Saltar al contenido

Entrar en flujo

Existe una carpeta en mi ordenador que va saltando de equipo en equipo desde que la creé en 2011. Estos días la he estado revisando. Su nombre siempre ha sido «Curso CineClub Lumiére» y, aunque tenía sentido en origen, es en realidad el espacio digital en el que fui metiendo todos los apuntes para las clases de escritura de guion que estuve impartiendo en los primeros años.

Ponerme a dar clase fue una mezcla de necesidad y de vocación. Necesidad porque se me estaba acabando todo lo que había ido acumulando en una vida anterior. Vocación porque eso de enseñar a hacer cosas es algo que empecé en 2004 y no he podido ni he querido parar desde entonces. Y me voy a detener un segundo porque creo que necesito explicarme bien esto. Dejé de hacer fotos, pero seguí dando clases de fotografía. Dejé la cámara de vídeo, pero seguí dando clases de manejo de cámara. Hubo momentos en los que dejé de escribir para el audiovisual, pero seguí dando clases de escritura para cine y televisión. He estado tentado de dejar/prender fuego/aparcar lo de los tebeos, pero ahí sigo.

Me gusta. De forma genuina. Además, cuando coinciden una serie de factores es algo súper disfrutón. Es complejo, tampoco voy a engañar a nadie. En los tebeos ser «solo» guionista tiene una serie de peculiaridades que resultan difíciles de explicar.

De un dibujo puedes decir al instante si te gusta, si no te gusta, si te transmite, si te genera algún tipo de emoción y demás. De un guion, si lo dices y no eres la única persona en el mundo que lo ha leído, te estás columpiado muchísimo. ¿Está extendido hablar del guion de un tebeo como dando por hecho que se puede? Ya ves… hay hasta sitios en los que se puntúa guion y dibujo por separado. Y peor aún, tiras una piedra y te salen quince reseñistas que enfocan sus análisis hablándote de una cosa y luego de la otra como si se pudiesen separar. En realidad solo hablan de lo que ellas consideran un proceso más técnico que artístico con base en una suerte de expectativas sacadas de vete a saber donde.

Perdona que pierda el hilo, querida amiga, decía que había estado revisando aquella carpeta primigenia, los textos originales, los primeros apuntes que creé para juntaletras aspiracionales. Me sorprendí. Mi planteamiento para la primera clase era poner una película cortita de 80 minutos, explicar el formato de guion, hacer un descanso de media hora que aprovecharíamos para tomar notas sobre la gente en una cafetería, volver al aula y escribir una escena del tipo «A conoce a B» utilizando las anotaciones.

Para la primera clase.

Por suerte, eso jamás ocurrió. El espacio en el que iba a dar clase no contaba con el proyector que me habían prometido, no hubo peli y menos mal. Las sillas eran terriblemente incómodas. La improvisación quiso que las cosas transcurriesen de formas un poco más sencillas.

A partir de aquel primer día fui elaborando semana a semana un montón de teoría. Estructura, trama, creación de personajes, diálogos, estructura, motivación, oposición, objetivo, desafíos, desatinos, desvaríos, formato, estructura, argumento, escaleta, punto de vista tratamiento, arquitrama, minitrama, antitrama, estructura, Aristóteles, Propp, Vogler, Seger, McKee, Field, Sánchez-Escalonilla, Shakespeare, Snyder y algo de estructura.

Si te cuento todo esto es por una única razón: algo hizo clac en mi cabeza en el momento en que me puse a revisar apuntes escritos hace ya casi 15 años. Todo eso. Toda esa cantidad ingente de material acumulado, todo eso que puedes transmitir de maneras diferentes, no sirve de nada en absoluto si no escribes y si no eres capaz de terminar las cosas. No importan las decenas de ejercicios que puedas plantear en el aula. No importan los ejercicios, los deberes, las tareas. Solo importan la voluntad, la motivación y la atención.

Querer, tener un motivo para querer y ponerle foco.

Y ojo, que no digo desear porque hay una diferencia semántica gigantesca, digo querer. Querer decir, contar, narrar. Querer hacer aunque solo sea por el hecho de dar forma a algo desde su mismo génesis. No tiene por qué ser lo más profundo del mundo, no tiene por qué entrar en ningún tipo de consideración del campo de lo «bueno» o lo «malo».

El motivo tampoco tiene que ser nada del otro mundo. Podemos fliparnos, claro, en muchas facetas de la vida conviene fliparse de vez en cuando. Pero puede ser algo tan maravilloso como la curiosidad, como ponerse a prueba o como el más puro de los divertimentos. Seguro que siendo una niña has jugado alguna vez a interpretar un papel, escribir te permite eso y mucho más.

