Desde principios del mes pasado estoy colaborando en Territorio 9 de Radio 3 gracias al inmenso Javier Alonso. Seguramente si estás aquí ya lo sepas, peeeeero yo qué sé, es posible que quede alguna despistada o que los terribles algoritmos estén haciendo de las suyas otra vez.
Ayer nos propusimos arrojar algo de luz en un tema técnicamente complejo: explicar qué está ocurriendo ahora mismo en torno a la inteligencia artificial generativa en la Unión Europea y cómo nos afecta a todas las trabajadoras culturales.
Hablamos del Código de Buenas Prácticas, un mecanismo que tenía la misión de marcar de forma clara y concisa lo que se puede y lo que no se puede hacer pero se ha quedado en un más que evidente quiero y no puedo.
Contamos para ello con la colaboración de Eva Moraga, abogada especialista al frente de por y para, y que representa a FADIP y al Foro Europeo de Ilustradores. Podéis escuchar el programa completo aquí.
Ahora bien, el tiempo en la radio en un programa en directo es el que es y me gustaría desarrollar algunos aspectos más. ¿Por qué? ay, amiga mía, porque ya sabes cómo me pongo y me hubiese tirado dos horas intentando sacar punta a cada una de las aristas que tiene el temita.
Así que nada, no voy a quedarme con las ganas. Eso sí, si no has escuchado el programa te recomiendo que lo hagas.
Bueno, en realidad te recomiendo que lo escuches cada día de lunes a viernes de tres a cuatro.
¿POR QUÉ EXISTE LA SENSACIÓN DE QUE NO IMPORTAMOS UN CARAJO?
Tratemos de simplificar al máximo el asunto. Sé que muchas pensarán que eso no se puede hacer, que este es un tema complejo, multifactorial y blablablá. Sí, sí, genial: hazte un blog y lo explicas como tú quieras.
Mis derechos de propiedad intelectual son míos. Los de tu autora favorita son suyos. Los de tu guionista favorita son suyos. No pertenecen a la editorial, no pertenecen a ningún grupo empresarial y no pertenecen a nadie más que nosotras.
A nadie.
Cuando firmamos un contrato para lanzar una obra al mercado en forma de libro cedemos temporalmente una parte de esos derechos, ni siquiera los cedemos todos porque hay algunos que son irrenunciables e inalienables (no se pueden transmitir).
Eso significa que solo existe una persona en el mundo que puede decidir sobre qué ocurre con los derechos de sus obras.
En el momento en que las administraciones, llámense Ministerio de Cultura, Comisión Europea o cualquier otra empiezan a legislar para generar excepciones a esa norma básica están vulnerando el primero y más importante de los derechos de propiedad intelectual: solo las autoras tienen potestad para decidir cómo pueden utilizarse sus obras.
Si el Código de Buenas Prácticas aprovecha excepciones para saltarse los fundamentos propios de que existan las leyes de propiedad intelectual se está dejando la puerta abierta a que se cometan (ya se han cometido y se cometen) infracciones de forma masiva.
El debate filosófico y ético de base que hay en esta parte del problema es: ¿se le da algún valor a las obras? ¿Tiene valor la cultura? ¿Está en venta?
Para responder a todo eso casi va a ser mejor actuar como un pequeño duendecillo de las Rías Baixas: ¿cuánto dinero dejan en la UE empresas como Google, Microsoft, Open AI, Anthropic o X? ¿Cómo de comprometidos quedarían nuestros gobiernos si se decide romper con las Big Tech?
Ni idea, yo no tengo respuestas, solo masibon.
LA IA NO TE VA A QUITAR EL TRABAJO
En medio de todo esto que está pasando ahora mismo siguen sonando voces con discursos que nos llevan a 2022 y 2023: «la IA se va a llevar por delante un montón de puestos de trabajo». Pero no, eso es más falso que el peluquín de Donald Trump.
