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Amado Deus Ex Machina

Ayer mismo volví a ver «Jurassic World». Sí, lo sé, puede que no hubiese ninguna razón de peso para hacer eso, simplemente ocurrió y tampoco es que me sienta orgulloso.

El caso es que al volver a verla caí en la cuenta de nuevo en cómo utilizan el Deus Ex Machina varias veces a lo largo de toda la película y no se ponen ni coloraos. ¿Esto me molesta? Pues en realidad, no, adoro el Deus Ex Machina.

Espera, antes de que nadie entre en pánico, voy a repetirlo: adoro el Deus Ex Machina.

Puede que llegados a este punto no estés entendiendo nada, puede que no tengas claro qué demonios significan esas tres palabras juntas o, si las conoces, no comprendas por qué alguien está diciendo que le gusta si en todas partes te dicen que debes despreciarlo y tratar de evitarlo a toda costa.

El Deus Ex Machina es una herramienta narrativa, un tropo que tiene milenios de historia y que consiste en recurrir a una intervención divina que solucione la papeleta al protagonista cuando parece que no tiene opción de conseguir aquello que desea o de solucionar los problemas en los que se ha metido.

Su origen (como no podía ser de otra forma) lo encontramos en Aristóteles y en su «Poética» cuando al hablar de «Medea» critica como un recurso muy pobre que en el último momento y, al borde de una muerte segura, Medea recibe la ayuda de Apolo que le envía el carro del Sol, ella se sube y huye tan pichi.

Decía el filósofo que eso contradecía una máxima en lo de contar buenas historias: que sean los propios personajes quienes solucionen los problemas y no les lleguen soluciones venidas (literalmente) del cielo.

Con el paso de los tiempos el Deus Ex Machina ha ampliado sus dominios y ya se cataloga como tal a todo suceso inesperado, fortuito o azaroso que viene a ayudar al protagonista en un momento en el que parece irle fatal y cambia su situación para mejor o incluso la soluciona.

También se habla del Diabolus Ex Machina cuando esa ayuda sobrenatural, ese ángel caído del cielo o esa «explicación forzadísima metida a calzador» contribuyen a solucionar la papeleta a un villano en un momento determinado haciendo que gane impulso, que tenga una nueva oportunidad o se convierta en alguien muchísimo más temible que antes.

En el renacer de la saga jurásica tenemos un poco de todo. Cuando la Indominus Rex se escapa y envían a un equipo de contención a… bueno… a contenerla, el Diabolus Ex Machina aparece en forma de grito cuando justo antes de morir uno de los «soldados» grita: «¡se camufla!».

Y ahí está: un dinosaurio gigantesco que está más enfadao que un inspector de hacienda revisando las cuentas de un multimillonario puede alterar su aspecto hasta quedar prácticamente fusionado con el fondo y volverse invisible. Pero eso no es todo, minutos antes ya habíamos visto que también es capaz de hacer descender a voluntad su temperatura corporal para evitar ser detectado por los sensores termocaloríficos y, cómo no, pudo localizar su implante localizador y arrancárselo para evitar que lo persigan.

Nada menos.

¿Se acaba ahí? Pues no. Un par de escenas después «justifican» todo esto en uno de los momentos más delirantes del séptimo arte actual: el bicho tiene genes de sepia y de rana arbórea. Listo. Arreglao. No hay más preguntas, señoría. Haber empezado por ahí.

La ingeniería genética, la física cuántica, los agujeros negros y los hackeos informáticos son los Deus (o Diabolus) Ex Machina modernos más utilizados. Son los nuevos Zeus, Apolo, Afrodita y Atenea y recurrimos a ellos de igual modo que antes recurríamos a los dioses olímpicos: para que solucionen de forma sencilla problemas que parecían irresolubles.

¿Que no tienes acceso a la cámara acorazada del banco en la que tienen secuestrada a tu hermana pequeña? No pasa nada, para eso tienes en el equipo a Mathilda la hacker que te lo soluciona en un periquete y, de paso, se cuela en los servidores del pentágono y hace que todos sus ordenadores amanezcan con una imagen de Trump desnudo agitando una bandera.

¿Que te has metido en un embolao muy tocho porque has creado un bicharraco gigantesco megapoderoso y megadestructor que lanza rayos láser por el culo y tira piedras como si fuesen pelotas de béisbol? Descuida, para eso cuentas en el equipo con Ryosuke Horoda, el experto ingeniero genético que descubre que en el ADN de la bestia han metido un 33 por ciento de hormiga roja asesina y la forma de eliminarlo es con un ejército de 27 osos hormigueros armados hasta los dientes.