Pero para escribir hay que escribir. Hay algo que no he cambiado en todos estos años: en mis clases trato de reservar siempre un tiempo para que la gente escriba. Lanzo un concepto técnico, pregunto si alguien tiene alguna duda (el 95 por ciento de las veces la respuesta es que no, ya sabéis cómo va esto) y acto seguido se escribe en torno a esa técnica. Creo que es la mejor manera, pero solo eso no funciona. No basta con «hacer los deberes», no basta con que hagas todos los ejercicios que te proponga un manual de escritura, no basta con que sigas las tareas que te marcan en ese curso online que has conseguido a un precio súper económico. Porque todo eso lo harás porque alguien te lo está pidiendo.

Y ojo, que a veces, de eso que te piden, hasta puede salir algo muy potable, incluso algo excepcional, pero lo realmente bueno, aquello que hará que conectes con lo que te hace escribir y exprimirá lo mejor de ti no viene de fuera.

Llevo ya un tiempo largo obsesionado con ciertas ideas. Todas somos contadoras de historias de forma natural. Para transmitir nuestras emociones o para simplemente expresar cualquier cosa que nos ocurra utilizamos construcciones heredadas durante milenios. Podemos aprender a poner el foco en un elemento concreto, jugamos a organizar el relato, a construir o incluso a abstraer. A dar más importancia a la emoción, a la estética, a la utilidad… Pero todas partimos del mismo punto: utilizamos la narración de forma universal y constante.

Sin embargo, cuando abordamos la escritura de ficción, enseguida hablamos de bloqueos, del «miedo a la página en blanco», de la incapacidad para pasar de un punto determinado, etcétera. Y sí, es una cuestión de técnica. Cuanta más técnica conozcas, mejor (algo que aplica también al análisis, claro, cada vez que alguien menciona «el viaje del héroe» para referirse a cualquier cosa me sale un sarpullido). Pero ante todo y sobre todo es una cuestión de práctica.

Y es ahí, justo ahí, donde creo que tenemos el mayor problema de todos. La escritura (y la lectura) son procesos que requieren atención. Seguro que no hace falta, querida amiga, que te cuente de qué va eso de la crisis de la atención en la que estamos inmersos. Escucharás a mucha gente diciéndote que para escribir necesitas disciplina y no estoy al cien por cien de acuerdo (sí lo estoy al ochenta y cinco por ciento), porque no creo que la clave esté en dedicar una hora al día durante años aunque tengas que sacrificar una hora de sueño para conseguirlo. Tampoco creo que todo pase por escribir 400 palabras al día. Tengo la sensación de que tiene más que ver con ser capaz de entrar en flujo con lo que haces, de que conseguir meterte de lleno, que se te pase el tiempo, que no pares de teclear, que sientas que tienes que seguir porque nada más importa en ese momento. Da igual si es una hora o son diez minutos y no importa el resultado (al menos de momento).

Si eres capaz de fluir con lo que haces todo lo demás ya irá viniendo con la práctica y con la técnica, pero lo importante de verdad es llegar a ese estado y, para eso, tampoco es que existan demasiados trucos: abre el programa de escritura que vayas a utilizar (te recomiendo tres: scrivener, kit scenarist y Libre Office) (en realidad solo te recomiendo el primero, los otros dos son por si no quieres gastar dineros), intenta alejarte de cualquier tipo de distracción que pueda venir, escribe. En cuanto venga todo aquello que quiera sacarte de lo que estés escribiendo, aléjalo y vuelve al papel.

Sí, sí, ya sé que se dice muy fácil y que con lo que tenemos encima en cuanto a los millones de estímulos que se pelean para atrapar nuestra atención cada hora, es imposible acallarlos todos de golpe, pero yo qué sé… vas a necesitar atención, concentración y olvidarte de los relojes, los pomodoros y la lista de tareas un rato. No importa si es mucho o poco rato, pero es imprescindible que el rato exista.

El año que viene se cumplirán 15 años del primer curso de escritura que impartí. No he parado desde entonces de seguir leyendo y consultando manuales nuevos y clásicos. Voy añadiendo y retocando teoría siempre que puedo. Intento explicar lo que considero importante en cuanto a herramientas narrativas se refiere, pero hay algo que no puedo (o no he podido encontrar la manera) enseñar a nadie: a fluir con aquello que se hace.

Siempre tuve claro y repetí hasta hartarme lo de «a escribir se aprende escribiendo», de lo que soy ahora mucho más consciente es que no tiene que ver con la cantidad (o no solo), tiene que ver con la atención, con la conexión y con la intención.