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Esto NO es una reseña de Los Cuatro Fantásticos

Cuando una lee ciertos manuales de escritura enseguida se da cuenta de que existe una opinión casi unánime con respecto a la evolución de los personajes.

Dicen los gurús que SIEMPRE debe existir. Que a través de un conflicto interno (a mayores del externo que pueda haber), el personaje recibirá algún tipo de aprendizaje de vital importancia que lo transformará y le llevará a un estado muy diferente al del principio de la historia.

Sin embargo, esta teoría, además de simplista, olvida algo fundamental: la ficción está repleta de personajes que no solo no evolucionan sino que si lo hiciesen nos sentiríamos tremendamente defraudados porque lo que buscamos en ellos es que sean siempre iguales y no cambien jamás.

El mundo del cómic se sustenta sobre personajes que no evolucionan o que se transforman tan poco a poco y a lo largo de tantos años que nunca dejan de parecernos reconocibles. Si miramos hacia el mercado francobelga ahí tenemos a los Astérix, Tintín o Lucky Luke, personajes emblemáticos que han hecho de su inmovilismo psicológico su bandera.

Se haría raro que Obélix renunciase al fin a querer aunque sea una gotita de poción mágica o que Asurancetúrix dejase de dar la turra con sus nuevas composiciones.

Si nos vamos a Japón ¿alguien se imagina a Goku renunciando a enfrentarse a alguien que le dicen que es fuertísimo o a Vegeta dejando de entrenar cuando le cuenten que Kakarot ha alcanzado un nuevo nivel de poder?

Y en el mercado USA ya tenemos el colmo de los colmos. Allí tenemos decenas y decenas de relanzamientos, de nuevos inicios, de mundos alternativos y demás zarandajas para acabar una y otra vez en el mismo punto, el Capi siendo el Capi, Spiderman siendo Spiderman y Los Cuatro Fantásticos… exacto, siendo Los Cuatro Fantásticos.

En la última adaptación cinematográfica de la primera familia encontramos exactamente eso: una historia que no gira en torno a la evolución de los personajes. Después de casi dos horas de metraje no encontraremos nada similar a un arco de transformación. Se podría hablar de cierto aprendizaje, sí, pero Reed, Sue, Ben y Johny son los mismos al inicio y al final de la cinta.

Esto, que podría resultar muy criticable para ciertos gurús de la escritura de ficción, no resulta para nada problemático aquí. Es más, los problemas de la película son otros, muchos otros y es ahí donde esa falta de evolución podría agravar la cosa.

Cuando un personaje no se transforma hay quien enseguida se atreve a decir que estamos frente a un personaje plano. Otra simplificación más. Si bien es cierto que existe algo de realidad en esa afirmación, ahí tenemos a personajes como Sherlock Holmes o enemigos como Moriarty para demostrarnos que puede no haber arco y, sin embargo, tener una rica complejidad psicológica muy lejos de la planicie.

¿POR QUÉ ESA OBSESIÓN POR LA TRANSFORMACIÓN?

Está íntimamente ligada a ciertos planteamientos estructurales muy extendidos y que beben todos de una fuente similar.

Si has oído hablar del viaje del héroe (si no has oído hablar de ello y estás aquí seguro que has llegado a través de un enlace muy raro y es posible que te estén robando tus datos bancarios o tu cuenta de Steam) o de la hoja de tiempos de Blake Snyder seguro que conoces toda esa retórica salida de los mundos de fantasía que nos habla de mentores, cuevas especiales, espadas mágicas, noches oscuras del alma, elixires, ordalías y odiseas.

Todo eso se acompaña además de héroes y sombras. Y, por supuesto, de la madre de todos los corderos: CONFLICTO.

Esa terminología belicista que plantea la escritura de ficción como una batalla lleva instaladísima en nuestra forma de contar historias muchos más años de los que se pueden contar del tirón sin cansarse, pero el gran problema es que se pretende dar a entender que esa es LA manera.

Aquellos que damos clase de escritura centramos muchas veces nuestras correcciones y aportaciones a los textos de las alumnas centrándonos en cuándo, cómo y por qué se plantea el conflicto en una historia. Y, si hacemos solo eso, caemos en el mismo error de siempre: el conflicto puede ser (y es) un muy buen motor para la acción, pero ni es imprescindible ni necesariamente es el mejor.

Dentro de este mundo que gira en torno a la construcción del conflicto a nivel estructural, es fácil encontrarnos que la gran guinda para complementar una base sólida es aportar un gran arco de transformación para los personajes. Esa parece la fórmula de la cocacola de la escritura de ficción.

Pero mira, ahí están unas cuantas décadas de personajes sin los que es imposible entender la historia del cómic para demostrar lo contrario.

«Los Cuatro Fantásticos: primeros pasos» es una de las películas más aburridas que he visto en los últimos tiempos. Está falta de ritmo, falta de carisma, falta de tono y encima es tan predecible en cada momento que dan ganas de gritarle a la pantalla.

La estética funciona, los personajes respetan todo lo que se podía esperar de ellos, pero la trama principal está muy lejos de resultar satisfactoria porque la sensación de peligro no puede ser más inexistente en todo momento.

Sorprende (al menos a mí me sorprende) el entusiasmo en torno a ella, pero yo qué sé… recuerdo que en su momento la gente lo flipó con 300 y a mí siempre me ha parecido una clase de fascismo avanzado con escenas espantosas a cámara lenta.

Insisto, que los personajes no evolucionen, que no se les plantee un arco de transformación, no me parece mal, es algo acorde al medio que adapta y algo que rompe ciertas lógicas narrativas cuando se hace bien. Pero eso sumado a un buen puñado de factores más hacen del conjunto algo fácilmente olvidable y que queda muy lejos de toda la expectativa generada.