DOS EJEMPLOS QUE ME FASCINAN

En todos estos años de escritura, de lectura y de estudiar técnicas narrativas debo reconocer que hay dos ejemplos, uno de Deus Ex Machina y otro de Diabolus, que me apasionan porque nadie los contempla como tal y pertenecen a dos obras de esas que tienen una enorme consideración.

En «Blade Runner», justo en el momento en que Deckard va a caerse desde la azotea de un edificio bastante alto, su archienemigo, el replicante Roy, decide salvarle la vida en el último momento.

Antecedentes: durante los veinte minutos anteriores a ese instante, Roy ha estado (literalmente) destrozando las paredes a cabezazos para atrapar a Deckard y matarlo. Tiene motivos de sobra para hacerlo, ha sido el Blade Runner quien ha eliminado a los únicos amigos a los que ha conocido en su corta existencia. Pero es que además, si no acaba con él, correrá la misma suerte que sus compañeros.

¿Existe mayor motivación que esa? ¿Necesita alguna otra explicación?

Pues… en el último instante, sin justificación alguna, lo agarra antes de que caiga, lo sube a la azotea, se pone súper intenso contándole unas movidas raras de las lágrimas en la lluvia y no sé qué más y se muere.

Cada vez que discuto acerca de si este momento es o no es un Deus Ex Machina, alguien me dice que no lo es porque Roy anhela la vida y salvar a Deckard es el culmen de su transformación: ya que él mismo no va a poder vivir, al menos deja de matar y de arrebatar ese privilegio a los demás.

Pilladísimo con pinzas. Hasta ese momento Roy ha matado al ingeniero que diseñó sus ojos, a su creador y nada menos que a JF Sebastian, un tipo inocente que se pone de lado de los replicantes y les ayuda a conseguir lo que andan buscando. Es decir, Roy es un tipo cruel, un modelo de combate súper inteligente capaz de los métodos más terribles para conseguir lo que quiere y preparado para enfrentarse a lo que sea.

Su cambio de opinión en el último segundo es fortuito, cae de los cielos y, gracias a ello, Deckard es rescatado de una muerte segura.

El otro gran ejemplo, esta vez de Diabolus Ex Machina, ocurre nada más y nada menos que en una obra del mismísimo Alan Moore: «La broma asesina» (sí, el cómic que arruinó ECC).

Un día cualquiera, Batman está pensando en sus vainas y se da cuenta de que si todo sigue igual en su relación con el Joker todo va a acabar fatal. Tanto runrún no le deja dormir y allá que se va a Arkham a contarle la matraca al payaso del crimen.

Se mete en su celda y le suelta la murga.

Yo no sé tú, pero a mí me viene Batman a las dos de la mañana a soltarme una turra infinita y que menos que meterle una denuncia. Una a él y otra al responsable de la institución.

El caso es que en medio de su speech infinito, después de un buen rato, Batman se da cuenta de que el tipo que tiene delante no es el Joker, es un fulano cualquiera maquillado.

Así como te lo cuento.

Sí, sí, en serio.

Es un fulano random con el pelo teñido de verde y el careto pintado de blanco.

¿Por qué es esto un Diabolus Ex Machina? Pues… a ver… parece obvio, pero por si acaso: Batman es Batman. Es decir, no es un tipo ingenuo incapaz de diferenciar un melocotón de una nectarina, es Batman y eso, de primeras, significa que es uno de los detectives más sagaces de la historia. Lleva 86 añazos (que se dice pronto) recurriendo a su intelecto para solucionar cientos de casos complejísimos.

Le gusta pensar. Puede que incluso sobrepiense un poco, pero esa es otra historia. Razona, le da vueltas a las cosas y es un mago del pensamiento lateral. No tiene superpoderes porque lo soluciona todo con la mente, los puños, los gadgets y la pasta. Pero principalmente con la mente, es listísimo, al menos siete veces más listo que tú.

Pues un día llega a Arkham, se sienta frente a un fulano que NO es el Joker y no lo reconoce de primeras. Tarda un rato. ¿Podría pasarme eso a mí? Sí, sin dudarlo, podrían haber puesto a una cabra pintarrajeada y con una peluca verde y me habrían engañado. Pero ¿a Batman? ¿Engañar así a Batman? Quiero decir: es BATMAN. Es una mezcla de Sherlock Holmes y Bruce Lee con la voz de Tom Waits. No se le puede engañar con un tinte y un bote de maquillaje barato. Y menos si lo que se trata es de hacerse pasar por su archienemigo. ¿Cuántas veces se ha peleado con el Joker? ¿Decenas, cientos, miles? ¿Cómo vas a hacerte pasar por él y que no te reconozca en media fracción de segundo?

