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Esto NO es una reseña de Superman

En el más que recomendable ensayo «La ciencia de contar historias», Will Storr habla de dos conceptos clave que debemos tener en cuenta a la hora de desarrollar personajes: la teoría del control y el defecto sagrado.

La teoría del control es eso que nos permite salir de casa cada mañana con nuestra máscara social bien amarrada. Es todo aquello que creemos tener bajo control y nos deja enfrentarnos al día a día. No es un proceso ni siquiera consciente, son todos los automatismos que hacen que nos comportemos en sociedad.

Somos amables, hacemos nuestro trabajo e interactuamos con las demás casi siempre como se espera de nosotras. De este modo podemos estar tranquilas y respirar sin esperar ningún sobresalto. Es todo aquello que nos hace como somos a ojos de los demás por mucho que por dentro escondamos oscuros secretos.

El pilar fundamental sobre el que se sostiene nuestra teoría del control es eso a lo que Storr llama «el defecto sagrado». Eso que responderíamos sin dudar si nos preguntasen «¿cómo eres?». Nuestro rasgo (a nuestros ojos) más característico. Lo que somos en lo más profundo de nuestra alma, aquello que nos define siempre, incluso en la peor de las circunstancias.

Si el bueno de Will lo define como un defecto es porque si atacamos ahí podría derrumbarse todo nuestro sistema de valores como un simple castillo de naipes.

Imagina, querida amiga: te dices a ti misma que siempre estás dispuesta a ayudar a las demás. Es más, no solo lo dices, lo haces. Basta con que te pidan ayuda que te falta tiempo para ponerte manos a la obra. Tienes otras cualidades, eres simpática, bailas bien, piensas rápido… También tienes algún defecto, pecas de envidia, a veces te sobreestimas… Pero si alguien te pregunta, tú lo que haces es ayudar y colaborar con los demás.

Si fueses un personaje de ficción y yo quisiese destrozar tu sistema de valores te pondría en una situación en la que alguien te acusase de querer perjudicarla intencionadamente.

Boooom.

Gente señalándote en público, tus mejores amigos pidiéndote explicaciones en privado, escándalo por todas partes.

Hasta tú misma dudas de ti. Y ahí, justo en ese momento llega la peor crisis de todas: «si no soy quien creo que soy, entonces, ¿quién soy?».

Te suena.

Sí, piénsalo, seguro que te suena.

¿Has oído hablar de un tal Michael Corleone? Sí, ya sabes, el hijo pequeño de Vito. Ese que no quería saber nada de los negocios de su familia, el que se repetía una y otra vez «yo no soy como ellos», el soldadito condecorado, el buen chico. ¿Recuerdas qué le ocurrió? ¿Recuerdas cómo acabó y cómo empezó todo?

Ojo, a partir de aquí puede haber trazas de spoiler, continúa solo bajo tu responsabilidad o con la supervisión de un adulto.

En la Superman de James Gunn se juega a tumbar su defecto sagrado. Superman es ante todo el héroe de la humanidad. Está ahí para salvarnos de nosotros mismos, para detener conflictos bélicos y para ayudarnos frente a la injusticia.

Es aquello para lo que fue enviado a la Tierra por sus padres y, de vez en cuando, lo recuerda viendo un mensaje grabado por ellos. Un mensaje que desgraciadamente está incompleto porque el viaje entre Krypton y la Tierra es un follón.

Superman ha construido toda su personalidad con base en ese mensaje y además la ha apuntalado con la buena educación recibida de manos de Jonathan y Martha. Es por encima de todo un buen chico y así lo demuestra siempre que puede.

Por más que Gunn se empeñe en mostrarnos que el conflicto de la peli es una vaina que pasa con Lex Luthor, la realidad es que todo va de si Clark es quien cree que es o no.

En un momento determinado, un personaje recupera las frases perdidas en el mensaje de los El. Le dicen a su hijo que se convierta en el dios de los terrícolas, que los someta y que se harte a follar (reconozco que esto me hizo mucha gracia).

Los progenitores kryptonianos lo tenían clarísimo, enviaban a la Tierra a su vástago para ofrecerle un sitio fácil de controlar, lleno de mentes débiles y con mujeres bellas (en serio, LOL).

En el momento en el que Clark escucha el mensaje ocurre el efecto mágico que Storr describe en su libro. Su anagnórisis rompe la pantalla porque él mismo se hace pedazos. Si Superman no es lo que Superman cree, entonces ¿qué es Superman?

Ese debate es quizás lo más interesante de la cinta de Gunn. Ojo, que es una peli súper entretenida y encima reserva buena parte del metraje para Krypto. Yo no le pido más a una peli de Superman.

Así que si además tenemos un debate moral acerca de cómo debe ser un superhéroe pues eso que hemos ganado.

Will Storr daba algunas soluciones para aquellos personajes que ven amenazada su teoría del control o derribado su defecto sagrado. La primera era el cambio total, una nueva construcción desde cero. Eso es lo que pasa con Michael Corleone que acaba convertido en alguien mucho peor que su padre y sin derecho a la redención (por mucho que la busque).

La segunda es una reafirmación tras un aprendizaje. Superman confirma que es un buen tipo, pero no lo es porque se lo dijesen unos fulanos a los que jamás conoció y que lo enviaron a un planeta lejano, lo es porque así le educaron unos humildes granjeros.

Una vez escuché decir a un buen guionista que hacer una historia en la que Superman se vuelve malo es lo más fácil y lo más tentador del mundo. De hecho se han hecho unas cuantas.

Lo realmente difícil sigue siendo, tantísimos años después, hacer una historia en la que Clark siga teniendo motivos para ser un buen tipo.

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