos, pero ahí están. Quizás lo ideal para seguir avanzando sea hablar de ello. Comentar cómo nos afectan la atención, la validación o los listados de «lo mejor de».
Porque nos afectan por mucho que repitamos que no.