No tiene sentido. Ninguno. Pero es que el Diabolus Ex Machina no es solo ese (que lo es) es algo todavía mejor. El genio de Northhampton crea todo ese artificio, diseña todo ese artilugio narrativo para ocultar otro del tamaño de un planeta: el Joker se ha escapado de Arkham y nadie piensa explicarte nada al respecto.

Te dicen que un tipo se hizo pasar por él, que ocupó su lugar en la celda y que menos mal que esa noche Batman no podía dormir y se dio cuenta del engaño que si no…

Y punto pelota. Y no hay más que decir.

Y pasa exactamente igual de bien que pasa el inexplicable acto de salvación de Roy con Deckard.

No tiene explicación. Ni tampoco la necesita.

¿Por qué dejamos pasar casos de Deus Ex Machina como estos mientras condenamos (y perseguimos) otros como si fuesen el peor de los pecados posibles que puede cometer un contador de historias? Porque entra en juego algo que no deberíamos olvidar jamás y que es muchísimo más poderoso que cualquier otra cosa en esto del escribir cuentos: el sentido de la maravilla.

LA MARAVILLOSA MARAVILLA MARAVILLAL

Eso del «sense of wonder» se define como el efecto de asombro que produce en la lectora o espectadora una obra de ficción. Este sentimiento incluye que aceptemos elementos extraordinarios e improbables como reales dentro del mundo imaginado, causando sorpresa y admiración ante lo inusual. 

Dicho de otra manera: nos apasiona que ocurran cosas locas e imprevisibles cuando nos cuentan algo siempre y cuando eso que ocurre nos genere un momento «OOOOHHHH», un momento «FUÁ, QUÉ MOVIDA», un momento «UUUAAAHHH» o todos los similares que se te ocurran.

No olvidemos que cuando nos ponemos a leer algo hacemos un pacto con la lectura. Durante el rato que esté disfrutando de ella voy a aceptar que me cuentes que hay un tipo que va por ahí disfrazado de murciélago luchando contra el crimen con métodos «peculiares» y en realidad es un multimillonario playboy un poco triste por sus traumitas.

Eso, a lo que llamamos suspensión de la incredulidad (término acuñado por el señor Coleridge a principios del XIX), permite que disfrutemos de cosas alejadas de la realidad mientras nada se salga demasiado de madre o se rompan las propias reglas que rigen el universo ficcional en el que nos metemos.

Y esa, querida amiga, es la clave, el punto al que quiero llegar con todo esto: un Deus o un Diabolus Ex Machina no son malos por sí mismos. No son ni siquiera algo a evitar, sino que deben resultar coherentes dentro de la narración en la que estamos inmersos o, si no lo son, deben devolvernos a cambio un momento de asombro tan espectacular que no nos importe lo más mínimo cómo nos han vendido el petate, simplemente nos lo comemos enterito sin rechistar.

Que Batman no sea capaz de ver en un nanosegundo que el tipo que tiene delante no es el Joker no tiene ningún sentido, no respeta la coherencia interna del mundo en el que se mueve la historia y no tiene justificación posible conociendo las habilidades del personaje. Sin embargo nos proporciona de forma inmediata un «FUÁ, QUÉ MOVIDA» gigantesco: El Joker está suelto, maldita sea, ¿qué pasará? ¿qué misterio habrá? ¿DÓNDE DEMONIOS SE HABRÁ METIDO? SE VA A HABER UN FOLLÓN QUE NO SABE NI DÓNDE SE HA METIDO.

Que Roy Batty decida salvar a Deckard en el último segundo rompe todo lo que sabemos del personaje hasta ese mismo instante. Apenas segundos antes le ha roto una mano y le ha hecho mil perrerías. Sus amigos merecen venganza y, antes de llegar hasta ahí, ha matado todas las veces que ha sido necesario para conseguir sus objetivos. Sin embargo, justo a continuación de un hecho inexplicable viene uno de los monólogos más venerados y más estudiados de toda la historia del cine. Se han escrito ensayos completos, novelas inspiradas en esas palabras, se han hecho miles de parodias y se ha repetido millones de veces. Lo que hace Ridley Scott es multiplicar su apuesta: sabe que con ese final le perdonarán lo que sea.

Porque sí, recurrir al azar, a la intervención divina, al as sacado de la manga o a la trampa no es algo que nunca se deba hacer, sino que se trata de preguntarse: ¿a cambio de qué?

CABALLEROS DEL ZODIAAAAACO, CUANDO LANZAN SU ATAAAAAQUE

El mayor paradigma que conozco en cuanto a la utilización del Deus Ex Machina en la ficción es el anime de Saint Seiya.