La IA no va a dejar de encargarte traducciones para encargárselas al nuevo y flamante modelo conversacional. La IA no va a parar de pedirte packs de portada y veinte ilustraciones interiores. Dejan de hacerlo las empresas.
Por un lado tenemos a empresas gigantescas y multimillonarias a las que se les deja arrasar con los derechos de autoría de todo lo que les dé la gana porque… bueno… porque tienen mucho dinero y no se muerde la mano de quien te da de comer.
Por otro lado tenemos empresas grandes, medianas y pequeñas capaces de pensar que «la IA es una herramienta que me hace más fácil un proceso de producción, es más económico y el resultado cumple con unos estándares ideales: los míos».
En medio estamos nosotras, una empresas gigantescas nos roban y otras empresas diferentes dejan de contratarnos.
Pero no, la IA, lo que se dice la IA, no nos está quitando nada. Ese discurso falaz lo que nos lleva es a equiparar todo lo que está pasando con un hecho fortuito surgido de la nada como si no hubiese responsables detrás.
Insistir en relatos del tipo «hay que adaptarse» o «hay que convivir con la IA» trata de instaurar un punto de no retorno en el debate público del tipo «qué le vamos a hacer, es el progreso progresando y eso es inevitable».
EN SERIO, NO IMPORTAMOS UN CARAJO
Solo en los últimos días podemos encontrar diferentes muestras de que el respeto a la cultura está de última en las prioridades de los mandamases y los jerifaltes.
El modelo de IA general que está desarrollando el propio gobierno de España utilizó material protegido sin la autorización de las autoras.
El instituto de RTVE ofrece una buena cantidad de cursos para aprender a utilizar la IAG dentro de diferentes profesiones audiovisuales.
Entre la programación de RTVE acaba de arrancar un programa en el que JPelirrojo hace entrevistas a personajes célebres de nuestra historia recreados con IAG.
En varias universidades españolas como, por ejemplo, la UNED o la Universidad de Alcalá de Henares (UAH) se ofrecen cursos para utilizar la IAG en función de diferentes objetivos.
Todas conocemos la oleada de carteles, campañas de promoción y millares de iniciativas municipales, autonómicas o estatales que se han mostrado a través de carteles, flyers, pasquines y demás generados con IAG.
Y el colmo es esta campaña de la Federación de Librerías de Galicia con apoyo y financiación de la Xunta de Galicia en la que querían transmitir el mensaje de que es mucho mejor que sea tu librera quien te recomiende lecturas y que no lo haga una inteligencia artificial ni un algoritmo y… bueno… el diseño y la ilustración lo hicieron con IAG.
Todo esto dentro o con participación de dinero público.
Si nos vamos a lo privado pues ya te puedes imaginar… Solo hace una semana pudimos ver en la Cola Con de Málaga en el tenderete del BBVA (uno de los partners principales del evento) una vaina para que subieses tus fotos y te convirtiesen en un superhéroe feísimo.
PERO… ¿QUIÉN TIENE LA CULPA DE TODO ESTO?
Ay, la culpa… a ponernos judeocristianos no nos gana nadie, las cosas como son…
Yo no tengo ni idea de quién es culpable y quién no porque desde un prisma u otro podemos ver colaboracionistas en todas partes y repartir sambenitos puede ser un ejercicio divertidísimo pero poco práctico.
Por ejemplo:
Si una librería cualquiera tiene a la venta libros de Dibbuks o de cualquier otro sello de Malpaso ¿es culpable de intentar sacar su parte de un negocio poco ético? ¿Y si vende libros de JK? ¿Y si vende tebeos de Gaiman?
Si una divulgadora reseña una obra que pertenece a algún macrosello editorial que no solo es que publique cosillas creadas con IAG sino que incluso tiene departamentos creados para ello ¿está contribuyendo a fortalecer un negocio poco ético?
