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Los mejores canelones del universo – por Ángel Abellán

cómic

Por mi abuela empezó todo. El primer cómic que guionicé trataba sobre ella y su alzheimer. El primer cómic que me empeñé en hacer, tenía como protagonista a mi abuela María, y ese fue el desencadenante que me llevó a escribir otro cómic corto y a convencer al inocente dibujante de que debíamos presentarnos a otro concurso más.

Al final y por la lógica inercia de estos casos, uno se queda con la inquietud de saltar a la historia larga, esa que adquiere forma de monstruo amenazante que, a partir de entonces, acecha cada esquina para que no te descuides.

Y así arranqué la epopeya. Escribir una historia sobre algo muy personal, intentar darle un enfoque único, fracasar en el intento y descubrir que todo está inventado. Redefinirlo todo. Empezar de nuevo varias veces. Descubrir que tu primera obra no va a ser la maestra, ni la mejor, ni la peor tampoco, pero que no va a ser más que eso, una de tus obras.

Porque si eres escritor esta obra será la primera de un montón, claro. Y eso mi abuela María bien lo sabe, que tiene cómics con ella de protagonista para aburrir. Pero todo esto no quita que la epopeya esté haciendo justicia a su nombre, porque el proceso de escribir un cómic es intenso, personal y hasta tiene muchos momentos emocionantes que no podrás compartir con nadie hasta que no los escribas y publiques, momento en el que ya habrán prescrito y habrán dado paso a otras aventuras diferentes, claro. Es lo que hay.

Y esta epopeya tiene un inicio, un nudo y un desenlace. Todo empieza por mi abuela, como os he contado. Paso muchos días dándole vueltas a la cabeza, pensando que puede que pueda, que dicen que casi nadie puede, pero ¿y si puedo qué? Yo creo que voy a creer poder, y si luego no puedo, pues ya me podré morir de pena.

Pero antes de llorar hay que tener razones, así que sin pensar demasiado escribí una propuesta de proyecto a una editora que a mí personalmente me fascina. ¡Me dijeron que les interesaba! El corazón casi se me sale de la boca. Imaginad, un intento y ya hay alguien dispuesto a leer mi dossier. El primer problema era que no tenía dossier. El segundo, que yo mismo le había propuesto a la editorial un plazo de dos semanas para entregar 10 páginas y el dossier completo. Sí, lo sé, soy un poco idiota. Pero si habéis escrito guiones sabéis que esto es una cualidad común entre nosotros.

Y en dos semanas de pura tortura, evidentemente, el dibujante no tenía terminado el trabajo (no sé qué esperaba), y tuve que aguantar unos nueve días más en los que me acostaba pensando “madre mía, me estoy retrasando y no me van a leer”, y me levantaba pensando “madre mía, me estoy retrasando y no me van a leer. Tengo hambre”. Pero los nueve e infranqueables días pasaron y yo mandé mi dossier. Y esperé diez minutos y actualicé. Y esperé 20 y actualicé. Y esperé una hora y actualicé. Y esperé dos y actualicé. Y así estuve todo el día. Y dos días. Y tres. Y cuatro. Y cinco. Y digo “voy a ver porque me parece que esto va a tardar”. Y me compro un libro para ver cuánto tarda una editorial en responder. Y leo que puede que hasta SEIS MESES o MÁS. Y pienso “¡pero qué cojones me estás contando!”. Y me quedo tumbado en la cama mirando al techo con los seis meses sobre mi cabeza.

Mi vida, en medio de esa epopeya, consistía en intentar no pensar en la respuesta de la editorial y en fracasar en el intento y en todos los intentos posteriores. Y pasaron meses así, con esa tortura mental, y ya decidí (porque así me lo aconsejaron unos sabios amigos míos), enviar mi proyecto a otras editoriales. Y lo hice. Y recibí mi primera negativa y fue excitante y triste y emocionante, pero esperanzadora y agridulce y triste y negativa también.

Y comenzaron las cábalas:

  • Hombre, la negativa ha sido rápida, si la otra tarda tanto es porque se lo estarán pensando

  • Hombre, la negativa ha sido personalizada, eso es porque se lo ha leído

  • Hombre, la negativa ha sido una

  • Hombre, solo son dos negativas

  • Hombre, vale que ya llevo tres. ¡Pero ningún mensaje sin respuesta! Eso tiene que ser bueno

Y de repente te llega otro mensaje que brilla como el puñetero oro y que te dilata las pupilas como si fuera heroína: otra editorial quiere saber más del proyecto.

La cabeza te da vueltas y tú te pones las pilas con el guion para dejarlo bonito, registrarlo y darle con él en la cara a esa zorra sumisa que a la que se la has pegado y… y vale, te estás viniendo arriba y hay que relajarse. Tranquilo, Ángel, RELAX. Llevamos cuatro meses esperando la respuesta de esa primera editorial que tanta ilusión hace. No es momento de emocionarse demasiado. Esta nueva tardará, yo que sé, otros seis meses a partir de ahora. Relájate y escribe, escribe, ESCRIBE.

Y entre escritura y escritura me llama mi padre.

María ha muerto.

Mi abuela ha muerto.

Voy al tanatorio y, la ilusión de la editorial, hoy no tiene cabida. En el tanatorio, mi abuelo, una figura digna de un futuro cómic, llora menos que nadie y me dice que las flores le gustaban mucho. No hace falta que llore. Yo no lloro tampoco. No nos hace falta a ninguno.

Al día siguiente entierro a mi abuela. En la misa, yo encabezo la marcha fúnebre y transporto mi primer féretro. Es un momento emocionante digno de un futuro cómic, del mismo futuro cómic que incluirá la digna figura de mi abuelo. Es un momento en el que mi padre me agarra y me dice: “tú ve delante, y lleva a tu abuela”. Un momento en el que paso a ser adulto y a transportar, mano a mano, con mi padre, el cuerpo de la mujer que me inspiró todo esto. María, mi abuela.

Me voy del cementerio con Araceli, mi apoyo incondicional y figura obligada para mi futuro cómic. Ya estoy llegando a casa con una sensación de alivio mezclada con otra de absoluta tristeza, cuando me llega un mensaje: es la editorial que esperaba desde el principio.

Me ha dicho que no de la forma más fría de todas las formas posibles.

No sé qué pensar. Entierro a mi abuela y, ese mismo día, me dicen que no. Es real, os lo juro. No son artimañas de escritor (ojalá que sí), tengo pruebas de ello. Mi abuela María, por la que empezó todo esto, es enterrada y la editorial por la que llevo en vela tanto tiempo me rechaza. ¿No os parece una señal? En plan, “deja esta mierda ahora que estás a tiempo”. Araceli no pudo animarme, nadie podía. Como no sabía muy bien qué hacer después de eso, me dediqué a no pensar en casualidades, en destino ni sinos.

Me metí a mi despacho y me puse a escribir, con los lacrimales vacíos.

No escribí nada, por supuesto. Pero lo intenté, y el nudo de mi epopeya acaba con este horrible giro de guion.

El desenlace de esta historia es un consejo. Da igual lo que ocurra o lo mal que parezca que está todo. Da igual que os levantéis un día con la sensación de estar perdiendo el tiempo. Da igual que un día creáis que no valéis nada. Da igual que os rechacen el día que enterráis a vuestra abuela María. Seguid, seguid, seguid porque, y esto es lo importante del asunto y de la epopeya y de todas las cosas, la mierda se va. La mierda, al día siguiente o al de después, se va. Pero has de tener paciencia.

Ten paciencia. Solo así, con paciencia, mi abuela María podía hacer los mejores canelones del universo.