Solo tomando el primero de sus arcos, la archiconocida saga del Santuario, podemos verlo tantísimas veces que son imposibles de contar.

A ver, en realidad tiene todo el sentido del mundo. Si alguien se puede permitir utilizar un recurso que tiene fama de chungo, es precisamente el que ambienta su historia en un universo en el que algunos dioses olímpicos se reencarnan y juntan a muchachotes para que se partan el lomo por ellos.

Ya digo que sería una tarea titánica enumerar todas y cada una de las veces que la situación se soluciona por una intervención sobrenatural, azarosa o imposible. Ya en los primeros capítulos, Seiya es salvado de que Ikki le reviente los morros porque la armadura de Sagitario, así por las buenas, se pone en el medio porque… porque patata.

Estando en el Inframundo, Shiryu se salva de una muerte segura a manos de Máscara de Muerte porque… bueno… porque su amiga reza frente a una cascada en las montañas de China.

El Caballero de Acuario decide encerrar a Hyoga en un bloque de hielo perfecto e indestructible para ahorrarle la vergüenza de ser derrotado. Es un hielo frío, frío de verdad, de los buenos e imposible de romper ni de derretir ni nada de nada. Hasta que… aparece Shiryu con las armas de la armadura de Libra y hala, a otra cosa. Pero no solo eso, Hyoga no está muerto. Vale. Te lo compro. Hay gente que se cree lo de Walt Disney. El tema es que se recupera porque Shun se tiende a su lado, se desnuda un poco y hace arder su cosmos para que su amigo entre en calor.

Cuando Shun está a punto de morir, llega Ikki resucitado y lo salva. Da igual cuando leas esto.

Cuando Seiya está a punto de morir, suena la voz en off de Atenea pidiéndole que no se rinda y eso le provoca un power-up que hace que gane el combate. Da igual cuando leas esto. Es más, la voz en off de Saori aplica a todos los demás caballeros también.

Todos y cada uno de esos momentos (y hay muchos más) son claros ejemplos de Deus Ex Machina y, al mismo tiempo, no puede importarnos menos que lo sean. Nadie va a poner el grito en el cielo. Nadie va a quejarse de que sucedan. ¿Convierte eso a Saint Seiya en una mala serie? No, eso no. Puede serlo por otros muchos motivos si quieres. Hay cientos de incoherencias en el relato, hay cambios de rumbo continuos y hay un montón de veces en los que se establece una norma que acaba saltando por los aires unos capítulos después.

A mí me encanta, eso sí. Y me encanta porque una cosa es hacer un análisis concienzudo de la estructura de una obra, de los tropos que utiliza, de la construcción de sus personajes, de su forma, de sus tramas y de todo lo demás y darse cuenta de que tiene más fugas que la prisión de Gotham; y otra cosa muy distinta es simplemente sentarse a ver o a leer algo, meterse dentro de la historia y dejarse llevar.

El inmenso problema del Deus Ex Machina es que se popularizó señalar con el dedo los «errores» de los demás y se analizan esos «fallos» desde una perspectiva que pretende fijarse en cómo deberían hacerse las cosas y olvida el contexto, el momento o, tal y como decía ahí arriba, qué nos devuelve a cambio.

Saint Seiya cae en su utilización día sí y día también, pero a cambio nos ofrece uno de los shonen con más momentos «FUÁ QUÉ LOCO» de la historia del género y eso, en cualquier balance posible, se marca con una cifra bien gorda en verde.

El análisis es fundamental para desarrollar la escritura. Conocer las herramientas, probarlas, experimentar y buscar qué funciona y qué falla, no solo es necesario, es que no existe otra manera. Eso no quita que la parte analítica cumpla una función fría y, cuando escribimos, hemos de tener en cuenta que también se activa una parte caliente, una parte vinculada a las emociones, al asombro, a la incertidumbre, a la pasión y al «OOOOOOHHHHHH».

Ay, amiga, volvamos al principio. En «Jurassic World» los Deus Ex Machina son artilugios fallidos. Pero no lo son por sí mismos, sino que no funcionan porque nada funciona, porque no hay ni recompensa ni sentido de la maravilla que venga acto seguido a agitarnos y removernos en el asiento.

En «Blade Runner», en «La broma asesina» o en «Saint Seiya» no solo no nos importan sino que los celebramos porque lo que nos devuelven a cambio son momentos de máxima emoción, de máxima incertidumbre o de máxima molonidad y eso te salva el día, la semana, el mes y el año.

No se trata de NO LO UTILICES NUNCA o de HAY QUE EVITARLO, se trata de que si lo vas a utilizar (que tarde o temprano lo harás) lo hagas a cambio de algo que de verdad merezca la pena.