¿Y si es una autora la que cede sus derechos a una de esas empresas? ¿Y si esa misma autora acude a un evento en el que uno de los partners hace cosas feas con IA? ¿Y si colabora con una universidad o con un medio de comunicación en el que se hacen cosas con IA?
¿Qué pasa entonces si utilizas Windows, si tienes un teléfono con sistema Android, si ves vídeos en Youtube, juegas a algo en una XBOX, te comunicas con Whatsapp o das lecciones de moral desde Instagram o desde X?
«No es lo mismo».
«Demagogia».
«A mí no me señales que te reviento».
Tranqui todo el mundo. Ni estoy señalando a nadie ni se me ocurriría hacerlo.
Una de mis series favoritas de todos los tiempos es el remake que se hizo en los dosmiles de «Battlestar Galactica». Cada capítulo arrancaba diciéndote que los Cylons —inteligencias artificiales creadas por los humanos que la lían pardísima y exterminan al 99 por ciento de la población humana— tienen un plan.
Ese plan pasa por hacer que los humanos se señalen unos a otros diciendo «eres un maldito cylon» o «eres un maldito colaborador de los cylons».
Podemos rasgarnos las vestiduras, desabrocharnos el pantalón y hacer una competición de quién tiene la ética más gorda para acto seguido empezar quemas públicas. ¿Y sabes qué? Que seguirá importando un carajo.
Porque esa es la clave. El capital público y el capital privado están arrasando nuestros derechos y no le importa a nadie.
Puedes ir treinta segundos a un buscador para localizar los «códigos para el uso ético de la inteligencia artificial» en diarios y medios de comunicación. No hay clickbait: lo que encuentres te sorprenderá.
¿ENTONCES NO HAY CULPABLES?
Ah, no sé, tú llámalo como quieras. Yo prefiero hablar de responsables. La clase política llegó muy tarde a este tema y, una vez dentro, está demostrando qué pone en el centro y qué se queda en los márgenes.
A menudo escuchamos voces diciendo que hay que hacer pedagogía con la clase política para que comprendan bien lo que está en juego.
Que comprendan bien…
En nuestro sistema político, por cómo se configuran las listas electorales y por cómo funciona el reparto de asientos en un consejo de ministros, puede coincidir que un ministro sea alguien totalmente externo a la rama que le va a tocar dirigir. Pero no olvidemos que debajo del señor con maletín hay un montón de cargos (secretarios de estado, directores generales, subdirectores generales), un montón de asesores y un montón de funcionarios de perfiles técnicos.
No hay nada que explicar, saben perfectamente lo que está pasando y no solo no tienen voluntad de impedirlo, tienen intereses para no hacerlo y, en definitiva: importamos un carajo.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Está la batalla perdida, nos resignamos y abrazamos la «convivencia con la IA»?
Ay, no, qué va. Hay muchas cosas que se pueden hacer.
La primera es dejar de señalarnos unas a otras por cosas en las que no tenemos ni responsabilidad ni culpa.
La segunda es señalar a los responsables directos de que las cosas estén como están sin importar si «son de los míos», sin comprar discursos y relatos del tipo «es lo que hay, es el progreso progresando» y quitándonos complejos enquistados.
La tercera es participar de forma activa en la protesta desde todos los altavoces posibles y con la intensidad que a ti te apetezca. En el mundo del tebeo español podrás escuchar cientos de veces que «las autoras somos lo más importante, la semilla y el núcleo y el blablablá de todo esto». Genial, ¡gracias! El movimiento se demuestra andando.
La cuarta es que no existe nada parecido a un «uso ético de la inteligencia artificial generativa». Da igual si el que te lo cuenta es el director de un periódico de izquierdas, un ministro, el Papa, tu librera, tu editora, Leo Messi o Lucifer. No existe. Evita cualquier tipo de justificación.
Ahora bien, ¿son esas cuatro cosas «lo que tienes que hacer»? A ver, amiga, si piensas que un tipo barbudo con un blog puede decidir lo que tienes o no tienes que hacer mal vamos.